Opinión

Cataplexia (VIII)

Ángel se presentó puntual. Rocío me guiñó el ojo y me dijo al oído que tuviera cuidado. Yo iba tranquilo aunque un poco mosqueado. Cuando llegamos a la verja, pego y estaba allí ella, esperando. Ángel hizo el amago de entrar y María le indicó que se quedara afuera. -¿Cómo te encuentras hoy? - Pues bien. Me acompañó a una habitación y me dijo que me pusiera cómodo. En esta estancia sólo había una cama, la cual estaba rodeada de crucifijos, fotografías, plumas de todos los colores y varios espejos. Esto no me estaba cuadrando. Me fijé en que tenía una foto de ella con Fidel Castro pero se la veía muy joven aunque también al magnate cubano. Iban vestidos de blanco. De repente, apareció ella, completamente desnuda, solo llevaba una toalla en el pelo y unos palos con plumas en ambas manos. Me invitó a desnudarme. Y una vez que lo hice, empezó a rezar en francés y a hacer unos ritos. Primero, invocó a la Fuerza para que la acompañara; luego, bendijo la estancia para recibir al elegido; y después, con sus palos con plumas, empezó a purificarme, implorando que la fuerza que yo tenía fuese pura e Inmaculada. La frase que se me quedó durante todo el largo momento del ritual de apareamiento humano era: "Dáme toda tu fuerza. Dámela toda". Como buen caballero que soy, corro un tupido velo a este momento mágico y solo os digo que España quedó bien representada por el que suscribe. Después del rito, me invitó a darme una ducha que se la acepté. También me invitó a café y fue una cosa que rechace por las advertencias de mis médicos, amigos y superior, que me estaba esperando. Me invitó a venir otro día y le dije que, con gusto, vendría. Ángel me estaba esperando afuera. Me pregunto si la charla me había servido de mucho. Y le dije que sí, que tranquilo, que Rocío le indemnizaría muy bien. Cuando llegamos cerca del hotel, mi teniente nos abordó y le dije que le diera diez dólares. Ángel se puso muy contento. Y Rocío, viendo la cara que traía de contento, me invitó a hablar. Y le dije que habían sido unos ritos de iniciación muy buenos, midiéndome la fuerza que tenía. Le salió una sonrisa muy sospechosa. Y fue cuando me cambió de tema. - Bueno, con respecto a Jeremy, ¿crees que deberías hacer algo al respecto? - Lo llevo pensando todo el día. Es muy complicado pensar que cualquier cerro sea el apropiado para investigarlo, así que debemos de coger una mochila cada uno, con agua, e irnos de exploradores. Y eso fue lo que hicimos. Pero había una pequeña pega. Por el día, lo escondían en barracones. Sólo quedaba saber dónde criaban la caña de azúcar.
Subimos el primer cerro que encontramos en nuestro camino y lo único que vimos en el contorno fueron unas vistas maravillosas de una playa de primera categoría, que ya habíamos ido a probarlas. Eso fue al norte de la isla. Pasamos a mirar en la parte este y ya nos dieron las tantas pero allí nos encontramos con soldados que nos cortaron el paso. Ya estaba a punto de oscurecer, así que nos dimos media vuelta. Tenía hambre. Cuando fuimos al hotel, me vino a la cabeza una cosa: ¿y si era el lugar? Era de día, estaba vigilado y de noche salían de los barracones. Deberíamos de volver al lugar, después de cenar. Y eso fue lo que hicimos. Nos llevamos una cámara fotográfica, por si las moscas. Llegamos al perímetro donde estaban los soldados. Allí no había nadie. Nos infiltramos por el lugar, muy despacio por no conocerlo. Y mira por donde, vimos cañas de azúcar y mucha gente trabajando. Completamente a oscuras. Luego, si hacíamos una foto, el flash nos delataría. No sabía que hacer. Lo único que tenía claro era que todo lo que nos dijo Jeremy era cierto. Había un lugar donde unos hombres extraños trabajaban. Pero estábamos muy lejos para certificar lo de hombres raros y no podíamos acercarnos más. Creí que lo mejor era salir de allí y buscar ayuda. Era lo más sensato. Con mucha precaución, nos fuimos del lugar y llegamos hasta el hotel. Llevábamos unas pintas horribles. Llenos de tierra, verdín, etc. Vaya pintas. Nos metimos cada uno en su habitación y, por lo menos, yo me pegué una ducha de primera y me cambié de ropa. La que traje, me la lleve a una lavadora que había en el hotel y estuve esperando a que terminara de lavar. Allí coincidí con Rocío, que le hice señas de que no dijera nada. En el desayuno se habló de hacer una llamada telefónica a través de los nuevos medios, por Skype. Pero nos guiñamos para cuando saliéramos del edificio. Ya hablaríamos. Y eso fue lo que hicimos. Nos fuimos a la playa y allí, entre baños, decidimos hacer una videollamada al jefe de la Comandancia para pedir ayuda. La idea de dar datos a Paolo o a otro de aquí, no me venía bien. Y hasta aquí hemos llegado y no puedo seguir el relato. Lo siento mucho".

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