Que yo sepa, los ciclistas están obligados a cumplir las normas de circulación y a acatar las correspondientes señales, y sin embargo campan por sus respetos yendo a toda velocidad y haciendo caballitos en dirección prohibida, sin llevar no timbre –ni luz, de noche–, todo ello con el peligro que supone…”.
El párrafo anterior está extraído de mi colaboración Personas mayores, publicada en estas páginas en junio de 2012, en la cual me preguntaba si no había forma de meter en cintura a estos infractores. Por lo que parece, no la hay.
Esta semana he sido testigo de un pequeño accidente, por fortuna sin importancia. Una señora que salía de determinado comercio fue acometida, por la espalda, por una bicicleta que circulaba por la acera y, además, en sentido contrario al fijado en las señales de circulación. No pasó nada, pero pudo pasar. El ciclista, sin duda, no tendría todavía los dieciséis años, pero no llevaba casco, cuando está dispuesto que en ciudad deben usarlo en los menores de esa edad (en carretera esa obligación es general), Todo un conjunto de infracciones a la vigente Ley de Tráfico y Seguridad Vial, de 20 de marzo del presente año.
Porque dicha Ley establece que los ciclistas han de atenerse a cuanto dispone su articulado. Ni pueden circular en dirección contraria a la permitida, como hacen los conductores suicidas, ni siendo menores pueden hacerlo en ciudad sin llevar casco, ni tampoco invadir las aceras (hay hasta sentencias del Tribunal Supremo que así lo expresan), ni hacer caballitos, ni ir sin luz de noche…
Pero aquí, en Ceuta, muchos gozan de una tolerancia absoluta. Sí, ya sé que hay ciclistas serios y cumplidores, como los de la foto, pero da la sensación de que aquí la mayoría tiene el privilegio de poder saltarse impunemente las normas legales. Suben y bajan a su antojo por las calles peatonales, las cuales, como su propio nombre indica, son para los peatones; van por las aceras; en las vías donde está permitida la circulación de vehículos, van en dirección contraria sin el menor recato, esquivando a los automóviles; hacen cabriolas e incluso carreras, se sueltan de manos; no usan timbre ni luz; no respetan los semáforos…
Creo sinceramente que algo habría que hacer al respecto. No digo que se comience imponiendo sanciones (por ejemplo, la de ir sin casco quienes aún no hayan cumplido dieciséis años asciende a 200 euros) que tendrían que abonar, en su caso, los padres o tutores de los menores infractores, pero sí, durante unas semanas, con una campaña informativa y persistente sobre las normas cuyo cumplimiento están obligados, por disposición legal, a observar los ciclistas, y una vez pasado ese periodo, que podría durar un mes, apretar las clavijas a los incumplidores.
Para eso, precisamente, están las leyes y las ordenanzas. En caso contrario, tendremos que resucitar aquel más que secular refrán ceutí a cuyo tenor “la Justicia y el Derecho no atraviesan el Estrecho”.
Confío –con cierto escepticismo, eso sí– que esta vez mi propuesta no caiga en saco roto.
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