Categorías: Opinión

Ceuta, ciudad abierta. Demasiado

Resulta llamativo que mientras en el perímetro fronterizo de Ceuta se ha levantado una alambrada con sensores de todo tipo, pero valla metálica al fin y al cabo, fácil de trepar y saltar si no fuera por la vigilancia que llevan a cabo los marroquíes dentro de nuestra ciudad, por el contrario, se levantan auténticos muros de cemento puro y duro coronados en no pocos casos con las vilipendiadas ‘concertinas’ para evitar que inmigrantes ilegales, que ¡ya están dentro de la ciudad!, puedan acceder al interior de esos recintos amurallados. Es una triste y lamentable paradoja. Ejemplos de ellos los hay a decenas. El muro que rodea el hospital militar, los colegios y los institutos, las instalaciones del puerto de Ceuta, el depósito de coches de Benzú, las instalaciones militares, el propio CETI y, el colmo, el muro que se ha levantado alrededor de la llamada planta de transferencia de basura en el Hacho. Si se quería impedir que los ilegales entraran a Ceuta, ¿por qué en su día no se levantó un muro de cemento de gran altura en el perímetro fronterizo? Hasta el anterior Defensor del Pueblo, Mújica Herzog  –al que un centenar de ilegales le asaltó la sede y se sentó a dialogar con ellos, en vez de llamar a la policía– puso el grito en el cielo porque la valla metálica estaba coronada con concertinas, concertinas que ahora aparecen en lo alto de los muros de cemento que rodean algunos de los edificios públicos citados anteriormente. ¿Por qué ya nadie protesta por que en esos edificios ceutíes haya concertinas? ¿O se trataba de que entraran unos cuantos miles de ilegales para así contentar a ONGs, la izquierda trasnochada y entregada, sindicatos vociferantes, prebostes de la iglesia y demás conciencias escrupulosas? Acaso con un muro de cemento en condiciones nos hubiéramos evitado todas esas invasiones durante todos estos años.
Las entradas por el perímetro han quedado obsoletas. Ya no es necesario que ningún inmigrante ilegal se arriesgue a recibir un tiro por la espalda. Nada de eso. Ahora se echan a nadar o se suben a un botecito de playa y avisan a la guardia civil y ésta, solícita, los trae a puerto en donde se les da una manta, un caldito calentito y, ¡hala¡, al CETI. Otros, como los marroquíes, entran a bordo de sus coches por la aduana y se dirigen rápidamente a empadronarse en el Ayuntamiento. Con razón nuestros líderes políticos y elementos afines proclaman a los cuatro puntos cardinales aquello de “Ceuta, ciudad abierta”. Pero, ¡hombre!, ¿no les parece que ya somos demasiados en estos veinte kilómetros cuadrados escasos?
Lo cierto es que nuestro alcalde –y no sólo él– anda el hombre diciendo a quien quiera oírlo que si la diversidad, que si la sociedad multicultural, que si las cuatro culturas, que si la convivencia, que si… Y además parece ser que nuestro Regidor municipal está convencido de que cuantos más individuos procedentes de diferentes culturas haya en Ceuta es una ocasión para felicitarse por ello. También hay ciudadanos necios que no quieren mirar de frente la realidad de nuestra ciudad. Por el contrario, en vez de argumentar escupen insultos. “La vida suele desinflar –nos recuerda Pablo Neruda– en forma implacable a estos seres circunstanciales”. Se empecinan en negar la evidencia. Malos tiempos corren cuando hay que demostrar lo evidente. Toda realidad que se ignora   –decía  Ortega–    prepara   su   venganza. Y la venganza tomará cuerpo, en nuestra ciudad, con el tiempo, con un aumento brutal de la población con respecto de nuestro tamaño, con el colapso y deterioro del nuevo Hospital, con un impacto bestial sobre el medio ambiente, con un déficit crónico de viviendas, debido al escaso espacio para edificar, con un pavoroso número de personas desempleadas, con un aumento de la delincuencia, con la formación de guetos étnicos, con un elevado gasto farmacéutico, con un fracaso escolar de proporciones alarmantes, con el nacimiento de grupúsculos promarroquíes –quizá violentos– que reivindiquen desde dentro el derecho de Marruecos sobre nuestra ciudad –recuérdese que aquí estallaron bombas hace treinta y tantos años–, proliferación de las construcciones ilegales y un largo etcétera. Esa es la venganza cuando se escamotea la realidad.
A este respecto, si, como pregona el alcalde Vivas, nuestra ciudad posee toda clase de características –clima, playas, ocio, belleza, limpieza, patrimonio, etcétera– que la hacen ideal no sólo para el turismo sino para vivir en ella, entonces cabría preguntarnos ¿qué mueve a esos ceutíes de nacimiento que una vez jubilados se deshacen de su patrimonio y se largan a residir a la Península? Presumo que hay algo más que los hijos y los nietos que los empujan a dejar la ciudad en donde nacieron y pasaron los mejores años de sus vidas. ¿Qué será ello, amable lector?  Acaso sea que Ceuta es una ciudad abierta. Demasiado abierta, en mi opinión. Perdimos la oportunidad después del estallido de las bombas en la década de los setenta –porque aquí estallaron bombas, que no se olvide–  de haber convertido a Ceuta en una ciudad cerrada a cal y canto. En tres palabras: en un paraíso.

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