Visto el fuerte viento de Levante de estos últimos días, quizá haya llegado el momento de la serenidad y la reflexión. Si no lo hacemos, puede que nos volvamos todos un poco locos. Estamos en una época en la que los locos con micrófono disponible intentan manipular nuestras ideas rozando el extremismo, inculcándonos un ceutismo basado en defensas sin fundamento de la españolidad, de lo nuestro. Es un ceutismo trasnochado, de otras épocas, de otros discursos que ahora no cuadran con una sociedad que pretende llamarse desarrollada. ¿Pero estamos trabajando en ello? El ciclón Carolina ha servido -fíjense que algo bueno tiene- para reavivar un debate y, tristemente, para conocer que seguimos anclados en los mismos prejuicios de siempre. Hemos perdido horas y horas, hemos asistido a ruedas y ruedas de prensa en las que el debate ha terminado centrándose en la división entre musulmanes y cristianos. Los partidos políticos se han lanzado a la loca carrera por demostrar que son más abiertos que nadie, más tolerantes que el resto y menos racistas. Salió la palabra estrella. Unos estamos en un lado y otros en el otro, y todos juntos nos peleamos. Meterse en los debates de internautas es suicidarse: los hay que defienden salir a la calle con la bandera de España para demostrar que son más españoles que nadie. ¿Pero acaso están trabajando por su tierra, por crear empresas, por su desarrollo, por avanzar en la crítica social que es buena, por buscar un sustento más allá de las subvenciones estatales? Para mi eso es querer a tu tierra: luchar por ella para intentar mejorarla, cambiarla, avanzar en el camino sin necesidad de recurrir al himno de Ceuta mi ciudad querida, a la bandera de España o a los recuerdos de una lucha por conseguir que seamos comunidad autónoma. Seamos serios, ¿es que a alguien le importa la aplicación de la Transitoria Quinta y la reforma estatutaria si seguimos viviendo, en algunos aspectos, como una isla?
Si dejáramos de mirarnos tanto al ombligo, si dejáramos de llorar y lamentarnos por la de veces que nos sitúan en Marruecos o cuestionan nuestra españolidad porque más allá de Algeciras siguen sin conocernos, si superáramos de una vez nuestros propios traumas o si trabajáramos en serio el panorama sería bien distinto al actual. Y, les aseguro, nadie a estas alturas se lamentaría por el tipo de tierra que va a dejar a sus hijos.