Desde el domingo, día 6 de junio, no dejo de recibir señales de las fuerzas profundas. A primera hora del mencionado día, cuando todos en la casa dormían, estuve releyendo el trabajo de C.G. Jung titulado “Rebirth” (renacimiento). Es como si lo hubiera leído por primera vez. Lo que más despertó mi interés fue la interpretación de Jung del contenido de la sura coránica XVIII, conocida como “La Caverna”. Para Jung este pasaje constituye un ejemplo paradigmático de renacimiento en el que se plantean dos posibles vías para completar el proceso de transformación interior. La primera es la del cambio trascendental de la personalidad que ejemplarizan los Siete Durmientes. Éstos alcanzaron el grado superior de auto-realización a través del sueño (incubatio) y la atención a la palabra divina.
La otra vía es más dogmática y ejemplarizante. En esta segunda opción de transformación el renacimiento se obtiene gracias a las enseñanzas de al-Khidr, el cual vive en “la confluencia de los dos mares”. Nos referimos a un lugar imaginal, el cual, no obstante, puede relacionarse con un espacio geográfico concreto. Aquí Jung erró al identificarlo con el canal de Suez, cuando distintas fuentes árabes no dudaron en relacionar la confluencia de los dos mares con el Estrecho de Gibraltar.
Cuando Moisés y su ayudante Josué llegaron aquí el pez salado que portaban cayó al mar y desapareció en las aguas. Sobre el lugar exacto en el que el pez volvió a la vida, Jung comentó que éste se convirtió en tierra firme adoptando la forma de un pez. En este instante comprendí que la silueta de Ceuta es la del pez de Moisés que resucitó al tocar el agua de la vida.
En la tercera y última parte de la Sura de la Caverna se menciona a Dhul Qarnayn, tradicionalmente asociado a la figura de Alejandro Magno. Sin embargo, Jung considera que es un personaje creado por Moisés para explicar a su pueblo lo que aprendió en la confluencia de los dos mares. Dhul Qarnayn, según se relata en el Corán, viajó primero a Occidente, donde observó que el sol se ponía “en un manantial cenagoso y halló junto a él a una gente” a quienes exhortó a que creyeran y actuaran con rectitud, sino querían recibir un “castigo abominable”. Acto seguido se dirigió a Oriente. Una vez visitados ambos extremos de la tierra se deduce del texto que fue al mítico “centro del mundo” situado entre “las dos montañas”.
Los habitantes de la ciudad allí existente temían a Gog y Magog, los corruptores de la tierra, por lo que, con la ayuda de Dhul Qarnayn, construyeron una muralla hecha de hierro y cobre para que los invasores no pudieran acceder a la ciudad sagrada. Esta muralla, según el Corán, permanecerá en pie hasta la llegada de Satanás, el cual la reducirá a polvo. La interpretación psicológica de este último acontecimiento de tintes apocalípticos es que la disolución de nuestro particular perímetro fortificado, es decir nuestra conciencia, cae en el momento de la muerte y la isla de al-Khidr (nuestro centro o sí mismo) volverá a ser inundada por las aguas oscuras del inconsciente y se disolverá.
Ceuta, por tanto, en el marco de la geografía visionaria, es la isla del al-Khidr o, lo que es lo mismo, el pez que se transformó en tierra firme tras nadar en el agua de la vida. Sobre esta isla está sentado al-Khidr “en un trono de luz, entre el mar y superior y el mar inferior”.
Esta reinterpretación de la leyenda del al-Khidr que hago coincide en el tiempo con el regreso de la Gran Diosa que ha vuelto para unirse en matrimonio sagrado con el Viejo Sabio que simboliza al-Khidr. De este matrimonio nace el “filius sapientae” que representa la piedra filosofal. Este ser renacido busca la individualidad sin renunciar a la socialización; mantiene sus sentidos físicos y sutiles activos para percibir la naturaleza y capta el sentido de la belleza de los seres y los paisajes que le rodean.
Me gustaría que esta relectura de la mitología contribuyera al reconocimiento del carácter mítico y sagrado de Ceuta, pero no sé si lo conseguiré. No quisiera dar por perdida la lucha a favor del alma del mundo, pero reconozco la dificultad de esta quimérica empresa. Lo que está a mi alcance es poco. Sin embargo, como escribió W.Goethe, aunque sea poco lo que podamos hacer tenemos que intentarlo sin esperar ninguna recompensa ni alcanzar la meta. Es mi deber concentrarme en liberar el espíritu de Ceuta aplastado bajo toneladas de cemento y hormigón. Las únicas herramientas de las que dispongo son mis escritos, que recogen mis percepciones, emociones y pensamientos. De anda valen si no los utilizó para el fin de persigo.
El anhelo de trascendencia, la curiosidad y el deseo de expresión artística son comunes a todos los seres humanos. No obstante, estas emociones nos llegan de manera más intensa si proceden de nuestro entorno natural e identitario. En todos los lugares hay algo –denominado “genius loci” en la antigüedad clásica- que “está arraigado en las raíces invisibles y en los más profundos significados de ese lugar”. Según Whitman, la obra del verdadero escritor consiste en absorber el espíritu del lugar y “efundirlo de nuevo, exhalando palabras y productos de su propio medio” para llevarlo a las más altas regiones de la literatura.
