Formaba parte de su trabajo, eran más de treinta años ejerciendo como inspector de primaria y pocas veces alteraba su recorrido. Visitaba las escuelas de su localidad y daba el visto bueno o hacía sus pequeños informes. Digamos que después de aquel tiempo, aquello era rutinario.
Cierto día, casi finalizando la jornada en la última escuela, le llamó la atención el escandaloso ruido que salía de una de las aulas, cambiando el recorrido se dirigió a la misma observando un espectáculo que no fue nada agradable, todo estaba revuelto, los alumnos se tiraban objetos y las mesas y sillas rodaban por el suelo.
La maestra atemorizada y sin recursos se encontraba escondida detrás de su mesa y soltando de vez en cuando un grito, pedía orden y silencio.
Visto lo cual, el inspector presentándose, solicitó silencio y ayudó a incorporarse a la atemorizada maestra preguntándole:
¿Tiene algún problema?
Me siendo abrumada, señor. No sé qué hacer con estos alumnos. No tengo libros, no poseo láminas, la dirección no me facilita material didáctico, carezco de medios electrónicos y ya no puedo mostrar más argumentos ni qué decirles a mis alumnos.
El inspector, un docente de grandes recursos y habilidades, vio un tapón de corcho en la desordenada aula y agachándose con aplomo lo cogió, le dio varias vueltas entre sus dedos y con gran serenidad dijo a los alumnos:
¿Veis esto…, qué es?
Todos los alumnos gritaron: ¡Un corcho señor!
Muy bien, y… ¿de dónde sale el corcho?
¡De la madera!, ¡del alcornoque!, ¡del árbol!, ¡de una máquina!, respondían todos los alumnos animosamente.
Bien, muy bien, ¿y qué puede hacerse con la madera?, preguntaba el inspector.
¡Yo señor!, ¡un barco, una silla, una mesa!
Vale, ya tenemos un barco, ¿quién quiere dibujarlo en la pizarra? ¿quién pinta un mapa y en el puerto más cercano coloca nuestro barquito? ¡Ah!, escríbanme la ciudad dónde han visto ese puerto y digan dos puertos cercanos, uno al Norte y otro al Sur.
Pero no corran, no desesperen. Díganme que país han escogido, cítenme un renombrado escritor o poeta de ese país, digan también si recuerdan alguna canción de aquellos lugares y cítenme productos destacados de esa región.
Ya había orden en el aula. Con esto había iniciado una brillante lección de botánica, geografía, historia, economía, literatura, etc. etc.
Los ojos de la maestra no cabían en sus órbitas, estaba muy impresionada. No tenía palabras para agradecer al inspector su intervención. Una vez terminada la clase le dijo: Señor, nunca olvidaré todo cuanto me enseñó hoy, le estoy muy agradecida. Y así se despidieron.
Pasado un largo periodo de tiempo el Inspector volvió a aquella escuela y buscó el aula de aquellos episodios. Nuevamente el alboroto reinaba en el ambiente y la maestra se ocultaba de ellos.
¡Señorita! ¿Qué pasa aquí? ¿No se acuerda de mí?
¡Ay, señor! ¡Cómo olvidarme! ¡Que afortunada soy porque regresó! ¿Sabe?, he buscado por todas partes y no encuentro el corcho. ¿Dónde lo dejó?...
*****
Me satisface haber relatado esta “fábula”. En el entretanto de la escritura han pasado por mi mente antiguos episodios, unos desde muy cerca y otros por antiguos relatos de compañeros.
Vaya por delante mi respeto a todos los enseñantes, pero cuando una persona de cualquier profesión u oficio carece de vocación o espíritu para su ejercicio, ¡nunca encontrará el corcho!
Dedicado a todos los educadores y a mis dos buenos amigos y compañeros: Teodosio Vargas Machuca y José Ramón Torres Gil.
Juan Fernández pacheco es miembro de la Asociación de Escritores y Artistas Españoles.