El año 2007 fue pródigo en visitas oficiales a Ceuta. El día 1-02-2007, la visitó el entonces Presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero. A los postres del almuerzo al que fuimos invitados quienes figurábamos en los Protocolos civil y militar, el Presidente, dijo: «No estáis ni estaréis nunca solos». Y al regreso a Madrid declaró: “La gente me ha tratado muy bien en Ceuta, es muy cariñosa”.
Pues Ceuta, bien que necesita y merece ese apoyo del Gobierno central, pero más ahora que el rey de Marruecos pretende asfixiarla económicamente, junto con Melilla, porque cree que de ellas llegan a su país todos los males. ¿Qué dirían Ceuta, Melilla y resto de España si les preguntaran quiénes les inunda diariamente con sustancias ilegales, prohibidas y peligrosas para la salud?. Mohamed VI se enfurece cada vez que un rey o presidente español visita Ceuta, cuando ésta es de soberanía española desde 1580. Pero él, se arroga el derecho, que no tiene, a pasearse en yate en aguas de la bahía sur ceutí, según los medios, y a visitar el Sahara, pese a que de éste lo único que España le trasmitió (indebidamente), fue su administración provisional, pero nunca la anexión o soberanía, como la ONU tiene reiteradamente declarado, cuyo litigio todavía pende de un contencioso internacional.
Luego, los reyes de España, don Juan Carlos y doña Sofía, visitaron Ceuta el 5-11-2007. El pueblo se echó a la calle para darles la más cariñosa bienvenidas en la grandiosa Plaza de África, donde apenas se cabía. Unas 35.000 personas se concentraron, con más de 15.000 banderitas españolas que flameaban agitándolas en olor de multitudes, vítores y aclamaciones, coreados con gritos de “¡Olé, olé, olé olé, somos españoles”, “Ceuta española” y “España, España!”. En los 27 años de mi estancia en Ceuta en las tres veces que a ella fui voluntario, nunca vi tanta gente congregada ni un ambiente tan festivo y apoteósico.
Como anécdotas, el día antes, estando con mi mujer en un puesto del Mercado Central regentado por una musulmana, nos avisó, toda eufórica, que al día siguiente cerraba y se iba con su familia a recibir a los reyes, porque decía que ella era española y también eran “sus reyes”. Y otro musulmán muy popular, que fue deportista de élite, se fue al Helipuerto a esperar a los monarcas envuelto en una bandera española. Y, cuando la caravana real enfiló su recorrido hasta la Plaza de África, corrió a su lado escoltándola, todo pletórico de lucir los colores nacionales españoles.
El Presidente autonómico, Juan Vivas, pronunció un discurso de bienvenida en el Salón del Trono, en el que comenzó diciendo: “Sus Majestades han cruzado el Estrecho, pero no han salido de España”, provocando una encendida ovación de los ciudadanos. Mostró su “orgullo” porque el bastón de mando de Ceuta hubiera sido portado “por una personalidad de la categoría del rey, que ha sido capaz de personificar y liderar un proceso de progreso ciertamente admirable. Un jefe de Estado que es modelo de equilibrio, de cercanía, de moderación y de amor a España, la figura más importante de la Historia contemporánea del país”.
“Ceuta es un escenario singular para el encuentro, el diálogo y el entendimiento. En ella convergen, con intención de fusionarse y enriquecerse, Oriente y Occidente, Norte y Sur, Europa y África, el Mediterráneo y el Atlántico. Ceuta es un buen lugar para poner de relieve las libertades democráticas, la igualdad, la no discriminación y la justicia son los mejores antídotos contra el fanatismo de cualquier signo, la intransigencia y la tolerancia”. “Los reyes se encuentran en una tierra en la que cuando se dice ¡Viva Ceuta!, se está también diciendo ¡Viva España! y ¡Viva el Rey!. Luego, en su discurso, Juan Carlos I reconoció su “compromiso pendiente con Ceuta”, por lo que “no quería dejar pasar más tiempo sin visitar esta ciudad española”. Ante los continuos vítores e insistentes aclamaciones, los reyes tuvieron que salir al balcón autonómico a saludar al numeroso público congregado.
