Opinión

Ceuta, entre la frontera y el mar

Si nos dedicásemos algún tiempo a averiguar cuantas ciudades en el mundo tienen las características de Ceuta y Melilla, llegaríamos a la conclusión de que se podrían contar con los dedos de la mano. De entre los muchos motivos que expresan esas características excepcionales, hay uno que sobresale: Ceuta es una ciudad atrapada entre la frontera y el mar, sus habitantes solo tienen esos dos canales de entrada-salida.

Si sales por mar, al otro lado está Andalucía, con la que una buena parte de la ciudadanía de Ceuta, comparte lazos culturales y familiares históricos. El grueso de estos ciudadanos y ciudadanas forman parte de lo que en el lenguaje de las cuatro culturas sería la comunidad cristiana.

Esta vía de salida no está nada mal, la travesía marítima para residentes está subvencionada al 75%. A esto hay que añadir, que la mayoría de los que emprenden este trayecto son trabajadores de entidades públicas que gozan de plus de residencia, por lo que el hecho de cruzar el Estrecho de Gibraltar no les supone gran dificultad.

A partir de cada jueves, el trasiego aumenta porque todo el mundo quiere partir, para aprovechar al máximo el fin de semana. Comienza el éxodo semanal, un sector de la ciudadanía tira para el mar y el otro tira para la frontera, pero todos al mismo tiempo y por los mismos motivos.

Si sales por la frontera, en el otro lado está el norte de Marruecos, zona con los que otra buena parte de la ciudadanía de Ceuta comparte lazos culturales y familiares históricos. Hablamos de lo que en el lenguaje de las cuatro culturas serían los musulmanes.

Aquí, a diferencia del caso anterior, asistimos a una vía de salida catastrófica: para completar un trayecto de menos de dos km se tarda entre dos y cinco horas en atravesarlo; si llevas cuatro yogures a tus sobrinos o tus primos te los tiran, al regresar, como a mucha gente le ocurrió este pasado Ramadán, lo que termina en el contenedor de basura son los dulces y productos típicos de esta fecha, elaborados a mano por parientes cercanos, que residen en el país vecino.

Dos únicas vías para entrada y salida, que conectan con dos mundos diferentes. Dos tránsitos igualmente necesarios para el conjunto de una ciudadanía que requiere fluidez y facilidad en ambos casos y que, no obstante, choca con una realidad caracterizada por la desigualdad. Mientras unos tienen sus intereses cubiertos, los otros no encuentran más que obstáculos, “los moros que se las apañen”, (parecería que dicen), porque es que les importa bastante poco.

Desde que se reabrió la frontera, la policía fronteriza marroquí exige el sellado digital de todos los pasaportes. Antes en cambio, los ciudadanos ceutíes estaban exentos, lo que agilizaba considerablemente el tránsito. Es lo que siempre hemos conocido como “la excepcionalidad del Tratado Schengen”, que a su vez permitía la entrada a territorio Ceutí tan solo con el pasaporte en vigor y sin visado a la población vecina de Tetuán.

Esta excepcionalidad ha sido anulada de facto y sin ninguna modificación oficial, con unas primeras consecuencias claras: La ruina del comercio ceutí, acabando con el eslogan “Ceuta ciudad de compras” y una frontera colapsada.

Y así andamos, porque parece que contra toda lógica, hay un empecinamiento en que la frontera, más que una frontera sea un muro lo más impermeable posible; un muro que nos aísle del país vecino, fuente única de problemas, delincuencia y peligros. Una absoluta barbaridad, incompatible con un mundo cada vez más global e interconectado.

Resulta irrebatible que aquí en Ceuta hay dos varas muy diferentes de medir el denominado como “interés público”, ese interés que el ciudadano recoge como algo bueno que hacen por él y que solo beneficia a una parte. De lo contrario, no es explicable que tanto PP como PSOE hayan decidido ir de la mano con la extrema derecha a la hora de apoyar la eliminación de la excepcionalidad Schengen. A la hora de convertir en una auténtica tortura la vida de una parte de la población para la que una frontera fluida constituye una necesidad de primer orden.

Los valores de la democracia y de la Constitución como garante de la justicia social, solo son puestos en valor a la hora de defender los intereses de una parte privilegiada y de mantener la jerarquía social.

Todo el asunto de la frontera y sus verdaderas razones, es el reflejo de un conflicto que, aunque se trate de ocultar es ya un clamor. De una manera muy didáctica resume la situación de injusticia social existente entre el centro y los barrios. Entre unos y “otros”.

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