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“Ceuta y Melilla son un laboratorio a cielo abierto, social y político”

Aunque es natural de Cagliari (Italia), Pietro Soddu ha dedicado gran parte de su carrera académica al estudio del fenómeno migratorio en el sur de Europa, concretamente en las ciudades de Ceuta y Melilla. Licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad de Cagliari, inició su doctorado en 2003 a través de la Universidad de Granada, en la escuela de Trabajo Social, sobre temáticas relacionadas con las migraciones internacionales, las políticas públicas y el desarrollo.

Confiesa tener especial predilección por Ceuta y Melilla, ciudades en las que ha vivido y trabajado por varios años, y por este motivo ha decidió presentar su último libro, ‘Acercamiento a los menores marroquíes desamparados como fenómeno migratorio y tratamiento profesional desde la educación social especializada’, en el cual recoge un amplio estudio y una propuesta educativa para combatir la adultización que los menores sufren, una vez que deciden emigrar de su país y llegar a España solos.

–¿Qué tienen de especial las ciudades de Ceuta y Melilla para que les haya dedicado tantos años de estudio?

–El interés hacia Ceuta y Melilla ha sido progresivo, sobre todo hacia Ceuta, que tiene toda una peculiaridad distinta a Melilla. La peculiaridad por la que yo me intereso en Ceuta y Melilla y me siento muy ligado a las dos ciudades es algo que ha allanado mi camino académico hacia la migración y todo lo relacionado con la inclusión social árabe musulmana en los países de acogida.

–¿Cuáles son esas peculiaridades?

–La peculiaridad principal de Ceuta es la distancia. Soy geógrafo de la población y Ceuta es una ‘Columna de Hércules’. Es una cercanía hacia la península, que desde el punto de vista psicológico, se sienten más protegidos respecto a la situación de Melilla. Además, Ceuta tiene la peculiaridad de estar rodeada por Marruecos. Ceuta será España, pero al mismo tiempo, geográficamente, está en el continente africano y está muy cerca de una serie de urbanizaciones y de centros urbanos bastante grandes, como son Tetuán, Tánger, por lo que el entorno se percibe más desarrollado.

–¿La situación de Ceuta y Melilla se asemeja a alguna otra frontera del mundo?

– Absolutamente no. Es una peculiaridad de Ceuta y de Melilla, no hay comparación. En cuanto a cantidad migratoria, es cierto que el proceso social de desamparo de los niños es una realidad en distintos países europeos, algo que en Ceuta y Melilla comenzó antes. Es algo que no existía desde otras fronteras del mundo. Todo inicia porque Ceuta entra en el acuerdo de Shengen, lo que permite a los residentes de Tetuán y Nador entrar sin necesidad de pasaporte. Se dice que estos menores proceden de zonas como Fez, pero la realidad es que la mayoría tiene a su familia al otro lado de la frontera y tiene un proyecto migratorio definido.

–¿Qué papel juega la frontera del Tarajal?

– La frontera representa, en mi opinión, todas las contradicciones culturales, sociopolíticas y jurídicas que no había antes. Ahora mismo, con el fenómeno de la migración, la frontera adquiere un significado que antes no tenía. Antes Ceuta vivía con su entorno marroquí con mucha más tranquilidad y puedo atreverme a decir que con el Protectorado, a pesar de todas las facetas negativas, se vivía en una armonía que se podía percibir. Ahora estamos en una alarma social.

–¿Cómo cree que afectan los problemas constantes en la frontera entre España y Marruecos?

–La cuestión relacionada con la construcción de la alambrada merecería un capítulo entero aparte, es una cuestión política y jurídica. Si no hubiera esa alambrada, una posibilidad sería un ingreso masivo. Aquí estamos hablando del hecho de que llegan menores migrantes sin brazos, sin manos, cortados... Hay una alambrada que genera varias opiniones, algunos la denominan como ‘el muro de la vergüenza’.

Puedo decir que de 1999 al día de hoy no ha cambiado nada, pese a que la frontera ceutí fue pionera en Europa por sus medidas de control. Siguiendo este hilo conductor, la realidad es que hay una valla.

La cuestión es ¿por qué en vez de hacer visitas para hablar de acuerdos pesqueros o de otros asuntos, realmente no se habla de este problema? Se puede hablar de inversiones de la UE, de España o de diversos países en la educación e instrucción en países necesitados.

