Escribo de forma independiente. Nunca he participado en política, jamás he estado afiliado a ningún partido y tampoco he mostrado nunca afección ni aversión hacia ningún grupo ni personas políticas que sean radicales.
Pero, lo anterior, para nada me impide que, en mi condición de simple ciudadano observador que soy del panorama que nos circunda, pues me entretenga escribiendo para sacudir mis ya maduras neuronas, a fin de que ni se me obstruyan ni se me atrofien, cuando ya estoy en el frontispicio de mi incipiente senectud, que quizá por eso me esté volviendo más repetitivo y algo "gruñón" (cosas de viejo). De manera que, esta vez, me voy a permitir opinar, modestamente, sobre algunas declaraciones que, en el hervor del estío político y de la ebullición preelectoral, ya han empezado a verter en los medios algunos políticos, de cara a las próximas elecciones del 23 de julio.
Y es que, se ha anunciado, a bombo y platillo, tanto por la representación de una determinada agrupación política como por otro partido correligionario que cae bajo su influencia, que, como ellos (los separatistas) siempre han defendido el derecho a decidir para que Cataluña tenga un nuevo encaje en una España con Estado plurinacional, pues abogan por la celebración allí de un referéndum de autodeterminación. O sea, que hay que jubilar ya aquel artículo 155 que en 2017 se aplicó para frenar a los vehementes e impulsivos, que ahora tratan de llevarnos de nuevo a otra verbena secesionista. Ya nos lo venían diciendo: "Lo volveremos a hacer".
Y quiero recordar a quienes en Cataluña no son constitucionalistas, que, en el referéndum nacional que se celebró el 6 de diciembre de 1978, para someter a la aprobación del pueblo español la Constitución, los electores catalanes y demás residentes allí censados, la aprobaron con el 90,5 por ciento de "síes"; mientras que la media nacional de aprobación resultó ser de un 87,78 %. Creo que la opción catalana por el "sí", fue clara y contundente.
Vayan también por delante mi profundo respeto y consideración hacia los postulados políticos que defiendan todos los grupos y personas juiciosas y centradas, porque, precisamente, en eso consisten la democracia y la libertad, en que todos mutuamente nos respetemos entre sí, dialoguemos, razonemos y, como hablando y razonando se entiende la gente, pues podamos alcanzar puntos compartidos de encuentro.
Y, tras la breve introducción anterior, pretendo ahora referirme, más concretamente, a los separatistas radicales que tanto empeño ponen en romper España, creyéndose ellos muy suyos, por encima del bien y del mal y de los demás españoles, como si fueran especímenes aterrizados de otra galaxia que no hay nada ni nadie aquí en la tierra que les puedan igualar; que tanto despotrican contra la "malvada" España, imputándole todos los males de Cataluña, como que, si la tiene oprimida, que si se prohíbe a los catalanes autodeterminarse para tener su propia identidad y que, con su consabido victimismo, van pregonando sus inventados "España nos roba", que les expolia, les explota, etc., como si ellos no fueran también españoles que, por mucho que les pese e incordie, sí lo son.
Cataluña, además, está fuera de toda duda que es una de las mejores regiones de España, es culta, abierta al mundo, con proyección y renombre internacional, que lidera los resortes más importantes del país, junto con otras importantes regiones españolas, como Madrid, Valencia, País Vasco, Cantabria, Andalucía y hasta Extremadura, que es mi tierra, más otras que, todas juntas, creo que son algo así como el motor que más tira del furgón industrial y comercial de España en la producción de bienes y servicios, en unas regiones porque producen materias primas y en otras porque las elaboran o comercian.
La población catalana está formada, en general, por muy buena gente de todos los orígenes, la mayoría son naturales autóctonos, más la gente que a ella emigró desde otros lugares de España, unos y otros, afanados y honrados trabajadores que, en la década 1960-1970, todos juntos, hicieron posible lo que vino en llamarse su "milagro económico", al que tanto contribuyeron con su abnegado trabajo, miles y miles de personas modestas que llegaron buscando un mejor medio de vida y que, ahora, la siguen levantando sus hijos y nietos, todos a una.
