Ya sé que no es muy original lo de escribir una carta abierta a los Reyes Magos, pero no siempre coincide que el día de la publicación de nuestra colaboración sabatina coincida con esta efeméride con la que cerramos las fiestas navideñas. No podíamos desaprovechar esta coincidencia para transmitir nuestros deseos a sus Altezas Reales que han hecho un largo viaje desde Oriente para traernos presentes a todos. Ya que vienen del lugar donde nace el sol quisiéramos que se llevaran nuestro ardiente deseo de que se acabe la guerra entre Israel y Gaza. Han muerto demasiados inocentes en este conflicto y se está destruyendo todo un país llevado por la venganza. No podemos cambiar el pasado, pero sí es posible construir un futuro en el que Israel y Palestina puedan vivir en paz y armonía por el bien de sus respectivos pueblos. La misma esperanza aguardamos en la resolución del conflicto entre Rusia y Ucrania. Ninguna nación tiene el derecho de invadir otro por motivos geopolíticos o de otra índole.
Por desgracia, las guerras no son solo la única preocupación que afecta a la humanidad. El cambio global que los seres humanos estamos provocando a nuestro planeta debido a la sobrepoblación y la explotación irracional de los recursos naturales de la tierra, entre otras causas, ha llevado a una destrucción de muchos ecosistemas y a la extinción de muchas especies. El ser humano dispone de una capacidad de transformación del medio natural descomunal solo comparable a las fuerzas geológicas, tanto es así que entre la comunidad científica ya se habla de una nueva era geológica denominada antropoceno. La acción antrópica extrae enormes volúmenes de recursos no renovables (minerales, combustibles fósiles, etc…) y produce enormes cantidades de residuos que contaminan los océanos, los ríos, los suelos y la atmósfera. En esta última se vienen acumulando gases efecto invernadero desde hace más de dos siglos lo que conlleva una alteración del frágil equilibrio climático con el consecuente incremento de la temperatura media en el planeta. Al científico James Lovelock le debemos el planteamiento de la hipótesis Gaia, según la cual la tierra funciona como un sistema con capacidad para autorregular las condiciones de la atmósfera y la biosfera que hacen posible la vida. La tierra, por tanto, es una entidad viva y no una simple mole de roca en órbita alrededor del sol. Esta idea de la tierra viviente subyacía en la conciencia de nuestras culturas y civilizaciones hasta comienzos del racionalismo y la revolución industrial. Nuestros antepasados incluso consideraban que el mundo disponía de espíritu y alma: el “anima mundi”.
"Ya que vienen del lugar donde nace el sol quisiéramos que se llevaran nuestro ardiente deseo de que se acabe la guerra entre Israel y Gaza"
La condición de magos de los reyes de Oriente les hace plenamente consciente de la condición mágica y sagrada de la naturaleza y el cosmos. De hecho son expertos conocedores de la influencia astrológica en los asuntos mundanos y ésto les permitió reconocer la estrella que les guió hasta el Dios hecho hombre. Por este motivo, nuestro principal deseo que le pedimos a los Reyes Magos es que aceleren la revolución de la conciencia humana desde la actual conciencia mental a una integral que reconozca la validez de ciertas aportaciones de las previas estructuras de conciencia arcaica, mágica, mítica y, por supuesto, la mental o racional. Necesitamos resacralizar la naturaleza contribuyendo al regreso del alma del mundo, así como consideramos preciso revisar los principios mitológicos que en nuestro tiempo marcan el pensamiento y la acción de la humanidad. El mito de la máquina, perfectamente identificado y caracterizado por Lewis Mumford, casi ha completado el dominio de nuestros corazones y mentes. Cada día estamos más atomizados, somos más individualistas y pasamos más tiempo atrapados en las redes sociales, cuyos principales propósitos son manipular nuestros postulados ideológicos, suscitar el apetito consumista e ideotizarnos. Al mismo tiempo que avanza la inteligencia artificial disminuye la humana, no sólo la intelectual, sino también la interpersonal e intrapersonal, con lo que nuestra empatía y compasión hacia el sufrimiento de los demás disminuye a pasos agigantados.
"La condición de magos de los reyes de Oriente les hace plenamente consciente de la condición mágica y sagrada de la naturaleza y el cosmos"
Observamos con preocupación la profetizada conformación del llamado “Hombre Posthistórico”, tal y como fue descrito por Roderick Seidenberg. La tesis de este autor, resumida por Lewis Mumford en su obra “Las transformaciones del hombre”, “es que la vida instintiva del hombre, dominante a través de todo el largo pasado animal del mismo, ha ido perdiendo fuerza en el curso de la historia a medida que su inteligencia consciente ha ido conquistando dominio sobre una actividad tras otra”. Lo que en principio podía parecer un logro para la humanidad, el control de la parte instintiva del ser humano, ha derivado en un dominio absoluto de la inteligencia que presiona sobre las actividades biológicas y sociales hasta el grado de que aquella “parte de la naturaleza humana que no se someta complacientemente a la inteligencia con el tiempo será destruida o extirpada”.
La actitud del hombre posthistórico frente a la naturaleza le lleva a concebirla como “materia muerta, que ha de ser destruida, vuelta a reunir en sus partes y reemplazada por un equivalente hecho a máquina”. Si no logramos trascender esta concepción maquinal de la naturaleza, el hombre posthistórico dominará el mundo y nuestra propia humanidad estará en peligro. Las máquinas llegarán a ser más inteligentes que nosotros, pero hay algo que nunca tendrán: la capacidad de emocionarse ante la belleza de la naturaleza, un beso de un ser querido, la lectura de un poema o la contemplación de una obra de arte. Esta posibilidad de sentir y emocionarse radica en que, a diferencia de un ordenador, tenemos conciencia o, dicho en otros términos, somos cuerpo y alma. Con esta idea debemos escribir el guion del mito de la vida que sustituya al de la máquina.
Para concluir esta carta abierta a los Reyes Magos, les pido a sus majestades que nos traigan el recuerdo de nuestras almas y la despierten para que podamos volver a ver, escuchar y sentir la magia y la sacralidad de la naturaleza y el cosmos.