Carnaval! ¡Carnaval! ¡Carnaval...! ¡Carnaval en la calle…! Carnaval en Ceuta y en Cádiz, dos ciudades abiertas al mar y a la vida, las dos ciudades a las que amo y a las que pertenezco; que si en una aún permanece mi niñez, la otra me embrujó su arte y su gracia para siempre… Carnaval a secas en Ceuta y en Cádiz, como dos tempranas rosas del mismo jardín del Edén, que festejan su carnaval en febrero como manda la más pura tradición.
Y nos vamos a la calle a sentir la alegría del carnaval. A sentir la alegría de la gente disfrazada con el disfraz que siempre le llamó la atención, o de alguna manera lo siente en su interior como algo cercano, pongamos: “de piratas, aquellos que siempre soñaron con aventuras en el mar y sin embargo nunca se alejaron más allá de su pueblo; de monjas, las putas que venden el placer al que pague su minuta; de pájaros, los que siempre soñaron volar; de mujeres románticas de amplios vistosos vestidos, los mariquitas de baile y copla que siempre sueñan con ser bailaoras de arte y flamenco; de toreros, aquellos que siempre vieron los toros desde la barrera y nunca se atrevieron a dar un capotazo; de niños de aros y pelotas de trapos, a aquellos que por una causa u otra nunca tuvieron infancia; de generales, aquellos que esconden el deseo de mandar y ni siquiera mandan en su casa…; de banqueros, aquellos que desean tener dinero en la “buchaca” y sólo tiene trampas por pagar; de obispos y curas, aquellos que gustan de la jerarquía eclesial y quedaron encerrados en su antiguo ceremonial; del clásico tipo de payasos, aquellos que les gustaría hacer reír a los demás, y no se atreven porque el temor al ridículo lo impide; de bandoleros, aquellos que gustan de ser libre por las sierras, de espaldas a los aguaciles y a la justicia; de brujas, aquellas que buscan recitaciones y brebajes mágicos para adormecer la conciencia; de aviadores, para los que necesitan cada noche viajar a las estrellas; de sirenas, para las muchachas que buscan la serenidad del mar; de lobos, para aquellos que siempre van vestidos de corderos; de romanos, para aquellos que necesitan un imperio para sentirse seguros; de marino para los que gustan de ron y desean un amor en cada puerto; de menesteroso, para aquellos que desean saber que se siente pasar una noche al raso y sin un penique en el bolsillo…; de piconeras, para las muchachas que sueñan que se allegue su piconero; de amantes, donde el carnaval deja su sello más apropiado a lo que pudiera significar sus horas llenas de pasión…
Y, así podríamos continuar relatando uno y mil disfraces más, pero pensamos que ya con los citados son suficientes para apuntar a algunos de ellos, y descifrar el misterio de la elección del disfraz y el tipo que elegimos para sentirnos por unas horas, identificado con el personaje que hubiéramos deseado ser, y por las circunstancias del destino no lo logramos.
Sin embargo, en el carnaval, en los días liberadores del carnaval, nuestras censuras se abren y dejan pasar todo aquello que sentimos y hemos deseado ser desde siempre. Y, ahora, por un momento de total libertad, podemos alcanzar en nuestra imaginación lo que siempre soñamos...
Así, que vamos, vamos ya al carnaval, vamos a la calle, no tardemos que ya comienza y suenan los pitos, los cuplés, la caja, el bombo y las chirigotas al paso del compás del pasacalle…. Que deseo ser, que deseamos ser, lo que nunca fuimos capaces de ser, y ahora, por solo un instante, por una hora o por un día, alcanzaremos a ser lo que siempre hemos soñado en nuestro interior, en nuestra vieja alma, ser…
Y, el carnaval, finalmente, se va por donde vino… Y se va en el último beso de una muchacha en cualquier esquina… Y se va en la cálida caricia a los pechos de una princesa sin reino…Y, el carnaval no acaba nunca, porque tiene el sentido de lo intrascendente, del instinto, del grito liberador de la vida en sí misma, de la risa, de la alegría del instante, de todo aquello que habita en nosotros desde que el tiempo es tiempo, y nos hace desear la existencia como un milagro que cada día se renueva…
Y, efectivamente, el carnaval se va por donde vino, para dormir un sueño transido de levedad, porque habita en nosotros en nuestros actos de identidad de todo aquello que significa libertad, trasgresión, sensualidad, deseo y ruptura por unos días, del entramado social de nuestra encorsetada sociedad, que cada día desde el repunte de la primera luz del alba nos sitúa a cada uno según los méritos que hayamos conseguido en esta nueva jungla de asfalto y cristal.
Y, se van las putas a su rosal; las princesas con sus sueños de príncipes; los banqueros a las ventanillas de las oficinas; los piratas y los marinos a sus barcos de papel que nunca llegaran al mar; los obispos y curas a sus misas de doce del domingo; los mariquitas, tal vez los más dichosos, alegres y divertidos a soñar con ser la reina para el próximo carnaval; los generales y militares a guardar sus uniformes de gala bien lustrosos por si acaso nos alcanzara otra guerra; los toreros a guardar sus espadas y sus capotes hasta el toreo de salón en la peña taurina donde vuelven a mostrar su arte. Y dejan sus disfraces, los temidos bandoleros, las delicadas sirenas, los divertidos payasos, las feas brujas, los románticos aviadores, los rigurosos romanos, los hambrientos lobos, las piconeras, y hasta los apasionados amantes….
Sí; se van aquellos que por unas horas han querido forzar el destino, y disfrazarse de aquello que alguna vez hubiesen querido ser. Como si el carnaval les diera otra oportunidad de alcanzar aquello que no pudieron ser, o tal vez nunca tuvieron la valentía de intentarlo. Sin embargo, el carnaval, por unos instantes, por unas horas, tal vez por unos breves días, pueda hacer el milagro de hacerte sentir en tu corazón lo que siempre cada noche junto a tu almohada deseabas ser… La vida es un camino con demasiadas celadas para alcanzar nuestro destino; sin embargo, si a nuestro pesar no lo alcanzamos, ahí tenemos el carnaval, para soñar, soñar, soñar…, con aquellas cosas que habitan en nosotros y nos pertenecen por siempre jamás…
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