La Fundación Interservicios Ceuta reitera, entre sus diversas iniciativas, “la realización de un Estudio diplomático a cargo de expertos sobre las posibles intenciones de Marruecos respecto de Ceuta a fin de facilitarlo al Gobierno de la Nación, informándole en todo momento de las medidas que deben adoptarse en defensa de su españolidad”. Asimismo, la Fundación insiste en ¨la incorporación urgente de Ceuta al área protegida por la OTAN” junto con “la incorporación al espacio Schengen previo el estudio correspondiente”. Y además contempla “el caso de Gibraltar tras el Brexit para aprovechar las ventajas que puedan obtenerse de la Roca e implementarlas en Ceuta”, citando como elocuente ejemplo el juego on line, que está suponiendo otra destacable salida para la maltrecha economía local.
Una aceleración histórica sin precedentes en la hipersensible zona del Estrecho de Gibraltar, con la consiguiente ampliación de las expectativas, que es posiblemente el término con mayor carga en las relaciones internacionales, ha puesto de manifiesto una neotérica situación acentuada por el giro de Madrid en el Sáhara Occidental cuyo intríngulis cabal no nos consta, lo que no obsta para su descalificación en y de principio: va contra la legalidad internacional y adolece de su primer elemento ontológicamente constitutivo, el acuerdo entre las partes.
En 1989 publiqué el Estudio diplomático sobre Ceuta y Melilla en la argentina Córdoba la docta, donde yo fungía como cónsul general. Y ello porque en Africa, Asuntos Exteriores, donde naturalmente propuse la edición, me sugirieron que suprimiera “la promesa de devolución por parte del rey de España”, que aparecía en la obra de Attilio Gaudio y había sido reproducida en un fascículo de Negocios Extranjeros de Rabat, cierto que con todas las cautelas de rigor, que -casi- todo hay que decirlo: “le Roi se serait engagé…”, tal que había escrito el autor francés, y que yo había encontrado casi de casualidad, el documento rabatí, en el curso de mi documentación. Como yo entendía que teníamos la oportunidad de poner las cosas en su sitio, decliné el ofrecimiento de Exteriores y lo publiqué en Argentina. Años después lo editó en España el Instituto de Estudios Ceutíes y figura entre mis libros de referencia.
En relación con la iniciativa de Interservicios, precisamente termino de escribir un artículo en El Faro, “La inaprehendible técnica diplomática con Marruecos: dos dudas y una certeza” que podrían venir bien a título procedimental para el corpus del asunto, por lo que se reproduce parcialmente.
La reivindicación marroquí sobre los territorios hispánicos en el norte de Africa forma parte perenne y programática del ideario alauita. Es histórica e imprescriptible. No va a extinguirse nunca en horizontes contemplables. Esa es la certeza de técnica diplomática bilateral en el contencioso más complicado que tiene España.
Rabat no va a entrar todavía en el, digamos, fondo del asunto reivindicatorio. Necesitaría previa e inexcusablemente solventar el Sáhara como marcó en su sagesse de dosificador de los tiempos con Madrid, Hassan II: “el tiempo hará su obra o la lógica de la historia para que las ciudades vuelvan a la Madre Patria”. Mohammed VI, a pesar de sus espectaculares logros diplomáticos no ha terminado de conseguirlo, y más urgido que su predecesor, se ha lanzado a lo que yo mismo he denominado diplomacia acelerada, presionando con éxito coyuntural a Madrid, mediante acciones que se califican por sí mismas en su opinable ortodoxia, más otras de tremenda eficacia como “la costa del sol”, con sus polos en creciente avance de Tánger y Nador, muestra de la acertada dinámica económica del vecino del sur.
La solución definitiva a la controversia saharaui pasa por el acuerdo entre las partes como preceptúa Naciones Unidas y ni la RASD ni Argel, parte más que interesada, aceptan la nueva posición española. Sentado ese punto clave e inexcusable, el recurso a la siempre invocable en cuanto destrabadora realpolitik para llegar al “ni vencedores ni vencidos” que habría formulado Hassan II, facultaría para una estrategia que llevara -según mi modesto pero conocedor criterio- a la auspiciable partición, que junto con otras tres alternativas propuso Kofi Annam en el 2002, sencillamente porque Palacio no podría ceder más ya que ello entrañaría un tercer golpe de Estado, éste ya definitivo, ni la RASD integrarse en la gran autonomía ofrecida por Rabat, dado que podría implicar que su entidad terminara extinguiéndose dentro del reino, que desapareciera con su identidad de hijos de la nube el pueblo del desierto.