Hasta ahí, todo estupendo y fenomenal. Pero, con mi pretendida imparcialidad objetiva, también debo poner de relieve lo que allí sucedió el año 2017, cuando estalló aquells efervescencia política basada en una ficción inventada por los separatistas; porque, quiérase o no, necesariamente hay que decir que, desde el punto de vista tanto histórico como jurídico, Cataluña jamás llegó a ser nación, ni estado, ni independiente, ni soberano, ni ninguna otra cosa que se le parezca. Y esa tendencia independentista, allí ha sido repetitiva, pretendiendo a toda costa romper España para crear ellos su propio Estado independiente y soberano. Es decir, no es un hecho meramente puntual o aislado; lo han intentado ya hasta cinco veces, pero todas fallidas, en 1641, 1873, 1931, 1934 y 2017; pero siguen.
Y cada intento separatista, pues no ha podido resultar allí más retrógrado y más perjudicial para Cataluña y España. Y aquí hay que hacerse la pregunta sobre cómo una Cataluña supuestamente independiente iba a tener liquidez para, de la noche a la mañana, poder pagar a final de mes a: fuerzas de seguridad, mozos de escuadra, servicios sociales, enseñanza pública, telecomunicaciones y transportes públicos, subvenciones, subsidios, ejército propio, fronteras con Francia y Portugal, más las nuevas que hubiera tenido que crear con España, y un largo, etc.
Una supuesta Cataluña independiente, es obvio que pronto quebraría y entraría en bancarrota; ella misma tendría que desistir de su anhelada independencia, porque no dispondría de medios para hacer frente a todos los problemas que, de pronto, se le vendrían encima; precisamente por eso en 2017 pudimos ver que, nada más declarar su independencia el "1-O", sólo 44 segundos después, se vio obligada a suspenderla, esperando a ver si España le sonreía el golpe y le ayudaba a romper la misma España. Pero, ni el resto del pueblo español fue tan ingenuo, ni los catalanes son tan listos. Allí, "la pela es la pela", pero al pueblo no se le puede engañar. Una cosa es "predicar" y otra distinta es dar "pan y trigo", porque el hambre adelgaza demasiado y la gente quiere "pan y circo".
¿Qué ocurrió, entonces?. Pues lo que tenía que ocurrir. Que ningún otro país les apoyó ni les reconoció. Y, como ella sola no podía hacer frente de la noche a la mañana a tan ingentes gastos, ni dar cumplida satisfacción a las numerosas reivindicaciones que el pueblo exacerbado le hubiera hecho, sobre el supuesto mundo mejor y mayor nivel de vida que con su soflama propagandística tanto les había prometido y engañado sobre una Cataluña libre y soberana, con mejor nivel de vida y abundancia de bienes, pues todo el circo que montaron se les vino abajo, y tuvieron que desistir, antes de verse superados por las numerosas y enfurecidas reivindicaciones populares.
Por otro lado, si se examina la trayectoria histórica de Cataluña, nos encontramos con que se trata de una región que, enjuiciándola neutralmente y imparcialidad objetiva, no hay más remedio que decir que apenas tuvo en todo su devenir rango institucional relevante. En el Medievo, pese a los numerosos reinos de taifa que en España proliferaron, nunca Cataluña llegó a ser reino, mientras que sí lo fueron otras muchas regiones españolas que, paradójicamente, ahora, nada reclaman ni protestan. La misma capital, Barcelona, en todo el apogeo de la nobleza, jamás pasó de ser un simple Condado sufragáneo dependiente del antiguo reino de Aragón, y no al revés como tantas veces se nos ha querido hace ver.
Su última intentona separatista condujo a que más de mil empresas huyeran de Cataluña; dividió en dos partes a los catalanes, los para ellos "buenos" (catalanes autóctonos) y el resto "malos" (llamados charnegos, maquetos y "sudacas"; más la intentada asonada rompió miles de familias y sólo sirvió para arruinarla; su anterior dinamismo y pujanza, a modo de emporio económico, dejó de existir y todavía no se vislumbran óptimos niveles de recuperación; su anterior solvencia económica languideció, sin verse todavía "brotes verdes", el desprestigio y desconfianza nacional e internacional todavía están latentes, habiendo caído verticalmente las iniciativas, las inversiones y la creación de puestos de trabajo. En fin, aquella intentona fue todo un fracaso.
