Colaboraciones

Ceuta, en el palpitar del corazón de España

En los inicios de la decrepitud y remotamente a la expresión de muchos siglos en el tiempo, o tal vez, el punto que cuestionó los límites del mundo, antes, Abyla, más tarde, Eptadelfos, posteriormente, Septa y actualmente, Ceuta, los pueblos volatilizaron atracción e inquietud por las regiones del continente africano, especialmente, por este enclave que ha estado inmerso en la antigua Historia del flanco Norte.
Lapsos en los tiempos, o quizás, épocas, periodos, etapas, ciclos o centurias, no han dado tregua para el tránsito de culturas en aquella antigua Ceuta, herradora de defensas, baluartes, murallas o fortificaciones, hasta acabar cautivando a quien en ella vivía.
Huellas generacionales inmersas en el titánico desplazamiento de ida y vuelta, que han ido suscitando el goteo constante de civilizaciones por esa masa de agua del Mediterráneo, así como del continente europeo en dirección al Sur o a la inversa.
Una semblanza como la de esta Ciudad que, durante la antigüedad, dícese que se atinaba próxima a los confines del universo, mucho antes de penetrar en lo inexplorado; hoy, persiste al acecho en un contexto realmente inconfundible, con pertenencia a un pasado único y en ocasiones desconocido.
De ahí, que por muy insignificante que se asemeje indagar en el rico y misterioso patrimonio que esconde, aparezcan nuevos hitos que evidencian una larga evolución de la Humanidad hacia formas civilizatorias, haciendo del respeto a la vida, la integridad y la dignidad humana, el núcleo central de los valores que la emplazan.
Y es que, la lealtad de Ceuta mostrada a la Corona Hispánica en el año 1640, sería la rúbrica, cuando en agosto de 1415 una fuerza expedicionaria acaudillada por el Rey Don Juan I de Portugal (1357-1433), tomó al asalto esta Plaza, suceso que paulatinamente marcaría el preludio de la prodigiosa expansión ultramarina de los portugueses.
Tampoco, podría ser menos, allá por el año 1715, el rastro imborrable que perdura de un Presidio, que constituyó el mayor exponente en el cumplimiento de las penas durante el Antiguo Régimen o, de ese entramado complejo de bastiones fortificados a través de siete siglos de estrategias defensivas, desde donde se acechaba el frontispicio de lo ignoto.
Una memoria tan dilatada como fascinante colmada de interacciones sociales, culturales y militares entre el Norte y el Sur de dos continentes, que tuvieron como primer testigo a este singular territorio.
Para ello, desde tiempos heroicos, estuvo condicionado a tener que padecer frecuentes agresiones u otras actividades bélicas de carácter irregular, que constituyeron en la lejanía, un medio de intercambios e influencias nada desdeñables, a pesar de su interferencia en otras formas de relación más estables.
Porque, más allá de las ventajas económicas y de los beneficios comerciales que pudieran confluir, los propósitos de sus conquistadores se ceñían principalmente a la conquista de sus tierras.
Hoy, entendemos que la diversidad cultural es motivo de creatividad e innovación, pero, sobre todo, un espacio propicio para el diálogo interracial, pluscultural, multilinguístico, interreligioso o multiétnico, que demanda del calor humano altamente comedido y de una fuerte dosis de generosidad.
Precisamente, esta es la tesis que aglutina y atesora la Ciudad Autónoma de Ceuta.
Una localidad que exhibe en su arista geopolítica una complejidad manifiesta, que, sin lugar a dudas, es su pertenencia al viejo continente al establecerse en demarcación española y, simultáneamente, acomodarse en el Norte de África.
En donde, inexorablemente, no puede contradecirse que el patriotismo es la principal razón de ser, en el vivir única y exclusivamente para España; teniendo cabida diversos credos, que, junto al rastro identificativo que destilan, constituyen un paradigma en el pilar de convivencia para alinearse en el respeto mutuo, que busca con ahínco los entornos de la libertad, la justicia y la seguridad.
Sin embargo, con tan solo emitir una pequeña ojeada a la aldea global, advertimos con inquietud innumerables indicios de xenofobia, extremismos, nacionalismos y populismos, que, ciertamente debilitan la concordia a nivel mundial. Por más que no queramos admitirlo, existe un rechazo vinculante del hombre, en gran parte, por el egoísmo innato que le hace caer en la balanza de la voracidad.
Siendo extremadamente valioso, la exhortación al cambio de actitud o actitudes, que nos encaucen a realidades o perspectivas de otra índole. Pese a ello, somos atrapados por la indiferencia de un mundo deshumanizado, donde sin clemencia algunos se aprovechan de las desgracias humanas.
El resultado no puede ser otro, que el desliz en la defensa de los derechos humanos, las garantías de las libertades fundamentales y el respeto de la dignidad humana, que forman parte del entramado de la familia humana y de los que nadie debería quedar exento, ahora quedan condicionados.
También percibimos, que tan trascendental es conocerse como reconocerse en el otro, y todo, para llegar a conciliar modos y maneras de vivir; fundamentalmente, en los instantes que anhelamos abrirnos a la reconciliación inherente y tan ineludible, para armonizarnos como la especie que representamos.
