Canto a la solidaridad, una luz a la esperanza

Los Franciscanos de Tierra Santa recibieron ayer en el Revellín el decimosexto Premio Convivencia

Error: Formulario de contacto no encontrado. Cuatro años después el Auditorio se vistió de largo para acoger uno de los reconocimientos más importantes que otorga la ciudad, el Premio Convivencia. Y cuando bajaba el sol y las luces del interior comenzaban a prender el ambiente de solemnidad inundó las instalaciones y en su inmediación comenzaron a aparecer en corrillos o por separado, autoridades, civiles y militares, también personas públicas pero también ciudadanos de a pie que, engalanados con trajes de domingo, deseaban disfrutar de una gala que estuvo bañada por las palabras, los sonidos y los actos de la convivencia, la tolerancia y la solidaridad.
Y los ceutíes tomaron asiento en un auditorio que echaba de menos a gran parte del tejido ciudadano y social de la ciudad. Un patio de butacas que apenas alcanzaba la mitad de su aforo se unía a una gala de hermandad, pero no sólo se trataba de eso sino también, de alguna u otra manera de cooperar con la congregación galardonada, un gesto que quiso ensalzar y agradecer el ministro principal de la Custodia de Tierra Santa, fray Francesco Patton. “El excelente trato de los ceutíes y la ejemplar convivencia”, dijo.
Cuando, uno a uno, los asistentes al acto comenzaron a entrar y tomar asiento, y las aglomeraciones formadas en la ‘manzana’ del Revellín se dispersaron, el portal del auditorio volvió a cerrar y, ya con el espectáculo en marcha, parecía imposible que el mal le ganara un ápice al marco de paz que se formó. Y entre el silencio y la oscuridad solamente iluminada por el reflejo de una vidriera comenzaron a resonar las primeras notas del piano a las que se sobrepuso una ‘sobrecogedora’ llamada a la oración que se simultaneó, en un espléndido espectáculo, con la celestial interpretación de una adaptación del Ave María de Cuccini. Dos culturas, dos religiones, que no solo estuvieron juntas sobre el escenario, se abrazaron, se unieron en un mismo acto: la llamada a orar conjuntamente, ya que en tiempos remotos, el toque del Ave María se conocía como la llamada al rezo.
No solo con música transcurrió el acto, poemas hebreos, recuerdos de la gran labor desempeñado y un gran discurso de cómo los actos del presente son el reflejo del mañana. Porque cuando fray Patton tomó la palabra, un rotundo silencio ahogó la sala y con “el señor os dé la paz” comenzó el ministro custodio una semblanza a lo largo de la cual recordó la gran y extensa labor que su congregación ha desempeñado en Oriente Medio desde hace 800 años, no exenta de situaciones muy complicadas y difíciles, incluso con sangre derramada, pero siempre abogando por la convivencia de las diferentes culturas y religiones que allí se encuentran.
“Nuestras labores son modelos de convivencia y diálogo interreligioso que contribuyen a crear y promover un clima de convivencia pacífica”, explicó. Además, inmerso en esa atmósfera de solidaridad, el custodio quiso recordar a todas las personas que durante este año han sufrido actos de violencia o terrorismo. “Agradeciéndoos una vez más este premio, deseo pediros un recuerdo particular en la oración para toda la población tocada por la guerra, la violencia y el terrorismo”. Y en concreto quiso mostrar su apoyo por los recientes atentados. “También nosotros deseamos expresar nuestra cercanía a todas las personas que en diversas partes del mundo, y también en Europa y España, han sufrido actos de violencia y terrorismo durante este año”, concluía el fraile franciscano con una llamada a la oración por todos ello.
Fue una gala sin pretensiones, marcadamente solemne, comedida y, quizá, más escueta de lo habitual, pero a la vez estuvo llena de luz y esperanza. Fue un canto a la paz y a la convivencia, una llamada a la oración conjunta. Valores, precisamente, por los que los Custodios de Tierra Santa han sido galardonados en esta decimosexta edición como bien recordó el ministro de la congregación en su discurso. Y al igual que comenzaba, con la música del clamor de la infancia, los niños de ‘Al Idrissi’ se despedían con un llamamiento a la paz mundial.  

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