Opinión

Cicatrices

Juan Carrasco de las Heras ceuta
Los conflictos de la Humanidad son algo cíclico, y encontrándonos por Europa en plena ola de nacionalismos, rupturas, cabreos generalizados y necesidad de ruptura con los vecinos, resulta llamativo que nos topemos de bruces con la conmemoración de la caída del Muro de Berlín. Hace (tan sólo) 30 años, Alemania escenificó su reunificación con el derribo de un muro que dividió la capital durante casi tres décadas. Ahora se trata de un símbolo a contracorriente de la unión entre personas, más allá de respetables ideologías, fronteras o banderas que tiendan a separarlas.
Es por la citada efeméride que nos sumamos como declaración de principios a la fiesta recordando y recomendando desde aquí la excelente película de 2003 Goodbye Lenin!, una producción alemana en clave de tragicomedia sobre las dificultades de una sociedad que de repente debe volver a convivir, y de la evolución del pensamiento desde el rencor a la convivencia de los primeros meses; tomando así los protagonistas de la coyuntura la decisión de que mirarse las cicatrices sirve para mucho más que lamentarse del pasado y que todo depende de la actitud y de la ilusión por prosperar.
Pero esta cinta no se centra en un tratado de sociología ni político, ni pretende adoctrinar; ni siquiera opina sobre la situación.
Wolfgang Becker se mueve magistralmente en territorios espinosos para construir una historia que, desde el absoluto respeto y sin frivolizar, hace gala de una magistral ironía para revisar un momento clave en Europa en tono de humor inteligente con las necesarias bocanadas dramáticas que la historia reclama.
Un Daniel Brühl jovencito espléndido en su trabajo interpreta a un muchacho cuya madre, una abnegada militante comunista de la RDA, cae en coma (gota de brillantez absurda del diálogo cuando le comunican “su madre está en coma”, y éste responde “¿podemos hablar con ella?”) tras un accidente y despierta ocho meses después con Alemania unificada y sin muro en Berlín. Alexander, el personaje de Brühl tendrá que montar todo un delirante teatrillo para que su convaleciente y combativa madre no descubra lo que ha pasado y su salud pueda verse empeorar…
La cinta fue un exitazo de taquilla en su época en todo Europa, digna de mayoritario aplauso por parte de una crítica entregada al buen gusto con el que se pueden tocar temas delicados sin ofender a nadie y un ejemplo de buenas interpretaciones, gran trabajo conceptual y Yann Tiersen con la batuta en la mano.
No se me ocurre mejor manera de felicitar a los alemanes por el cierre de sus heridas, o al menos por la civilizada manera de encarar el mismo, que apelando al buen humor que destila esta película imprescindible universal al que siempre habría que hacer más caso y que suele marcar la temperatura de madurez de una sociedad. Cuantísimo nos queda por aprender de tantas cosas…

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