Por lo tanto, es evidente que coexistimos en una época demasiado escabrosa, en la que los valores transferidos y que nos han acompañado, aventuradamente titubean hasta atenuarse en los criterios de la vida en sociedad.
La premura insensible en los recursos naturales o la intensificación de las desigualdades sociales, e incluso, el cambio climático, ponen en entre dicho la capacidad de subsistir del hombre. Empeños que se dan por sentados como la moderación o la calma, declinan ante el lastre de infracciones, abusos, excesos e injusticias que nos diseminan a una empresa que cabría catalogarla de épica.
En consecuencia, es un deber que, frente a las circunstancias desfavorables que nos siguen, no surjan afinidades derivadas del sentido común; en el polo opuesto, perceptiblemente se instaura zarandeada, la ingratitud.
Por tales motivos, resulta enriquecedor corroborar el encuentro o, posiblemente, tender la mano para compartir sentimientos de pertenencia y aspectos honestos, exclusivos y simbólicos en relación a la coexistencia de diversas culturas como las que ciertamente confluyen en este pequeño trocito de tierra española llamado Ceuta; donde, sorprendentemente no existen espacios desiguales e intolerantes, sino, más bien, el ensanchamiento de arraigadas costumbres.
Concibiéndose el legado de la armonización tanto de la comprensión, como de la integración y amplificación en la interlocución de los estilos culturales que subyacen. Una Ciudad como Ceuta, con raíces íntegramente plusculturales, que con escrupulosidad cultiva los intercambios recíprocos y el florecimiento de las partes que concurren.
Una fusión cristalizada por la herencia histórico-artística de civilizaciones circulantes, que han dejado el rastro identificativo de fenicios o griegos focenses, cartagineses, romanos, vándalos, visigodos, bizantinos y taifas o reinos musulmanes.
Por ende, se ha engrandecido el encaje sensato y ponderado de dogmas como el cristiano, musulmán, judío e hindú y otras confecciones minoritarias, que, finalmente, se han transformado en cátedra de sabiduría.
Así, allanar las posibles dificultades de integración que pudiesen concurrir, constituye todo un desafío para estas comunidades que residen y, que a su vez, es una tarea que podría precisar de varias generaciones para completarse.
Toda vez, que al divisar las peculiaridades propias que se adhieren a este conjunto poblacional al otro lado del Estrecho y Sur de la Península Ibérica, es posible desvelar el acatamiento a las leyes y a los preceptos constitucionales, o el respeto a la Norma Suprema heredera de las libertades y derechos.
Cómo, del mismo modo, la ejemplaridad extendida en los principios de la fraternización, ante ese rostro inquietante de Ceuta como frontera Sur de Europa, donde nombres propios naufragan en el anonimato de las profundidades de las aguas.
Sin obviar, que en este suelo residen ciudadanos y ciudadanas cosmopolitas que se hacen cómplices de la esencia sagrada de la Madre Patria, que, sin titubear un solo instante, exaltan al Soldado de todos los tiempos y a ese guardián impoluto que los custodia, cómo, a esa figura sublime de la mujer que defiende y nutre los valores de los Ejércitos de España.
Semblante de un territorio salpicado por dos mares, que graciosamente se balancean por la imperturbabilidad de levantes y ponientes, hasta quedar aquietado por el señorío portentoso de las Columnas de Hércules, que galantemente repara como esta urbe es una de las tantas partes comunes que definen al Reino de España.
Con estos antecedentes preliminares, la Conmemoración del Día de la Autonomía de la ‘Siempre Noble, Leal y Fidelísima Ciudad de Ceuta’, nos introduce en la emblemática jornada del 2 de septiembre del año 1415.
Efemérides, que tiene como principal protagonista a la flota portuguesa, tras la conquista de esta Ciudad y ser confiada días más tarde a manos de Don Pedro de Meneses (1370-1437); quedando desde ese mismo instante inmortalizado al frente del primer gobierno junto a su séquito de asesores, dejando bajo su mando y en defensa una guarnición.
En seguida, como acontecimiento que ha quedado perpetuado en las páginas doradas de la Historia de Ceuta, el primer Gobernador de la Ciudad recibió del monarca Don Juan I de Portugal, el viejo aleo de acebuche con estas célebres palabras: ‘Desde este momento te nombro Gobernador Capitán General de Ceuta, y este palo será tu bastón de mando y símbolo de autoridad’.
Hoy, seis siglos más tarde, esta tierra se enorgullece de ostentar los títulos que institucionalmente la enriquecen; una fecha que, recapitulada en profundidad, la hace ser más grande, si cabe, en el latir del corazón de España. Si bien, no debe obviarse en esta festividad, algunas de las dificultades que, desde hace décadas, supeditan a este territorio como fenómenos de importante fondo.
La primera manifestación surge del estatus jurídico-político específico, que el propio diseño institucional de España y comunitario le confiere a Ceuta, porque este territorio no está establecido propiamente en Comunidad Autónoma, sino que, más bien, es una Ciudad Autónoma sin competencia legislativa.
