Por fin se abre el debate sobre el cierre de las aulas a las 13:00 horas en verano. Una medida implantada de forma tradicional casi a modo de dictadura que ahora una de las federaciones, la Fampa Cuatro Culturas, quiere al menos cuestionarse.
Mucho ha tardado en plantearse la idoneidad de esta medida que supone un grave problema para muchas familias que tienen que hacer malabares para ajustar salidas del trabajo con la recogida de los niños justo cuando va a terminar el curso.
Es una falta de respeto que se intente menospreciar el mero planteamiento a un cambio, insinuando que quienes se oponen a esta medida parece que lo hacen por tener “dificultad para apacar a sus hijos” y decidan “que es mejor que se queden en el cole”. Es una falta de respeto y una barbaridad emplear este tipo de valoraciones para atacar la simple posibilidad de estudiar un cambio en torno a una medida que porque lleve años funcionando no tiene por qué ser la más idónea. Ha sido la peor de las maneras para referirse a los progenitores a los que se les etiqueta de ‘malos padres’. Usar la excusa de la llegada del calor es la mayor de las tonterías. Si tuviéramos unos centros bien preparados y unos colegios alejados del tercermundismo no tendríamos siquiera que pensar en que nuestros hijos vayan a pasar frío o calor en clase, ni sería una barbaridad tenerlos una hora más (hasta las 14:00 horas) en el colegio.
La dirección provincial no comete un desvarío por considerar esta propuesta, por estudiarla y analizarla. Desvarío es imponer unos horarios sin que los padres puedan opinar porque es “tradición” y porque algunos consideren que es lo mejor sin haber hecho siquiera una consulta.
“Nuestra obligación como padres es dar la mejor educación a nuestros hijos, no la mayor comodidad para nosotros”, denuncia la Fampa, la que se cree que tiene el único derecho a opinar y a considerar lo que es justo, mejor y adecuado para nuestros hijos. En un claro ejercicio de soberbia ya sabe lo que es mejor y peor.
Haría bien el Ministerio es seguir adelante y en no someterse a una voz que quiere ser la única.