Los que tuvimos la suerte de nacer en Ceuta en una época donde nadie hablaba de convivencia, ni de las cuatro culturas, donde los y las periodistas se las veían negras para encontrar noticias de sucesos, podemos hablar del antes y el después de esta ciudad. Así era aquella Ceuta, pero desgraciadamente los tiempos cambian y, muchas veces, para peor.
Hemos mejorado en las comunicaciones con la península, una circunstancia que ha podido cambiar precisamente la cercanía y la convivencia familiar de aquellos barrios, pero también, el ambiente festivo de una ciudad con mucho movimiento de ciudadanos, porque los funcionarios y los ceutíes no lo tenían tan fácil para abandonar la ciudad. Unos, porque la propia legislación prohibía la ausencia de la plaza sin autorización expresa; los otros, por las pocas rotaciones y el precio de los ferry.
Actualmente Ceuta se queda vacía en los puentes y casi vacía los fines de semana. El padrón municipal no refleja los números reales de ceutíes residentes en la ciudad, porque muchos vienen a trabajar y se marchan finalizada la jornada laboral gracias a barcos baratos o gratis para los que quieran marcharse. Tenemos y tienen todo el derecho del mundo para poder hacerlo. No estoy dando ninguna primicia y eso me tranquiliza, porque sacar este tema incomoda mucho en la pequeña y marinera.
Los ceutíes de aquella “época dorada” presumíamos de ciudad tranquila, de vivir en convivencia, donde un chisme era la gran noticia del día. Ceuta era sinónimo de tranquilidad, de paz social. Era la Perla del Mediterráneo, pero los tiempos cambian. Efectivamente los tiempos cambian y actualmente miles de residentes tienen su vista puesta en la península, pero otros miles quieren vivir aquí y apuestan por nuestra tierra. Miles de ceutíes y residentes que han echado el ancla familiar y social en esta tierra. A esos, a todos esos me quiero dirigir. Da igual la religión que profesen o si no profesan ninguna, porque la raza y la religión no definen la dignidad, ni la honestidad, ni la inteligencia y, mucho menos, la decencia de un hombre.
He censurado en más de una ocasión que los carnavales no pueden servir para atacar la honestidad de ningún colectivo, para airear problemas de parejas, cachondearse del aspecto físico de ninguna persona y, mucho menos, menospreciar a ninguna raza, religión o condición sexual. Divertirse sin menoscabar, sin molestar a los demás es una regla esencial, pero sobre todo, debe ser la línea divisoria entre lo correcto y lo inmoral, incluso lo legal o reprobable.
Esta semana varias cadenas de televisión comentaban la repercusión que podía tener en Ceuta la letra de una chirigota. Una letra que “rozaba” según varios juristas prestigiosos la legalidad. No hemos salido por la belleza de nuestro carnaval, ni por la profesionalidad de los grupos, todo lo contrario, hemos dado una negativa imagen de nuestras fiestas. Comentaban que no era la primera vez y del efecto que podía tener por la singularidad de nuestra ciudad.
Decía que me quería dirigir especialmente a los que han echado el ancla en Ceuta y, precisamente lo decía, porque los que apuestan por el carnaval son ceutíes que se quedan aquí para las fiestas, que vivirán aquí cuando se jubilen y aquí viven sus hijos. Ellos son precisamente los que deberían fomentar los carnavales con letras que estrechen lazos, que apuesten por la convivencia y el respeto a las personas. Letras que nos hagan reír a todos, no a unos pocos con muy mal gusto. Letras que no insulten, ni se rían de nadie por su aspecto físico. Letras que no menosprecien a nadie por su raza, condición social.
Letras que no dividan, letras para todas y todos los ceutíes.
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