Quedando sobre la mesa el fallo de atribución estatutaria, que se ha dejado sentir como un perjuicio para la Ciudad, y en ello se respalda inexcusablemente la repulsa de numerosos ciudadanos, que han sentido por su Estatuto de Autonomía.
Asimismo, Ceuta, nunca ha formado parte del espacio aduanero de la Unión Europea (UE), por lo que no le es de aplicación un mismo sistema arancelario y de prohibiciones de carácter económico a las exportaciones e importaciones, como en algún otro lugar de la zona.
De esta manera, el Tratado de Schengen queda articulado con considerables singularidades y no está dentro del paraguas de protección de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Haciendo que este estatus concretizado para Ceuta y Melilla, sean dos claras excepciones para el Estado español.
Consiguientemente, se atisban como elementos de carácter único, que no pueden disgregarse de las consabidas controversias hispano-marroquíes sobre la soberanía de estos y otros espacios norteafricanos. Ya que, como es sabido, desde la Independencia de Marruecos en 1956, las pretensiones de Rabat han ajustado de modo notable, la conveniencia geopolítica y geoestratégica de estas dos Ciudades.
La segunda exposición deriva del lugar que ocupa este territorio, al igual que Melilla, en el molde coyuntural del control migratorio y fronterizo.
Esta situación por momentos insostenible, se describe por la concurrencia de tiranteces entre las prioridades de la Seguridad Nacional y la salvaguarda de los derechos humanos de las personas.
En este aspecto incido en poner especial acento, porque, se transfiere la categoría de territorios de excepción por sus razones geográficas, históricas o políticas que la envuelven.
En concreto, hago referencia a la estrategia de disuasión/contención de la inmigración irregular que el Gobierno de España desarrolla en los límites fronterizos, en estrecha colaboración con la administración de Marruecos.
Cabiendo recordar, que este país inspecciona y en ocasiones blinda unos límites que contempla como ilegítimos. Pero, no soslayemos, que este lugar además de formar parte de la frontera Sur del continente europeo, en situación geoestratégica y acceso directo, está en permanente fricción entre la tierra que es entendida como desarrollada y el Tercer Mundo, en el sentido de un orden más latente que visible.
El objetivado itinerario de la ruta del Mediterráneo Oeste que ciñe a las Ciudades Autónomas y el Sur de España, se torna en un tránsito hostil y de enormes tragedias, al advertirse intenciones malogradas y aspiraciones diluidas de quiénes tienen mucho que perder, pero, muchísimo más que ganar.
Poniéndose de relieve la complejidad social del fenómeno migratorio que interfiere a más no poder, haciéndose ostensible, que, como realidad dinámica y compleja, precisa de revisiones continuas tanto en su estudio, como en las premisas sobre las que intervenir.
Prueba de ello, lo ratifica la disposición de las concertinas que culminan las vallas perimetrales de los límites fronterizos de ambas Ciudades y que ofrecen cruentos escenarios, como el reciente asalto masivo perpetrado en Ceuta con elevada dosis de violencia extrema, exactamente semejante al ejecutado el año pasado, empleándose contra los agentes de la Benemérita desde ácido de baterías a ganchos, garfios, pinchos, palos, piedras, e incluso, excrementos. Un círculo inhumano que tristemente desenmascara la errática política migratoria vigente.
Ni mucho menos, se trata de poner en entela de juicio el proceder de quiénes trabajan afanosamente en las fronteras españolas, siendo incalculable la labor materializada con exiguos medios, protegiendo los límites y administrando los procedimientos conforme a las obligaciones internacionales y europeas adquiridas.
Pero, por encima de todo, se hace preciso afianzar la observancia de la preceptiva, socorriendo a las partes locales, regionales y nacionales, empleando pertinentemente las herramientas con las que cuenta la Unión.
Indiscutiblemente, el pulso que la Ciudad ha sostenido y persiste sosteniendo en los últimos tiempos, le han hecho acreedora de incidir en el calibre geoestratégico que desenvuelve, convirtiéndola décadas más tarde y como ya se ha dicho, en una superficie de especial relevancia.
Una fusión de situaciones y episodios que no han imposibilitado que esta Ciudad Autónoma de Ceuta se retracte a su propia idiosincrasia, siendo garante de las leyes y de los preceptos constitucionales y, conjuntamente, abogada de las libertades y derechos para obrar con benevolencia la solidaridad, como su mayor virtud.
Un territorio pequeño en cuanto a extensión, pero grandioso en temperamento fraternal, hoy, elocuentemente es claro ejemplo en su forma virtuosa de convivir pacíficamente; sublimado con finura y proyectado a los más sagrados intereses del País, da cobijo a esos hombres y mujeres que por amor cumplen el ministerium pacis inter arma, haciéndonos copartícipes del misterio de la Patria, como un Todo común que es España.
Señas de identidad del ‘Día de Ceuta’, que como diseño forjador se hace cómplice en la prolongación de una de las partes que atañen sin discusión al dibujo territorial de España, para darle solidez a una Nación cohesionada, vertebrada y diversa, en un Estado Social y Democrático de Derecho, plenamente consagrado a la convivencia democrática.

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