El Presidente ceutí obsequió a los monarcas, autoridades civiles, militares y demás representantes de la sociedad ceutí con una comida-recepción en el mismo Parador de La Muralla. Esta vez no asistí a los actos oficiales ni al almuerzo, pese a estar invitado, debido a que las invitaciones se cursaron apresuradamente el día anterior y no me localizaron, aunque al día siguiente me la entregaron en mano. Pero en todo momento me sentí muy complacido y satisfecho de haber podido dar mi bienvenida personal a los Reyes mediante un artículo que ese día publiqué, titulado ‘La deseada visita de los Reyes don Juan Carlos I y doña Sofía a Ceuta’. Igualmente, al cumplirse el año de tan memorable visita, publiqué otro artículo en recuerdo de la efeméride, titulado: ‘La visita que hizo justicia a Ceuta’.
Pues, precisamente, escribo este artículo porque creo que ahora no se ha hecho justicia a Ceuta y Melilla. Ignoro quién lo habrá decidido, pero excluyéndolas de la visita general que el rey Felipe VI acaba de girar a todas las demás Autonomías, de alguna forma, a los ceutíes y melillenses se les ha marginado y discriminado, haciéndoles de peor derecho que a los demás ciudadanos del resto de España. Y no se olvide que los ceutíes son los únicos españoles a los que de origen no se les impuso por imperativo legal la nacionalidad que determina el Código Civil, bien por razón del “ius soli” (derecho de suelo) o por el “ius sanguini” (derecho de sangre), porque ellos nacieron portugueses de origen y después solicitaron carta de naturaleza española, que les fue concedida y confirmada por varios monarcas españoles. Su nacionalidad española no les vino impuesta, sino que la eligieron libremente ellos mismos por su propia voluntad.
Esto ocurrió así en 1640. La nobleza portuguesa se rebeló contra España porque querían un Portugal independiente. España estaba entonces muy debilitada y la rebelión triunfó. Portugal terminó así independizándose por segunda y definitiva vez. Todas las colonias portuguesas de ultramar secundaron la revuelta de Lisboa, con una única excepción: Ceuta, que se adhirió a la causa española. Los ceutíes de entonces tomaron la firme determinación de dejar de ser portugueses para pasar a ser españoles. Situación que Portugal respetó cuando el año 1668 ambos países pusieron fin a las hostilidades mediante los tratados de Badajoz y Lisboa. Portugal admitió y reconoció de pleno que Ceuta tenía derecho a integrarse en la corona española con plena soberanía, tal como los mismos ceutíes habían elegido en 1640.
Tanto sobre la Ceuta portuguesa, como después sobre la española, Marruecos le impuso numerosos sitios y cercos por tierra y mar. El que le impuso el rey Muley Ismail, duró 33 años seguidos (1694-1627), el más largo de la historia. Al sitiarla, aseveró: “Ceuta no es ni de España ni de Marruecos. Es de Dios, que la dará a quien la gane por las armas”, convencido de que sería él. Tras 33 años de continuos ataques y bombardeos, Marruecos tuvo que retirarse sin conseguir ocuparla. En la puerta de entrada a Ceuta figuraba inscrita la consigna: “MUERTOS SI, VIVOS NO”.
Muchos de aquellos ceutíes españolizados y sus sucesivas generaciones pagaron con su sangre y vidas su fidelidad a España. Pero España jamás les abandonó y siempre defendió a ultranza su lealtad, a costa de muchos miles de muertos. Y como unos y otros se fundieron en el duro yunque del combate y de la muerte, por eso los ceutíes siempre se sintieron arropados por España y su Ejército. Fue una “españolidad” forjada y ganada a pulso, en comunión espiritual de mutua hermandad y recíproca fidelidad, a la que los actuales ceutíes ahora tanto se aferran y tan orgullosos se sienten de ser los más españoles. Lo que más ofenda a los ceutíes es que alguien en Ceuta les diga: “me voy, (o vengo) de España”, porque ellos son y de corazón se sienten España y españoles de derecho y de corazón.
