Desde que era pequeño vengo escuchando que inevitablemente “los cristianos” tendríamos que irnos de la ciudad, pues algún día “ellos” serían mayoría; “ellos” son los musulmanes. Por desgracia tuve que aprender por mí mismo que aquellos “otros” en realidad no existían, o dicho de otro modo, era parte de un discurso y como todo discurso, normalmente está para legitimar una posición ideológica. El origen de este discurso está en el miedo a lo diferente, entre otras causas. En Ceuta, para desgracia de sus ciudadanos, nuestros representantes políticos no han querido modificar las graves desigualdades en la ciudad, aún a pesar de las seguras advertencias de los especialistas. Con un discurso populista, el partido Popular ha gobernado durante más de una década está ciudad, el resultado, descontado la construcción de alguna infraestructura básica de la cual se carecía, ha sido nefasto; tanto en el apartado económico – se sigue manteniendo un modelo desfasado – como en el ámbito de la convivencia. El resultado es una ciudad divida por un discurso en el que los musulmanes tienen una cultura que inevitablemente les lleva al fracaso escolar, la delincuencia, la pereza y a “aprovecharse” de los derechos sociales. En vez de crear un modelo de convivencia, se fomenta un modelo de segregación o se justifican las desigualdades. Cualquier ciudadano, viva en el centro de la ciudad o en Manzanera, debería sentir frustración al saber que una parte de la ciudad como es el Príncipe Alfonso vive una situación caótica. Naturalmente, para justificar esta situación se emplea el discurso antes mencionado que explica de forma tergiversada la realidad: al ser una barriada musulmana ineluctablemente solo se puede caer en la pobreza, la pobreza y la marginalidad, es su “esencia”, frente claro está a la cultura de los “españoles”. Sin caer en la cuenta que todos los musulmanes de Ceuta son españoles, del mismo modo que los son los cristianos, los judíos, los hindúes. No hemos podido acabar con esta discurso esencialista de división étnica, no se ha querido crear un discurso en el que los ciudadanos de ceutíes no se identifiquen con una religión particular sino con un modelo plural de convivencia, esto es culpa en gran parte de las instituciones pero también de la ciudadanía – otro gravísimo problema de Ceuta es la ausencia de una sociedad civil – quienes han aceptado el discurso y lo han reproducido. Por otra parte este discurso ha sido tomado por la comunidad musulmana, transformándolo en su favor, sin embargo en vez de gestarse un contra-discurso que condujera a la sociedad plural, se emplea como catalizador del victimismo. Este contra-discurso, también “esencialista”, reductor y maniqueo es utilizado en determinadas situaciones para conseguir algún tipo de beneficio. El ejemplo más evidente lo encontramos en los sucesos ocurridos en el Siete Colinas con el presidente de la UCIDCE, un episodio personal entre él y los profesores del instituto fue extrapolado para acusar de racistas al instituto. En Ceuta no existe racismo, aún a pesar del empleo de la palabra y de una supuesta correlación entre raza y cultura. En Ceuta existe, en ambas comunidades, etnocentrismo: una tendencia de los miembros de una cultura a interpretar y juzgar a los miembros de otra conforme a sus categorías, valores y prejuicios. Generalmente entre los ceutíes en el imaginario, el concepto raza es empleado más como un sinónimo de cultura que como una esencia genética irreversible. Ninguna de estas actitudes es beneficiosa para el conjunto de la ciudad. El problema no estriba en una lucha religiosa donde finalmente los cristianos se ha expulsados de la ciudad, un panorama por lo menos ridículo, fomentado por una identificación entre marroquíes y musulmanes errónea de base. Lo ceutíes son españoles independientemente de sus creencias, la ecuación español igual a cristiano es una equivocación. Por tanto la gravedad del problema está en la desarticulación de la sociedad, en su falta de cohesión. Esperemos que no sea demasiado tarde y podamos enmendar este rumbo hacía la deriva.