A Cheer le parecía encontrarse en un pozo sin fondo, porque cada vez descendía más bajo y no llegaba nunca a tocar tierra firme. Le parecía estar además, con las luces apagadas, pues no veía nada a su alrededor, todo estaba a oscuras. Y todo lo achacaba a que no le dejaban estar con su nietecito, que era el niño más maravilloso del mundo para ella. Por eso, cuando la llamó Caroll, como cada día, lo agradeció mucho. Se habían conocido por medio de Lorene, una amiga en común, durante aquel dichoso confinamiento, que trastornó al mundo entero, con la dichosa pandemia, que tuvo en vilo a la sociedad y que a tanta gente les pilló de improviso, por lo que no pudieron conseguir ganar el combate.
Ya eran muy amigas aunque no se habían visto nunca. Les era algo complicado verse, pues vivían lejos la una de la otra. Caroll tenía una situación difícil, o más bien imposible, para ir de visita a casa de Cheer, ya que después de una serie de enfermedades, se había quedado aislada en su casa, un tercer piso sin ascensor, y como había tenido dos caídas importantes, ya no podía subir ni bajar por las escaleras de su casa sin ayuda, y tampoco podía dar sola y sin silla de ruedas, un paseíto por la calle. Como ahora tenían una gran amistad, se llamaban cada día por teléfono y se consolaban ambas. Carrol estaba viuda, disponía de una pequeña pensión, que a decir verdad, la alargaba para poder adquirir todo lo que necesitaba en su vida diaria, y como era muy ordenada, aún le daba el dinero para ahorrar un poquito cada mes. Este poquito, lo guardaba para viajar a un lugar muy importante, que de momento, lo tenía en secreto, aunque Cheer sí lo sabía también.
"Ya eran muy amigas aunque no se habían visto nunca. Les era algo complicado verse, pues vivían lejos la una de la otra"
Y Cheer se había propuesto alegrarle la vida a Caroll, y distraerla cuando lloraba por su complicada situación. No quería que su ánimo se derrumbara cuando la observaba abatida y llorosa. Caroll tenía dos varones pasados de los cincuenta, y una hembra de cuarenta y tantos y varios nietos y nietas. Pero nadie se acordaba de Caroll desde que murió el cabeza de familia. Bueno, la hija iba cada mes a la casa para acercarle la pensión. A veces llevaba a su pequeña y la abuelita se llenaba de felicidad por un ratito. . Pero los varones habían decidido visitarla cuando ella tuviera ya los ojos cerrados, así se lo habían hecho saber. Mientras tanto, ni una palabra. Ni visitas, ni llamadas de teléfono. Ni nada de nada. Su mamá ya no existía para ellos. Esto le hacía pensar a Cheer sobre la sociedad que se había formado, tan rara. La gente mayor parecía no existir en algunas familias. La gente mayor para algunas familias, eran el desecho que ya no servía para nada. Si antes había sido esencial el Consejo de Ancianos para decidir las situaciones importantes, ahora el Consejo era una institución pasada de moda. Había que aislar en islotes incomunicados a los ancianos. Eran como un estorbo para estos hijos de más de cincuenta años, que se creían los Grandes de la sociedad.
"Las amigas se despidieron con una enorme sonrisa en los labios. Poquito a poco tenía que ir saliendo de ese pozo a oscuras"
Ellos no recordaban los desvelos, las malas noches cuidando a estos jóvenes de cincuenta y tantos, de hoy en día, cuando éstos aún no habían crecido. Quizás, pensaba Cheer,que estos jóvenes creían que los ancianos ya no tenían recuerdos , ni emociones. ¡Cuánta paciencia para esperar a que madurasen, como los buenos frutos recogidos de los árboles! ¡Cuántas alegrías ante sus éxitos! ¡Cuántas penas compartidas con ellos, ante sus fracasos!… Algún día podría explicárselo todo bien al pequeño Paul, que ya pensaba y discurría con mucha sensatez. El pequeño Paul, no lo olvidemos, tenía uso de razón y sabía cuando le hablaban con seriedad y cuando le contaban historias raras, que parecían confundirlo. El pequeño formaba parte de una sociedad en vías de maduración, que debía formarse feliz, con alegría, disfrutando de la sabiduría de sus abuelitos. Que nadie le crease traumas al pequeño Paul, pues si no, el fruto no se recogería sabroso y robusto, de buen color y resplandeciente. Cheer pensaba que el mal uso que daban los mayores de cincuenta y tantos a la Naturaleza, había dado lugar a que la Naturaleza se rebelase contra el hombre. Por eso estaba todo revuelto, nada salía bien y los pequeños como Paul, pagaban las consecuencias. “¡Ay, amor mío! ¡Pequeño Paul! ¡Cuánto te necesito! ¡No puedo esperar mucho más sin verte, cada día que pasa es un día menos para disfrutar de tu compañía!” Y entonces Cheer se convertía en doña Triste, con lágrimas en los ojos, sintiendo mucho la ausencia de su querido nietecito. Paseando por las calles de Becqued saludaron a Annette. “No te preocupes Cheer, esta batalla es tuya, la ganarás. Y al final tu soldadito Paul podrá ir a recoger los juguetes que Santa Claus y los Reyes Magos dejaron en el mesa larga del salón de tu casa. ¡Verás cómo lo consigues!”. Y las amigas se despidieron con una enorme sonrisa en los labios. Poquito a poco tenía que ir saliendo de ese pozo a oscuras en donde estaba metida.