Ya estamos en febrero, mes en el que casi siempre cae el Miércoles de Ceniza, inicio de la cuaresma. Este año será el 18 del presente mes. Los días que preceden a ese señalado miércoles son, en puridad, aquellos que la tradición cristiana reservó para los jolgorios del Carnaval, ante las perspectivas de penitencias y abstinencias cuaresmales, aunque en estos últimos tiempos, tanto aquí en Ceuta como en otros lugares, no suela respetarse con exactitud tal calendario, señalándose, eso sí, fechas más o menos cercanas al citado Miércoles de Ceniza.
Lo cierto es que el Carnaval ya está en el ambiente. Los coros y comparsas ensayan, se organiza la Cabalgata, se sortean las bateas y las tiendas especializadas llenan sus escaparates de disfraces.
Ceuta tiene una gran tradición carnavalesca. Ahora, por razón de mi edad, me toca relatar mis propios recuerdos y los que, a su vez, me transmitieron mis mayores. Bien sabido es que durante el régimen de Franco estuvo prohibido el Carnaval, pese a lo cual en las sedes de algunas entidades ese celebraban bailes de disfraces (los había en el desaparecido Centro de Hijos de Ceuta, sito el edificio Trujillo). En Cádiz, capital por excelencia del Carnaval tal y como lo entendemos por estas latitudes, disfrutaban de las llamadas “fiestas típicas gaditanas”, astutamente relacionadas con la próxima llegada de la primavera y no con el Miércoles de Ceniza, que era una manera “sui generis” de mantener estas fiestas eludiendo la prohibición.
Por lo que nos contaban quienes vivieron en Ceuta los carnavales del primer tercio del Siglo XX, podemos colegir que constituían unas fiestas verdaderamente populares, en las que participaba muchísima gente disfrazada que se echaba a la calle para divertirse. Era usual que quienes iban enmascarados se aproximasen a otras personas diciéndoles con voz simulada “¿me conoces?”. No había cabalgata, aunque sí bailes en el ya desaparecido Teatro del Rey, allá por la calle Correa. Las “murgas” recorrían la ciudad interpretando coplas satíricas relativas en general a temas locales, y pidiendo posteriormente un donativo. La foto de la conocida como ‘Los jugadores de golf’, en la Plaza de Ruiz, fue tomada precisamente el día de mi nacimiento, 12 de febrero de 1934, lunes de Carnaval.
Me ha venido a la memoria cierta graciosa anécdota que me contaron siendo un chiquillo, sucedida en alguno de aquellos carnavales ceutíes de antes de la Guerra Civil. Un emprendedor buscavidas se dedicó a rifar un jamón en la vía pública, aprovechando que todo el mundo callejeaba en esos días. Algo sucedió con el jamón en cuestión (o lo perdió o se lo robaron, o le metió mano) por lo que el referido individuo, para salir del atolladero, pues ya había vendido muchas papeletas, dejó de vender las que le quedaban y cogió un trozo de madera, dándole forma aproximada a la de un jamón, lo envolvió en papel de estraza y lo ató, simulando la apariencia del desaparecido. El día del sorteo –que supongo estaría relacionado con el de la Cruz Roja– resultó que no había tenido suerte, ya que el número premiado lo había vendido presentándosele la señora que poseía esa papeleta, a la que el buscavidas le entregó el supuesto jamón debidamente envuelto, Cuando la “afortunada” señora se dio cuenta de que aquello no era más que un pedazo de madera, protestó airada ante el de la rifa, quien le contestó; “Pero mujé ¿qué curpa tengo yo de que er cochino tuviera una pata de palo?”.
Ignoro cómo acabó aquel suceso, aunque supongo que se llegaría a un buen acuerdo entre las partes afectadas. En todo caso, la citada respuesta resulta una buena muestra del ingenio, la agudeza y el sentido del humor de un caballa en apuros.