Debido al ritmo “relativamente rápido” de mi paseo matinal, sólo he leído el título de un spot publicitario situado en el Paseo Marítimo: “cariñoterapia”. Esta palabra me ha provocado una imparable sucesión de ideas que, hasta ahora, no había tenido demasiado en cuenta. He pensado, en primer lugar, que el cariño -ese sentimiento de afecto cuando nos expresamos de forma amable, delicada y tierna- es un factor decisivo para que nuestros servicios humanos sean plenamente eficientes. Estoy de acuerdo en que, en la práctica de la medicina, las pastillas, las inyecciones o las intervenciones quirúrgicas producen unos “efectos más efectivos” cuando son recetados y aplicados por profesionales que nos tratan de esa manera “amable, delicada y tierna”. También tenemos suficientes experiencias del malestar que nos causan y de la debilidad que sentimos cuando nos tratan con “anti-patía”, con desafecto o, simplemente, con frialdad.
El cariño -la amabilidad, la delicadeza y la ternura- son condicionantes y, a veces, determinantes esenciales de la eficiencia en el ejercicio de todas las profesiones -en la enseñanza, en el comercio, en la administración, en la política y, de manera especial, en la medicina porque la curación de las enfermedades y el alivio de las dolencias se alcanzan con los fármacos, con la cirugía y con la radioterapia, pero, para que estos tratamientos obtengan sus mejores resultados, es indispensable el trato amable de los médicos, de las enfermeras y enfermeros, y de todo el personal sanitario. Cuando el paciente se siente comprendido y animado con unas palabras amables y con unas expresiones cariñosas, experimenta que se suavizan sus dolores y, quizás, se activan sus mecanismos de defensa.