Ceuta es una ciudad preciosa, muy digna de ver, repleta de bondades, con lindas vistas y paisajes, depositaria de un rico patrimonio histórico, arquitectónico, artístico, cultural y monumental, que para sí quisieran muchas ciudades. Pero tiene ciertas limitaciones: está separada de la Península, rodeada por el mar y su frontera con Marruecos, padeciendo a veces duros temporales de levante que la azotan con días enteros incomunicada por barco, lo que a veces hace a los ceutíes sentirse aislados, y esperan ávidos que llegue el fin de semana para poder expansionarse disfrutando de su España peninsular, donde no tengan que sufrir la sensación de encierro, soledad y lejanía que la frontera y el mar les imponen.
Todo ello, creo que hace sumamente necesario que a Ceuta y Melilla se les comprenda, se les apoye y se les manifieste cercanía y solidaridad fraternal que se da entre miembros de un mismo cuerpo nacional. Ambas ciudades no se merecen que se les deje solas ni se sientan olvidadas; hay que estimularlas desde Madrid, máxime ahora que Marruecos cree que es el momento propicio para destruir su economía, comercio y desarrollo, con su drástico cierre de fronteras y demás dificultades de toda índole que les impone. Es por ello, que la visita a ella del rey de España, que reiteradamente ha visitado ya todas las demás Autonomías, menos Ceuta y Melilla, resulta imprescindible e inaplazable. Es un legítimo derecho de ambas ciudades, que clama justicia.
Siempre lo digo: No soy político. Tampoco nada me vincula a la monarquía que no sea la Constitución, pero las brutales injusticias me inquietan. Por eso, a aquel lejano discurso del Presidente Vivas haciendo justicia al rey emérito, quiero ahora sumar mi modesta opinión sobre el indigno trato que se está dando al monarca emérito, presionándole y acosándole para que se marchara de España contra su voluntad, un anciano con 82 años, visiblemente inválido. Todos somos iguales ante la ley, pero dentro de la ley. Y quienes le atacan no respetan su presunción de inocencia constitucional, que significa que somos inocentes sin que tengamos que demostrarlo. Quien pretenda destruir la presunción de inocencia de alguien, está obligado a aportar pruebas fehacientes de su acusación. Y todavía el acusado sería inocente mientras la Justicia no sentenciara lo contrario. Y nuestro Tribunal Supremo acaba de declarar que el rey emérito no está acusado de nada.
Quienes le han forzado a marcharse, han lanzado una campaña cruel, inmoral, extemporánea, ilegítima, desproporcionada y tremendamente injusta contra él para, de paso, tapar sus propias vergüenzas sobre presuntos delitos suyos que sustancian el Juzgado nº 6 de la Audiencia Nacional y el Juzgado nº 42 de Madrid. Hasta exigen al rey Felipe VI que acuda al Parlamento a dar cuenta sobre su padre; cuando quienes lo hacen acaban de votarse a sí mismos para no comparecer ellos ante una Comisión que en el mismo Parlamento se pidió crear para depurar esos mismos supuestos delitos. Para alcanzar el poder, “prometieron, por su conciencia y honor”, cumplir y hacer cumplir la Constitución, que instituyó la monarquía parlamentaria como forma de Estado, que ahora atacan. Dijeron que “asaltarían los cielos”; pero callaron que, de paso por la tierra, atacarían la monarquía, la democracia, la misma Constitución que les ha dado el poder y todo lo que les estorba.
El rey emérito, se habrá equivocado incluso en perjuicio de su propio legado. Nadie es infalible. Pero su presunta culpabilidad la tiene que determinar un juez o tribunal, no quienes le atacan. El balance general de su reinado es sumamente positivo. Convirtió un régimen autoritario en otro democrático, de libertad y diálogo. Trajo para España y los españoles 40 años de paz, trabajo y progreso. Se temía una transición violenta, y la acometió con audacia y prudencia, a la vez, pilotándola de forma tan pacífica y ejemplar, que hasta fue adoptada como modelo en numerosos países y Universidades.
Dicen que, en El Quijote, Cervantes escribió: “…País éste, amado Sancho, que destrona reyes y corona piratas…”.