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Y la Lola llegó a mi puerto

Se conmemora por estos días el centenario del nacimiento de Lola Flores (1923-1995), la genial bailaora, cantante y actriz, icono de la peineta y la bata, que llevó su voz y su figura por los mejores escenarios del mundo. No es este el lugar para hablar de su vida y de su personalidad artística, de la que tanto se ha escrito y visto durante estas fechas, pero si el de unirnos en cierto modo, también nosotros, a homenajear el recuerdo de su inolvidable figura desde la perspectiva de su paso por Ceuta, cuando la artista irrumpía con esplendor en su imparable cresta de la ola. A Lola Flores, la que se dio en llamar la Lola de España, el embrujo de Jerez, a mi admirada Lola, ‘La Faraona’, se le tenía gran veneración en Ceuta, especialmente en los años 50, 60 y 70. Uno de los llenos más apoteósicos que recuerdo del cine África coincidió con una de sus actuaciones. Como se querría a la Faraona en esta tierra que, para ir a verla, algunos acudieron al Monte de Piedad a empeñar prendas para conseguir el dinero con el que comprar la entrada.
La primera vez que vino a actuar a Ceuta, hará de aquello unas siete décadas, Lola era solo una promesa que apuntaba un gran futuro artístico. Años después, en 1959, la vuelta de la Faraona se producía en olor de multitudes.
A Lola le acompañaba su marido, en la imagen la pareja el día de su boda.
En el muelle España se congregaron alrededor de unas ocho mil personas para recibirla. De todos los lugares de la ciudad bajaron hasta el puerto hombres y mujeres, muchísimas de ellas llevando de la mano o en sus brazos a sus hijos pequeños. Nadie quería perderse el acontecimiento. “El puerto está así”, decían los que hasta el lugar se iban acercando.
Por fin llegó el ‘Victoria’. Lola se asomo por una de las ventanillas del transbordador. Luego su marido. Después mostró a Lolita, su hija, con el chupe en la boca y en sus brazos. La Faraona lucía un traje beige y se tocaba con un alegre pañuelo. Correspondiendo a los gritos de la multitud, saludó un par de veces agitando un guante blanco. Lola, ciertamente, no se esperaba aquello.
- Lola, los coches parecen agua, le comentó su marido a la estrella.
Era la impresión óptica que daban los cinco o seis automóviles que habían aparcados en el lugar envueltos en el gentío, al dejar ver tan solo sus relucientes techos brillando al plomizo sol de la tarde.
-Me parece que esto es demasiado, Antonio, dijo nada más desembarcar. Se acordaba Lola de otro célebre recibimiento, el que le habían tributado en Barajas a su regreso de América.
Lola Flores, en el barco, a su llegada a Ceuta.
La Faraona se las vio y deseó para abrirse paso entre aquel hervidero de gente hasta tomar el taxi que la conduciría, junto con los suyos, hasta el Hotel Atlante. Una vez en el establecimiento, el tráfico se colapsaba por completo en el Paseo de las Palmeras. La misma aglomeración que habría de producirse pocos años después con Raphael, al inicio de su estrellato.
- Por favor, guardia, dígales algo que no puedo salir del coche…
Cuando Lola Flores subió a su habitación tuvo que asomarse al balcón y hacer varias salutaciones con la mano porque de la calle no se movía nadie.
- Ya está bien por hoy, retiraros una mijita. Luego nos veremos en el teatro.
Después de descansar vino la rueda de prensa. Huelga decir que en el confortable salón principal del hotel había un auténtico aluvión de informadores. Le preguntaron que cuándo habría de salir otra Lola de España.
- No lo sé. Pero desde luego, hasta ahora, no hay otra. En mi género soy la primera en España.
- ¿Más popular que Conchita Piquer?
- Sí, 33 veces más.
Y Lola respondió a todo lo que se le planteó con su proverbial simpatía. Desde los diez mil duros que, confesó, le daba de beneficio cada disco que por entonces lanzaba al mercado, hasta asegurar a los periodistas que venía de camino otro bebé.
-Al menos que yo sepa, decía, mientras miraba a su marido, ‘El Pescailla’.
Un momento de su actuación en el escenario del cine ‘África’.
Pero la Faraona habría de equivocarse en sus deseos y predicciones tras otras dos preguntas de los informadores locales.
-No queremos que la niña se artista. [por Lolita]
-Me retiraré dentro de cuatro o cinco años.
Qué verdad es aquello de no decir jamás que de esta agua no beberé.
- Un caso como el mío, como artista y como ser humano, jamás se dará en el mundo.
La frase fue ya de sus últimos años. ¡Grande, mi Lola!
Y quédense, por fin, para rematar esta crónica retrospectiva con otras dos últimas curiosidades.
Era la 1:30 de la madrugada. A esa hora y recién salida del cine África, Lola y su marido se presentaron en la redacción de ‘El Faro’ para saludar a su personal y agradecer el trato informativo que le habían dispensado los ceutíes en su visita a la ciudad, según me refirieron en su día dos inolvidables nombres propios de esta Casa, Toni de la Cruz y el linotipista Curro Hoyos.
Una veintena de películas inmortalizaron también a la genial artista.
Valga también una anécdota en torno a la artista, que no tiene desperdicio. Pocos años después de esa venida de Lola Flores, nuestro periódico lanzó con un destacado alarde tipográfico la noticia de que “la artista llegará en el transbordador del medio día de hoy nuevamente a nuestra ciudad”. Era un 28 de diciembre, el Día de los Inocentes. Mucha gente picó. Y el muelle se volvió a llenar de personas.
¡Qué ingenuos éramos!

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