Opinión

Ceuta, Melilla y la OTAN

España queda situada en el fuego diplomático cruzado entre la Alianza Atlántica y Rusia, país amigo, que se ha quejado, ¨se han confundido de enemigo¨, y en la dialéctica defensa de sus derechos-obligatoriedad solidaria hacia la NATO

La escala de una flotilla rusa en Ceuta, que se ha venido repitiendo con frecuencia durante el último lustro, en base a la normativa de aprovisionamiento de los buques de guerra extranjeros en puertos españoles en tiempos de paz, en el caso actual, con el portaaviones Kusnetzov, ha resultado a la postre frustrada por las protestas de la OTAN, al invocar que el destino de la flota era Siria, con todo lo que conlleva en estos momentos. España queda así situada en el fuego diplomático cruzado entre la Alianza Atlántica y Rusia, país amigo, que se ha quejado, ¨se han confundido de enemigo¨, y en la dialéctica defensa de sus derechos-obligatoriedad solidaria hacia la NATO. Todo ello, incluido el perjuicio económico para el puerto ceutí, faculta para su análisis desde la técnica de la política exterior, confirmando una vez más que para que la toma de la decisión sea correcta, requiere la globalidad, esto es, la inclusión del tema en la técnica de la relación total a fin de que, en su atingencia, haga coherente la dialéctica relación total-interés total.
¿Por qué España no consiguió al integrarse en la OTAN la cobertura para Ceuta y Melilla? Cuando escribí sobre el asunto años después, recuerdo que me adherí a la tesis de que ¨un gobierno menos inseguro y precipitado que el de Calvo-Sotelo, quizá hubiera podido negociarlo¨, porque las ampliación de la cobertura atlantista a todo el territorio nacional, si bien estaba excluida del texto de la Alianza, lo era porque la situación geográfica extrametropolitana en Africa no se contemplaba, excedía de los teóricos límites naturales aliancistas.
Quizá pues Madrid debió de jugar  más fuerte sus bazas a la vista de los antecedentes de los territorios argelinos de Francia o del territorio de Turquía y de varias islas al norte del Trópico de Cáncer, especialmente si como recuerda el mismo Calvo-Sotelo, ¨me dí cuenta de que para España tendría mayor trascendencia por su superior calado político, acelerar el ingreso en la OTAN antes que en Europa, que se planteaba como un tema económico¨. Independientemente de que no parece que la aseveración resultara compartida por casi nadie fuera de algún que otro corpúsculo militar, el hecho es que no se consiguió y para colmo, en las negociaciones para la integración total en la estructura militar, en 1997, en alguna manera cedimos los derechos en superficie sobre Las Salvajes, como peaje ante Portugal por el apoyo que su aliado inglés daba a España. Pues bien, lo que en principio entonces resultaba factible, ahora se complica en el juego de alianzas por el factor marroquí y su estrecha relación con Francia y Estados Unidos.
Sin embargo, procede apresurarse a subrayar, centrándolo en sus justos términos, que el tema de la no cobertura explícita de los territorios españoles norteafricanos, no debería de llevarnos muy lejos, no debería de hiperbolizarse, de tergiversarse, puesto que el actual concepto de estrategia de la organización atlántica sí los cubre implícitamente, en base al principio de solidaridad entre los miembros, a través de las intervenciones fuera de zona.
Mayor interés plantea, por tanto, el asunto del juego de alianzas en el hipersensible Estrecho de Gibraltar, nucleado por un elemento geoestratégico que conduce a afirmaciones del siguiente tenor: ¨Ninguna potencia permitiría que un mismo país controle las dos orillas del Estrecho¨, en la valoración de Hassan II, que constituye el punto central de su doctrina táctica, completada con el corolario ¨cuando España recupere Gibraltar, Ceuta y Melilla volverán a Marruecos¨. Al mismo tiempo, también se presenta automática la conexión rabatí con el Sáhara, donde la reivindicación alauita de las ciudades viene mediatizada en alta aunque imprecisable medida por su resolución, complicando sobremanera la delicada ingeniería diplomática de la zona.
Ahí el punto nuclear radicaría en poder precisar el cuándo, el momento en que Mohamed VI, menos experimentado y quizá más urgido que su predecesor en marcar los tiempos en los contenciosos con España, considere suficientemente resuelto el conflicto saharaui y por ende, se sienta en condiciones de pasar a la por lo demás irrenunciable acción en el norte. Ese dato clave está a su vez en función de la alianza marroquí con Francia y con Estados Unidos. El Elíseo apoyando resueltamente a Rabat en la tradición inalterable con su antiguo protectorado y la Casa Blanca para reafirmar su estrategia post 11-S con la nación árabe más occidental y prooccidental, frente al terrorismo fundamentalista y cara a sus planes en Oriente Medio, más, como en el caso francés, los intereses petroleros.
En este momento procesal para la toma de la decisión y una vez precisado en grado bastante el peso atómico internacional de España, que junto a los activos económicos y militares, suma el acervo cultural, con la fuerza excepcional del idioma, procede establecer la comparativa de la relación española y marroquí con Francia y Estados Unidos. La referencia promarroquí al XVIII, a la independencia norteamericana, recordando que fue Marruecos el primer país en reconocer a la recién nacida república, es correcta pero no debería de sobrevalorarse en perjuicio de la conexión española, mucho más sólida en cuanto contribución activa a esa independencia.  Pero en la evocación del tiempo diplomático hábil, esto es, reciente, los antecedentes operativos arrojan un cuadro elocuente con el papel USA en la Marcha Verde o el sin tapujos galo en Perejil.
Por encima de las incorrecciones de diversa índole que llenan  todos nuestros libros y las referencias a ellos y que no volveremos a escribir, una conclusión emerge enhiesta: que la toma de decisiones en política exterior es más complicada que en política interior, hasta por definición, dada la bilateralidad, la trilateralidad, e incluso, como en este caso, la concurrencia de partes.
Sentado lo anterior, la solución dada al incidente ha resultado acertada, como han resaltado varios medios entre ellos El Confidencial Digital, que ha hecho un buen trabajo de investigación y del que tomamos algunos datos. La retirada de la petición rusa para hacer escala, tras la negociación con Madrid, faculta para salvar la situación y en su carácter casi salomónico permite que no marque un precedente. Y además de no deteriorar la relación con Moscú (donde yo realicé en solitario uno de los viajes iniciales de la cooperación hace treinta y tantos años) que conviene seguir incrementando en el juego diplomático global, otorga el blessing, a los efectos de la debida formalización de la cobertura atlantista de nuestros territorios,  para dar un toque indirecto a Bruselas-OTAN, remarcando, sin complejos y sin prejuicios, el valor geoestratégico de la España europea, el mismo que llevó a Washington a la alianza con las bases en la España que entonces era una dictadura.
De esta mêlée non nata, la única parte perjudicada ha sido Ceuta económicamente, lo que no debería de volver a ocurrir, y si las demás opiniones que he formulado lo han sido a título de posiblemente el mayor experto español en nuestros contenciosos diplomáticos (circunstancia que espero ponga en valor el nuevo gobierno) esta última ponderación, el perjuicio para Ceuta o naturalmente para Melilla, la hago como miembro del Instituto de Estudios Ceutíes, a estos efectos en el centro de nuestros principales diferendos de política exterior.

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