El que cae después de ser molido a palancadas de trabajo ingrato, en “Rebelión en la granja”, es el caballo, la fuerza bruta que mueve la revolución de los cerdos. Ahora también caen los caballos, la fuerza bruta que movieron los hilos de la grandeza de muchos que querían adosado en la playa y mercedes en la puerta.
Las niñas adoran la hípica y papá les compraba un caballo, para que practicara la nenita en el picadero, caprichito esquivo que ahora degustamos en los supermercados de descuentos, como carne de hamburguesas. La actualidad nos llama, como a los celtas, a que muramos en la batalla y soltemos a nuestros caballos para que nos les alcancen las llamas, dándonos un poco de honra en la deshonra y paz en el desasosiego de sabernos vencidos.
El pueblo está compungido, caballo alado, que sale de la cabeza de Medusa, pobre mujer que pare a deshora, violada por el dios más cruel y humano, que no encuentra castigo en ello y que en cambio sepulta a ella, al destierro, a la fealdad y a vagar con melena de serpiente por la tierra.
Somos ingenuos y crédulos, recién paridos de la yegua, y queremos creer, queremos preservar nuestra paciencia, queremos gritar a manos abiertas y que nos escuchen, penitentes de nuestras pancartas que no son sino prolongaciones de nuestra lengua, de nuestra martirizada conciencia.
Apagada y quemada conciencia como la invasión romana de Numancia con tierra roja derramada, celtas suicidados o apestados, muertos casi todos, los demás esclavizados, caballos desbocados por autopistas, que ahora por falta de dinero emigrado, boquetearán como boca hambrienta, el alquitrán con sus cascos destrozados, con socavones principales y otros muchos secundarios, de accidentes y muertes violentas.
Los locos queman contenedores, los locales los acosan, persiguen y derriban, caballo hastiado, que ve en el fuego la pureza del dolor y en el peregrinaje, contenedor llameado, su fuga hacia el hastío y la rabia .
Son los atracadores, los ladrones, los carteristas, los apaleadores de viejos, las cuatro plagas, los jinetes malditos que nos llagan, junto con la peste de los corruptos que nos atufan , nos denigran y nos escaldan en nuestro pobre jugo de ignorancia, de creyentes arrodillados frente a ellos que tiene el poder y la gloria de engañarnos y quedarse tan tranquilos.
Cuando masticamos una hamburguesa no soñamos, no bebemos el fluido animal , de la sangre caballar, ni nos convertimos en piedra, porque no sabemos que nos comemos al Pegaso de nuestros sueños, ni que su madre era Medusa , ni que le cortó Perseo el cuello, para hacerla parir a destajo.
Solo sabemos que comemos y que pasa un día que no tenemos hambre , sino alimento, que alimentamos nuestro futuro con ladrillo debido, con banco amenazante, con hipoteca impagable y con vejez, de caballo hambriento. El que cae después de ser molido a palancadas de trabajo ingrato, puede que sea una imagen futura, en el espejo de la verdad en el que se miró Ulises, de nuestro propio ego, dolido y perdido ego , que no sabe qué hizo mal, ni por qué le está pasando todo esto , que empezó con un mercedes en la puerta y acaba con sobres y más sobres acumulados en el buzón , saldando cuentas, debiendo hasta el resuello.
Pobre caballo hamburguesado, de amo burgués sin nombre, adosado a hipoteca perpetua de banco serpenteado y ondulante de mil cabezas y con colegio de pago, niña sin caballo , ni gloria , niña rastrera de colegio público sin dotación, ni sanidad pública, sin urgencias, con sobres y más sobres olvidados y en la televisión un noticiario que avisa de la corrupción y de dinero fugado, para lastimar paciencias.
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