Lo que se llama cooperación internacional: crear desarrollo en los países de origen. Quitando la problemática de las guerras y de los refugiados, que realmente no están afectando tanto a España, pues desde 2014 han llegado cerca de 47 mil migrantes frente al más de un millón que se mueven por la ruta central mediterránea, Marruecos tiene una situación deficitaria que promueve esta migración. Se hacen inversiones, pero hay que invertir con un control. Hay que invertir en cosas concretas, neurálgicas, que pueden disminuir estar desestructuración de la familia.

–¿Y cómo actúa la comunidad internacional al respecto?

– Se necesita ratificar la ley, que se sancione, que haya embargos, como se hace con otros asuntos. Aquí estamos hablando de una Comunidad Internacional que va a Nueva York, a las Naciones Unidas, con todas sus delegaciones a sentarse alrededor de una mesa y a firmar con bolis de oro la Convención de los Derechos de los Niños y decir que ellos la han firmado, pero luego no la cumplen.

Por un lado son necesarias las medidas, los instrumentos legales para poder ayudar y soportar una gestión más coherente de este proceso legal. Colaboración, control de las fronteras y con los niños que ya están dentro, una gestión mejor y un debate político importante en el Congreso.

–Una vez que han pasado a España, ¿se está actuando bien con estos menores?

–No, absolutamente no. Primero no hay unos programas de formación específicos que interesen a los niños. A los niños les atrae el deporte y eso se puede usar como programa de intervención, algo que también tiene en común con el programa en prevención de drogodependencia.

Hay que fomentar un estilo de vida sano, la función social, el respeto de las normas, saber estar en grupo y estos niños no saben estar en grupo. Decir que España no está actuando bien con los menores desamparados no es una afirmación.

España, como otros países europeos, tiene carencias en algunos instrumentos jurídicos y de gestión de la acogida de los centros, que son lagunas tan fuertes, tan importantes que no consiguen llegar al objetivo de la inclusión social de los menores.

Estamos hablando de niños que necesitan una inclusión social, eso significa hacerles vivir, de una forma u otra, un ambiente familiar que ellos no tienen.

–¿Qué función deben tener entonces los centros de acogida?

–Mi libro pretende ser una guía y el punto de salida es Ceuta y Melilla. Son dos ciudades laboratorio a cielo abierto para sociólogos, politólogos, todas las disciplinas académicas.

No hay ciudades de esta tipología en ninguna parte del mundo, tanto en lo negativo, como en lo positivo, yo diría que más en lo positivo. Dentro del centro esta situación de tener un régimen abierto es un problema, hay un fallo jurídico de la Ley de Protección del Menor, de la ley del educador, que hay que solucionar lo antes posible.

Esta es la realidad. Yo propongo una educación social especializada. La educación social del menor no puede limitarse en dar comida o programas puntuales de inserción sociolaboral a los 16 años.

"La frontera representa todas las contradicciones culturales, sociopolíticas y jurídicas que no había”

El educador social especializado es alguien que adquiere y se enriquece de otras disciplinas, como la interculturalidad, la interdisciplinariedad, que le permite llevar a cabo programas de intervención y actuación muy atractivos para unos niños que no tienen normas, que no tienen reglas, son ‘adultizados’ y necesitan volver a ser niños.

Estos niños no tienen una familia. ¿Quién puede seguir adelante con 12 años sin tener un punto de referencia, sin un padre y una madre? En el libro propongo dos programas, uno de deporte y otro sobre prevención de la drogodependencia.

El objetivo principal es modificar sus normas, evitar ese rechazo a las reglas del centro. En la calle no hay normas, están solos y lo que ellos suelen decir es: “Nos estamos buscando la vida”.

–¿Cuál es el perfil de esos niños que evitan el centro y prefieren la calle?

–Está el caso de los que están llegando por la ruta central mediterránea, de la cual se dice que han desaparecido 10.000 niños desamparados en Europa. Esos son niños desamparados, sin familia, que siguen a los adultos que escapan a una guerra civil.

Pero en el caso de Ceuta y Melilla, y del Magreb en general, el problema es distinto. Son niños que hacen uso de drogas duras: cola, pegamento... Traen esta problemática desde el origen.

