Silencio. Las principales calles comerciales de nuestra ciudad, prácticamente vacías. La mayoría de establecimientos han echado el cierre desde este sábado y el motivo se puede ver en sus escaparates: ‘Nosotros nos quedamos en casa’ o ‘Nos vemos pronto’ reflejan que la expansión acelerada del coronavirus en España en esta última semana ya tiene sus consecuencias también para Ceuta.
El recorrido por el Paseo del Revellín, una de las zonas comerciales más importantes de la ciudad, es fantasmagórico: ni los puestos de cupones se han decidido a vender suerte. A ambos lados, están abiertos los establecimientos que el Gobierno central ha indicado que pueden abrir para atender a las necesidades básicas de la población: un supermercado y las farmacias de esta calle. Si bien hay comercios de otro tipo que abren, como almacenes o tiendas, no hay clientes que aprovechen la poca afluencia para comprar.
“Abrimos a las diez de la mañana y, en tres horas, solo han venido entre cinco y seis personas”, confiesan desde esta tienda. El resto de establecimientos del mismo tipo han cerrado sin excepción. Algunos lo indican con carteles; otros, no, pero ya lo han comunicado a través de las redes sociales. En el caso de esta tienda que hasta ayer seguía abierta, las medidas para prevenir el coronavirus se reducen a mantener una distancia prudencial y unos guantes de látex “que nos prestaron en otro sitio”.
Estas protecciones para las manos se están convirtiendo en un complemento imprescindible para cualquier persona que sale a la calle en estos días.
También se podían ver en las manos de los tenderos de los bares dentro del Mercado Central de abastos. Un lugar que amaneció con una afluencia inusitada: colas en los distintos puestos de alimentación, desde fruterías a carnicerías pasando por pescaderías. Pero en los bares, poca gente. Uno de los tenderos confiesa que “cerraremos hoy y hasta al menos una semana por precaución. Tengo una hija y una nieta y prefiero prevenir”, explica. Mientras coloca la vajilla y los vasos, viene uno de los clientes habituales a tomar una cerveza de manera apresurada. “No te podemos poner una tapa hoy porque hemos guardado todo”. La decisión la tomaron, dice, cuando vieron que no venía nadie. Solo un día antes asegura que “estuvimos hasta arriba. No paramos en toda la mañana desde que abrimos”. Solo 24 horas después la imagen, aun guardando las distancias recomendadas por las autoridades, es fantasmagórica.
Por lo han decidido cerrar en cuanto dejen el bar limpio y ordenado. “Por suerte yo puedo permitirme estar una semana sin abrir. Otros no tienen ese privilegio”, sentencia.
En un fin de semana habitual, desde la Plaza de los Reyes hasta la La Marina serían lugares llenos de vecinos o turistas paseando. Una imagen que no se ve desde que el Gobierno anunció medidas más estrictas para controlar el auge de contagiados en todo el territorio.
La parroquia de San Francisco, cerrada, aconseja a sus fieles que profesen su fe sin salir de casa. ‘En TV13 y La2 hay misas televisadas igualmente válidas’.
Las farmacias se han convertido en puntos de referencia para todos: son ya conocidas las compras masivas de geles hidroalcohólicos para las manos y las mascarillas. Una demanda tan alta que provocó que se agotasen las existencias de estos productos, y de otros, en cuestión de horas.
La farmacia Ruiz, ubicada en la calle Jáudenes, respiraba un breve momento de tranquilidad tras días de intenso trabajo para todos sus empleados.
María Dolores Ruiz Gualda, farmacéutica y nutricionista en esta farmacia, resume cómo ha sido esta semana: “Parece que se va a acabar el mundo”. Lo dice con un hilo de voz, producto de no parar de hablar en estos días.
Sí que pide coherencia a todos. “Si tienen que venir a la farmacia les decimos que vengan una vez, no que vengan todos los días a por un medicamento. Que hagan un poco de organización en sus casas para ver qué les falta o que nos llamen por teléfono, porque hay horas que viene menos público. Sobre todo lo decimos por optimizar el trabajo. Pero lo principal es que se queden en casa que es lo que tienen que hacer”.
Unas mamparas instaladas ayer son otra de las medidas preventivas en un lugar de especial cuidado. En la farmacia Ruiz son muy conscientes de ello: “Hemos organizado el equipo en dos turnos para que no estén en contacto los unos con los otros, y que si hubiese un caso positivo entre nosotros y se tuviera que quedar en cuarentena, que esto permita que la farmacia pueda seguir con su servicio habitual y se pueda mantener el contacto. Hablaríamos por videollamada o por mensaje”, expone.
Una furgoneta descarga el pedido de medicamentos y repuestos que tanto esta como todas las farmacias de la ciudad no paran de hacer constantemente. Los empleados van colocando las cajas en sus huecos. Todo con guantes.
Además los clientes, desde la entrada a la tienda hasta las propias mamparas pueden leer carteles que les advierten de evitar aglomeraciones dentro del establecimiento y de que respeten la distancia de seguridad para evitar contagios.
Si uno baja la vista, se pueden apreciar unas cintas de color azul que dividen el suelo de la farmacia en cuadrados. “Lo que hemos hecho ha sido dividir la zona con un metro de distancia para que más o menos puedan estar separados”.
Ya que el coronavirus se contangia persona a persona, describe Ruiz, “estuvimos midiendo e hicimos unos rectángulos de alrededor de un metro de distancia para que todos vayamos tomando conciencia”.
Persianas bajadas
La hostelería es otro de los sectores que está notando con creces esta cuarentena voluntaria de la población. En la plazoleta de la calle Obispo Barragán, donde se instalan las terrazas de varios restaurantes, las pocas personas que ocupan las mesas son los propios empleados. No hay nada que hacer. Jesús Blanco, o ‘Tete’ como se le conoce, está sentado en una de las mesas. Este empresario hostelero pone en contexto del momento al que se enfrenta el sector: “Es un caos total. Hoy hubiera tenido en la Muralla, por la Cuna de la Legión, mesas de 30, de 15 personas. Se han caído todas. Hasta la última anoche”.
En uno de los negocios cercanos, al lado de una de las brasas donde se hacen los pinchos morunos, tres gatos juegan con un niño que lleva puestos unos guantes de látex negros.
Blanco acató las recomendaciones sanitarias y las mesas están más distanciadas de lo habitual, en este punto tan próximo a la Gran Vía y cuya imagen suele ser la de una terraza a rebosar.
Aunque verbaliza lo que muchos hosteleros están pensando: “Lo estamos pasando mal. Los pagos son los mismos. Tenemos que cobrar, pagar a los proveedores... es un problemón a nivel nuestro y supongo que de todas las empresas”.
Este empresario desearía que se clarificase más cómo tienen que proceder y que les aseguren que podrán hacerlo sin consecuencias graves para su futuro. “Esperamos información. Que nos informen sobre cuál va a ser la forma de actuar desde la hostelería”.
Al pasar los soportales, la Gran Vía presenta un aspecto desolador: unas pocas personas caminan para ir o venir a algún lado. Nadie se para. Solo se oye el sonido de una anilla del toldo de una terraza impactando contra el metal. A los pocos minutos, los camareros de este restaurante empiezan a amontonar unas sillas y mesas debidamente colocadas a distancia.
El propietario prepara un cartel mientras todos van asumiendo que no abrirán “hasta que sea seguro”. Así, sale una de las trabajadoras indignada para decir que toda la comida “se tirará”, al no haber entrado ni un solo cliente. Tras dejar todo listo, el dueño pulsa el botón de la persiana, que baja “hasta nuevo aviso”.