Yo tengo claro que el espíritu de mi lugar natal, Ceuta, está estrechamente vinculado a la renovación de la vida. En sus aguas muere cada día el sol y gracias a su poder revitalizante vuelve a ascender por Oriente a la mañana siguiente. El sol es el pez que le indicó a Moisés y Josué que habían llegado a la confluencia de los dos mares en la que reside el sabio al-Khidr. Tal y como interpretó C. G. Jung en su obra “Símbolos de transformación”, en el extremo de Occidente el sol es cabra-pez. A partir de esta idea, hace algún tiempo observé que en el solsticio de invierno el sol cae al sur del rostro del Atlante dormido y a partir de ese día comienza su descenso siguiendo la silueta del titán hasta que en los primeros días de mayo toca el mar. Luego atraviesa el Estrecho hasta que en el día del solsticio de verano comienza su regreso a la orilla africana. Mi primera interpretación mitológica de este fenómeno me llevó a relacionarlo con el mito de Sísifo, identificando su piedra con el sol. Esta lectura no excluye pensar que este mismo sol, tal y como pensó C.G.Jung, sea una figura que adopta la imagen de una cabra en el solsticio de invierno y a partir de ese día comienza su progresiva transformación en pez que se completa a principios mayo, momento en el que sol toca el agua del mar. Desde el centro de Ceuta se aprecia que el lugar exacto del regreso del pez al mar corresponde a Punta Bermeja, donde se encuentra la fuente de la Victoria. Esta fuente pienso que es el manantial del agua de la vida localizado en este entorno por diversos autores árabes de época medieval.
En resumen, podemos decir que Ceuta surgió del mar tenebroso en el momento en el que el pez salado traído por Moisés cayó al mar y volvió a la vida. Este mismo pez, según ciertos comentarios coránicos, se convirtió en firme adoptando la forma de un pez, tal y como se puede apreciar en la misma silueta del Ceuta. De esta forma, Ceuta pasó a ser la isla de al-Khidr sobre la que se sienta en un trono entre el mar superior y el mar superior. Su presencia mantiene a Ceuta siempre verde, a pesar de todo el daño que le provocamos a esta tierra sagrada.
La leyenda del al-Khidr puede aplicarse a nuestra propia existencia. Nuestra vida es un viaje desde el nacimiento (Oriente) hasta la muerte (Occidente) siguiendo el ejemplo del periplo diario del sol por el cielo. El sentido de este viaje es el mismo que motivó a Moisés y Josué a salir en la búsqueda de la confluencia de los dos mares: adquirir la sabiduría. Si nos marcamos el propósito de alcanzar la gnosis divina podemos renacer gracias a los contenidos vitales que nadan en el oscuro mar del inconsciente. Estos contenidos están, en opinión de C.G. Jung, simbolizados por el pez. Gracias a él, al pez, surge una piedra, similar que sirve de asiento a al-Khidr, de la que emana agua vitalizante.
El secreto de la inmortalidad consiste en la permanente revitalización que nos aporta beber de las aguas primordiales y alimentar de los contenidos del inconsciente colectivo, al que también podemos llamar alma del mundo. La naturaleza y el cosmos tienen la capacidad de nutrir nuestra alma.
Ella es el centro inmortal de nuestro ser y el cuerpo sutil que seremos en la otra vida. Nuestro mundo interior será el mundo de afuera en el plano supraceleste. Mientras estemos en este mundo “nuestra atención debe centrarse por completo en la tarea de escuchar a la naturaleza, de oír el secreto de sus procesos” (Goethe).
La naturaleza tiene voz de mujer o, mejor dicho, de diosa. Yo empecé a prestarle atención a partir del año 2013, pero cuando se hizo claramente audible fue a comienzos del año 2015. Ese año Sophia aeterna me animó a escribir sobre ella. Poco tiempo después apareció en una gruta artificial en forma de talismán con su imagen resplandeciente y su poder fecundante. En el mismo lugar encontré un betilo o piedra sagrada de simboliza el matrimonio sagrado entre el principio masculino y el femenino, así como materializa la conjunción entre la Gran Diosa y el Viejo Sabio.
Los atributos simbólicos con los que se mostró la diosa fueron los de Isis. Era la segunda vez que supe de ella. La primera ocasión sucedió a comienzos de mi carrera profesional como arqueólogo y la segunda coincidió como mi renacimiento espiritual y mi regreso al mundo de la arqueología.
La diosa ha sido mi principal fuente de inspiración literaria en estos años hasta que, en el domingo de Resurrección del pasado año, sentí que definitivamente se había alojado en mi templo interior como Sophia (sabiduría divina). Su compenetración conmigo logró que volviera a brotar en mi interior la fuente del agua de la vida. A partir de ese día trabajo todo lo que puedo en la reconstrucción del profetizado templo en la confluencia de los dos mares. Tal y como escribió Henry Corbin, solo unos pocos visionarios están llamados a formar parte de la comunidad-templo, cuya misión “permanece centrada en la reconstrucción del templo, porque su norma es luchar contra la desacralización del mundo. Pero está reconstrucción no será definitiva e imperecedera más que si es la construcción del templo por venir, más allá del tiempo de este mundo. La destrucción del templo es la catástrofe del origen. Su reconstrucción sólo puede ser una reconstrucción cósmica”. Quiere esto decir que nuestro esfuerzo debe centrarse en reconstruir el mundo imaginal sobre el que se asienta el templo de Sophia en la confluencia de los dos mares. No obstante, los guardianes del templo no pueden participar en esta misión sin que previamente hayan reconstruido su propio templo interior y le hayan abierto sus puertas a Sophia. Tal y como hizo al-Khidr con aquellos pobres huérfanos, él siempre está dispuesto a echarnos una mano para reconstruir los muros de nuestro templo interior. Con su ayuda guardo la esperanza de reconstrucción el gran templo sagrado que es Ceuta.