"La educación social del menor no puede limitarse en dar comida o programas laborales puntuales con 16 años”

Bastaría dar un paseo por Casablanca para ver 50.000 niños por la calle. Es comparable a los niños de la calle de Río de Janeiro, con una bolsa de plástico con la cola. Los efectos de inhalar esta droga barata son letales para el cerebro y ellos son capaces, incluso dentro del centro, de hacer todo esto, de usar arma blanca, de poner en serio peligro el papel del educador social y de su propio compañero.

–¿Tienen algún tipo de protección en la calle?

–Están solos desde que empieza su proyecto migratorio en origen. En la calle de allí y en la llegada aquí. La mayoría de los niños que llegan a España no quieren estar en Ceuta, en Algeciras o en Andalucía, quieren irse a Barcelona, Madrid, Suecia, Noruega...

"No hay ciudades de este tipo en ninguna parte del mundo, tanto en lo negativo, como en lo positivo”

Conocen bien el mundo a los 13 años. En Ceuta no están solos, los centros están, pero sí que es verdad que la tipología de acogida de estos niños, en un centro de régimen abierto, es complicada. Si hay un centro de reforma, la cosa cambia. El régimen abierto implica un control social importante y político por parte de la Ciudad Autónoma, así solos no están.

–¿Es posible la inclusión?

–No es imposible. Es necesario que haya una cooperación entre Marruecos y España para la protección de la infancia. Si la ley dice que cuando se encuentra a un niño sin familia la primera intervención es la de buscar su familia para la reinserción en su nucleo familiar, estamos hablando de una operación ardua y difícil. No es que no se puede aplicar, es que es muy difícil si además nos referimos a recursos económicos, aunque en cuestión de niños, no hay que escatimar en recursos.

–Entonces, ¿cómo frenar esta llegada de niños?

–En la frontera del Tarajal. Los policías marroquíes hacen pasar los niños porque les da igual. Hay que controlar a los menores que cruzan la frontera, no dejar pasar a niños solos o acompañados de personas que no sean su familia.

Esto no significa hacer daño al niño. No le estamos haciendo daño no dejándole pasar, le estamos haciendo daño en el momento en que los niños entran en una ciudad donde la situación actual, con los fallos de los instrumentos jurídicos españoles y también de una organización supranacional como la Unión Europea, está fallando. Lo ideal sería la cooperación internacional, efectiva, con el país de origen. Yo siempre he definido a Marruecos y España como primos y enemigos. Es el momento propicio para cooperar y evitar esta oleada.

–Y en materia política, ¿qué hay que hacer ?

–El Gobierno Central y el Gobierno Europeo tendrían que tomar medidas para los menores sin familia, no recomendaciones o instrumentos jurídicos como los del Parlamento Europeo que no son vinculantes, sino reglamentos o directivas que dicten que es necesario cambiar la ley de protección al menor y que los centros de los niños estén en un régimen abierto más controlado.

"El Gobierno Central y el Gobierno Europeo tendrían que tomar medidas para los menores sin familia”

Yo no estoy proponiendo la cárcel, pero sí una regulación de horarios. El centro debe ser como una familia: puedes salir, pero tiene que regresar. Pero lamentablemente, en la actualidad, la mayoría no regresa y se va al puerto a intentar colarse.

Un futuro sin jóvenes en los países de origen

Independientemente de los problemas que genera la migración en los países receptores, Pietro Soddu va más allá y plantea el futuro, no muy lejano, al que se enfrentan los países de origen con una población joven que abandona su casa.

Explica que son dos los tipos de jóvenes que salen de sus países: los que vienen de una familia desestructurada o los que tienen que emigrar por cuestiones de pobreza en el núcleo familiar. En el primer caso, asegura que los niños siguen el ejemplo de los adultos que emigran y ven en España un país atractivo para vivir.

“Sus expectativas son las de emigrar a la península, buscar trabajo y piensan que se pueden convertir en un futbolista famoso. Le atrae la opulencia de España que ven en la tele”.

Mientras que en el segundo caso, es la misma familia la que tiene un plan definido para los menores. Hacen que los varones emigren debido a la situación extrema de pobreza que viven y se ven en la obligación de mandar a sus hijos fuera, solos, porque no tienen como mantenerlos.

Al marcharse los jóvenes, explica el investigador, hace que se pierda un recurso humano, de habilidades y capacidades, que dejan de contribuir para el desarrollo de su país. Antes no afectaba tanto porque las familias eran más grandes, pero ahora sólo tienen dos o tres hijos.

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