El ambiente en aquel comedor privado era muy agradable porque había un envidiable silencio, el paisaje que se divisaba a través de la ventana era sensacional y todo invitaba al diálogo y las confidencias. Por eso, tras juguetear unos segundos con la servilleta esperando que su interlocutor comenzara a hablar, el periodista decidió romper el fuego.
•Créame Sr. Hosmari que la misión que me encomendó mi periódico fue contar lo que veía aquí y mandar los datos que no se publiquen a nuestro archivo, para futuras ocasiones. Y este encuentro –recalcó esta parte de su parlamento- es particularmente interesante porque hasta ahora solo he tenido contacto con …. –Adolfo dudó un momento. No sabía si decir con ceutíes, británicos, cristianos….- Eligió al final el término que consideró más exacto- “con ceutíes de origen europeo”, pero acto seguido se arrepintió.
•Muy bien, Adolfo –si te parece, nos tuteamos- dijo Mustafa enseguida y sonriendo-. Tus dudas sobre como designarnos son habituales. Musulmán suena a segregación religiosa, ceutí no distingue mi condición británica, marroquí sería un grave error…Le voy a sacar de dudas, llámeme simplemente ceutí y, si necesita distinguirme de los europeos, añada musulmán que es lo justo y de lo que me siento orgulloso.
•Se lo agradezco, perdón, te lo agradezco, Mustafa –contestó Adolfo algo más tranquilo- por un momento se sintió indeciso y confundido sobre el término a emplear.
El mismo camarero abrió la puerta y dio paso a una mujer alta, delgada a la que se adivinaba morena bajo el pañuelo que lucía sobre su cabeza, marcándole el óvalo de la cara y descendiendo por los hombros. Vestía un traje de chaqueta y tacones al estilo europeo. Solo el foulard azul y los ojos negros, profundos, denotaban su origen quizás bereber. La amplia sonrisa y el paso decidido hacia la mesa hicieron que los dos hombres se levantaran, Adolfo como un resorte y Mustafa lentamente, como sabiendo que tendría tiempo .
•Aicha Naciri es mi socio en el despacho. ¿O debo decir socia?, porque tenéis en España una obsesión feminista que, en mi opinión roza el ridículo –Mustafa sonreía abiertamente al presentar a su compañera de profesión-.
•No empecemos con el tema, contestó ella con una nueva sonrisa que esta vez pareció forzada…
•Bueno, bueno –terció el periodista- estoy de acuerdo con los dos. Por una parte, existe cierta obsesión en España por encontrar palabras femeninas que nunca han existido y, por otra, es necesario hacer esfuerzos por igualar de una vez a hombres y mujeres. Pero dejemos ese tema y sigamos hablando de Ceuta y sus habitantes.
El camarero había aparecido con unas bandejas. Sin preguntar ni presentar la carta, comenzó a poner cuencos de cerámica con ensaladas, sirvió agua y preguntó por la bebida. Adolfo se quedó a la defensiva para ver lo que decía Mustafa. Éste y Aicha pidieron zumo de naranja y el periodista pensó con horror en ordenar lo mismo. Su interlocutor lo sacó de dudas.
•Adolfo, nosotros no tomamos alcohol, sobre todo si hay un extranjero –bromeó- pero tu puedes pedir lo que quieras como es lógico. ¿Vino, cerveza…?
El español se sintió aliviado. Siempre almorzaba con una copa de vino delante y nunca bebía agua u otras cosas durante la comida de medio día. A riesgo de no ser original, pidió una copa de Rioja porque le pareció incorrecto solicitar una botella, aunque fuera pequeña, sin saber quién iba a pagar aquello.
A partir de aquel momento, la conversación fue distendida y los tres intervinieron casi por igual. Adolfo vio desfilar por la mesa, aparte de las ensaladas, bastela, cous-cous, un delicioso tajine de cordero, pinchitos, baissara, rodajas de naranja con azahar y, por fin, aromático te y una enorme bandeja de pastelitos de almendra. Todos habían utilizado cuchillo y tenedor como la cosa más natural, así es que se rompió otro mito que rondaba por la cabeza de Adolfo. El periodista había comido espléndidamente pero saciado tras su tercera copa de vino, se retrepó lo que pudo en la silla y siguió con la animada conversación.
El periodista tomó numerosas notas y grabó gran parte del encuentro pero, sobre todo, obtuvo algunas conclusiones importantes. Primero que los musulmanes de Ceuta estaban muy orgullosos de su tierra como los del norte de Marruecos citaban a menudo su procedencia andalusí. También le pareció al periodista que ciertos ceutíes deseaban limitar la llegada de marroquíes que solo se acercaban a Ceuta por las ventajas materiales como pasaporte comunitario, mayores ingresos, desempleo y otras prebendas. Y advirtió un tono de crítica a España por cuanto había otorgado nacionalidades indiscriminadamente en Melilla durante el affaire Dudú que tuvo lugar en los años ochenta, porque ello había incidido negativamente en la ciudad británica de Ceuta.
Cuando se habló de la condición de la mujer, Aicha explicó que no existía problema en este aspecto, la poligamia autorizada en el islam era casi inexistente y había igualdad de hombres y mujeres en el mundo laboral, entre otras cosas porque la legislación aseguraba esa igualdad de oportunidades y de sueldos por un mismo trabajo. Quedó claro que existía una laguna en el cumplimiento de todo esto cuando la esposa era una recién llegada de alguna zona campesina de Marruecos, pero las instituciones tradicionales del Islam en Ceuta procuraban limar asperezas y establecer normas de conducta razonables.
Adolfo advirtió igualmente una preocupación de los dos abogados por la formación de su comunidad y aseguraron con orgullo que las plazas de enseñanza media y sobre todo superior, estaban cubiertas por musulmanes en la proporción justa y el número de universitarios y titulados en formación profesional crecía sin parar.
•Es la única forma de intervenir en la buena marcha de los asuntos –sentenció el Hosmari, mientras Aicha asentía- los musulmanes tienen que cubrir puestos en la Administración, en la Policía, el Ejército, las profesiones liberales y siempre en las proporciones de su población al menos.
•Y sin querer aparentar feminismo militante –añadió Aîcha- las mujeres deben cubrir su cuota, aunque lo cierto es que están ganando por goleada en todos los casos.
Para Adolfo, que este último arranque de la abogada no fue del agrado de Mustafa, pero lo cierto es que la sonrisa no se borró ni un momento de la cara del abogado, aunque sorbió con fuerza un trago de te como intentando cambiar el tercio de la conversación.
Cuando tras las despedidas y sin que el periodista tuviera ocasión de pagar porque no hubo factura al final, Mustafa y Aicha dejaron a Adolfo en el hotel, éste subió a la habitación enseguida y preparó el ordenador para escribir sus impresiones y pasar las notas que había tomado. Fue incapaz. Tendido en la cama, con una copa de coñac Camus en la mano que sacó de la pequeña nevera, se quedó dormido mientras en la pantalla del ordenador parpadeaba el cursor, como esperándole para más adelante.
Con éste capítulo termina el anticipo del relato Ceuta Británica que nos facilitó el autor del mismo.
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