A pesar de los esfuerzos de Madrid, la cumbre de la OTAN no ha variado la cobertura formal de la Organización, lo que hubiera requerido la modificación de la carta fundacional. Pero ello resulta aquí irrelevante como lo es el nuevo concepto estratégico precisando en su exhaustividad conceptual que se cubre “el territorio de todos los miembros”, “hasta el último ápice” o algo así, con un léxico de escaso estilo funcional que acaece en esas redacciones declarativas ya sobre el tiempo, antes del champán, en las negociaciones en las que técnicamente no se puede ir a más. Simplemente “por no corresponder en ese momento”.
"La solución definitiva a la controversia saharaui pasa por el acuerdo entre las partes como preceptúa Naciones Unidas y ni la RASD ni Argel, parte más que interesada, aceptan la nueva posición española"
Ahora que recientemente se ha incluido por primera vez a Ceuta y Melilla en la Estrategia de Seguridad Nacional, ya con la situación degradada, corrigiendo en mi opinión una llamativa ausencia que tal vez no haya permitido felicitar a nuestros numerosos estrategas (tres veces más miembros tiene el CNI que la carrera diplomática y eso sin contar en las proximidades funcionales, adláteres, similares y hasta aficionados, y un centenar de funcionarios el Departamento de Seguridad Nacional, que ha tardado visiblemente en englobar a Ceuta y Melilla, por lo demás dirigido con dedicación por mi viejo amigo y casi homónimo general), quizá interese traer a colación el dato geoestratégico de las alianzas en zona hipersensible, que alcanza, teóricamente, hasta las Canarias y de manera directa con las pendientes negociaciones sobre las aguas jurisdiccionales. Y entonces, un breve apunte que se quiere operativo en esta sinopsis de urgencia: los dos principales aliados de Rabat, se caracterizan, Francia por ser el único país de la UE miembro permanente del Consejo de Seguridad, con todo lo que esa especial condición/llave comporta; y Estados Unidos, con la entente bilateral antigua desde 1777, cuyo más que blessing para blindar al aliado israelita ha desequilibrado la cuestión saharaui, amén de, ya sobre Ceuta y Melilla, respecto de la cobertura de las ciudades, atenuar ¿sobremanera? el principio de solidaridad entre los miembros en las intervenciones fuera de zona por parte de la OTAN.
Quizá resulten pertinentes dos adendas más. Durante media centuria la gestión de los diferentes presidentes y ministros de Asuntos Exteriores no ha permitido apreciar avances en general, más bien retrocesos, en tan histórico, importante, recurrente e irresuelto que no irresoluble asunto de las controversias territoriales, que arroja un déficit diplomático creciente en la globalidad. Ni siquiera en el plano “académico” se ha creado, como he pedido repetidas veces, una oficina para el correcto tratamiento coordinado de los tres grandes contenciosos, que están tan entrelazados como en una madeja sin cuenda donde al tirar del hilo de uno para desenrollarlo, surgen automática, inevitablemente los otros dos.
La segunda adenda radica en la globalidad del contencioso. No se trata de Ceuta por una parte, ni de Melilla por otra. Ni de los peñones e islas por la suya, claro. Son Ceuta y Melilla. A pesar de las manifiestas diferencias que presentan y que a título gráfico pudieran simbolizarse en que “desde Ceuta se ve España, se otea Gibraltar, y desde Melilla sólo se contempla el mar azul”, el contencioso se muestra como un todo, al menos en el terreno de los principios, como ya señaló Fernando Morán, al considerar posibles negociaciones del tipo de ceder una ciudad y mantener la otra, “lo que implicaría perder firmeza en lo fundamental, es decir, en los principios”.
Quedo a disposición.
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