El pasado jueves, la naviera Baleària tuvo que requerir presencia de buzos para arreglar los cables de uno de los motores del ‘Jaume III’, después de que varios inmigrantes los hubieran roto al engancharse. Buscaban esconderse en estos huecos con vistas a llegar a la Península. Si lo hacen es porque algunos compatriotas han logrado el objetivo. Que lleguen hasta Algeciras es lo que motiva que otros repitan a diario la misma odisea. Y lo hagan además a cualquier precio, a costa de su propia vida.
Lo que sucedió en el ‘Jaume III’, que llevó a que la rotación de las 23.30 horas saliera con retraso, lo sufren también otros buques, sobre todo el de Trasmediterránea. Ambos son los elegidos por la mayoría de argelinos y marroquíes que pernoctan en el puerto y esperan los momentos de menor vigilancia para llegar hasta la zona de los motores y emprender una travesía arriesgada, que se erige en uno de sus increíbles ‘imposibles-posibles’. La Guardia Civil ha variado su sistema de vigilancia en el puerto, disponiendo patrullas fijas solo en los barcos, precisamente para evitar esas incursiones. Pero estos jóvenes invierten todas las horas del día en conseguirlo y no hay control que sea más fuerte que su propia paciencia.
Se cuentan los inmigrantes que han llegado. No los desaparecidos, de los que nunca se habla y cuyas caídas al agua pueden incluso pasar inadvertidas. El riesgo es constante pero más fuerte es la intención de abandonar Ceuta.
La llegada de marroquíes al puerto es constante. También los enfrentamientos que mantienen quienes logran estar en las escolleras del puerto y tener, por tanto, más fácil la llegada a los barcos con los que no consiguen alcanzar las zonas restringidas de seguridad. Junto a los marroquíes están los argelinos, asiduos habitantes del CETI para los que las salidas son más complicadas, salvo en el caso de mujeres o unidades familiares.
Ellos son los que protagonizan los intentos de marcha que no dejan de sorprender por el riesgo que lleva parejo una ocultación que solo ellos entienden.