Los secesionistas machaconamente reivindican lo que ellos llaman su derecho a ser soberanos, porque dicen, que son "nación", que son "estado", que son "soberanos", que son los "paisons catalans" a modo de imperio; pero la única obvia realidad es que todo ello no es sino fogatas de "humo" indio que termina esfumándose. Además, a mi modesto juicio, no existe ninguna razón para que Cataluña justifique ni legitime su soflama separatista. ¿Por qué razón y en base a qué, si no hay nada que lo justifique y que lo sustente con un mínimo de legalidad y legitimidad?
Los independentistas suelen utilizar como excusa o pretexto para justificar su ilusoria independencia que ellos son diferentes porque hablan el catalán, creyendo que eso ya les legitimaría en su ilusoria y supuesta independencia. Pero olvidan que hay otras regiones que también hablan otros idiomas distintos al castellano y no por eso tienen derecho a independizarse, ni tampoco ellos lo invocan.
Por ejemplo, se habla el euskera en el País Vasco, el gallego en Galicia, el aranés en el valle de Arán, el bable en Asturias y, puestos a presumir de idiomas, hasta el "castúo" en Extremadura, mi tierra, en la que tanto abundan también los "chachos". El que el poeta Luis Chamizo versificó sus poemas en su Guareña natal en el "Miajón de los castúos"; y también es extremeña la llamada "fala" en la comarca del valle de Jálama (San Martín de Trevejo, Eljas y Valverde del Fresno), que, hasta la ONU, el Consejo de Europa y la UNESCO han pedido a Extremadura que se preserve y proteja.
Pues, sobre Cataluña y el catalán debería saberse y tener en cuenta que allí se lleva ya hablando también el castellano desde hace 1.400 años; lo hablan 6.793.900 de 7.049.900 censados; mientras que el catalán como idioma único sólo lo hablan 256.000 catalanoparlantes. Fíjense la monstruosa aberración que supondría imponer que allí sólo se hable el catalán para esos 6.793.900 castellanoparlantes, como ahora se pretende. Eso, no habría ni gobernante que allí lo consiguiera ni pueblo que lo soportara, máxime cuando con ello se estarían vulnerando flagrantemente la Constitución Española, las sentencias del Tribunal Supremo, de la Audiencia Nacional.
Fíjense que la pasión por el catalán como lengua única parece borrarles el conocimiento, sin dejarles ver la enorme contradicción en que podrían incurrir si tal imposición llegara a hacerse real y efectiva, que a la inmensa mayoría de los allí residentes se les obligara a hablar sólo en catalán. Resultaría entonces que, esos 7.049.900 censados, sólo podrían entenderse en catalán entre sí, pero no con el resto del mundo; cuando hablando el catalán y el castellano pueden entenderse, dialogar, negociar y comerciar con 493 millones de hispanoparlantes en todo el mundo.
Cuando escribo, leo en la prensa: "La inmersión lingüística lastra el rendimiento de alumnos catalanes y los sitúa a la cola de España. El separatismo amenaza al jefe de la oposición con un 'frente común' si potencia el castellano y la escuela castellana". Y - lo que da más pena – es que, según los medios, a un niño se le trate allí como 'escoria' y de 'otra especie', por acogerse al 25 % del castellano; y que la llamada Plataforma de la Llengua catalana, denuncie a la Generalidad Valenciana, según las mismas fuentes, por redactar en castellano las preguntas a una oposición al Cuerpo de Bomberos celebrada en Alicante, sin ofrecer la versión en catalán.
La lengua vehicular catalana debe ser compartida en forma bilingüe: en catalán y en castellano, pero no imponerse por la fuerza sólo el catalán. Las lenguas deben servir siempre para unir, pero nunca para separar. Imponer ahora a esos millones de castellanoparlantes el catalán como lengua única, significaría tanto como impedir que se hable el español en la misma España, cuando, luego, deliberadamente se promueve y se fomenta en Cataluña que se hablen el chino mandarín y otras lenguas extranjeras.