Este miércoles se celebra tanto en Ceuta como en todo el mundo el Día Mundial Contra el Cáncer de Mama. Tras esta enfermedad se esconden historias de auténticas valientes que se enfrentan a diario al desafío de seguir adelante con sus vidas y hacer frente a una enfermedad tabú.
Nuria Sarria lleva batallando 14 años con una enfermedad que dio un vuelco a su vida; Rocío Fariña se encuentra en tratamiento hormonal para que no se le reproduzca de nuevo; y Fatima Sohora se dio cuenta que algo no estaba bien en su pecho jugando con su sobrino. Tres testimonios que hoy dan visibilidad al cáncer de mama.
“Después de esta experiencia, valoro mi vida, disfruto cada momento. Antes no lo hacía, siempre con estrés todo el tiempo, no disfrutaba una película con mi familia o cuando llevaba a mi hija al parque”, dice con total claridad Nuria Sarria, una paciente de cáncer de mama avanzado que le fue diagnosticado con 35 años y el cual se pasó al esternón diez años después de que se lo certificaran.
En la actualidad sigue luchando contra esta enfermedad, “me queda mucho por recorrer. Saco fuerzas para vivir cada instante”, reconoce esta caballa, quien además forma parte de la junta directiva de Acmuma.
Sarria se notó un “bultito” en el pecho, cayendo en el fallo de pensar que este mal era común a su edad. “Mi marido me decía que fuese al ginecólogo, pero lo dejaba pasar porque era muy chico”, recuerda. Falsa creencia cuando lo atribuyó a un bulto de grasa o de leche, alargándolo así más en el tiempo. Lo que parecía una broma cambió completamente, de la noche a la mañana. “La prueba que me tomaron, la mandaron a analizar para salir de dudas”, continúa diciendo la afectada.
"Cuando me lo dijeron no me lo creía. Tienes que tener tu momento de luto para asimilarlo"
La respuesta no tardó en llegar, ella se encontraba en la playa junto a sus hijos y marido. “Me tuve que volver porque me llamó el ginecólogo”, dice con un nudo en la garganta. “Me duché temblando por la incertidumbre y cuando llegué a la consulta me esperaba el especialista con un vaso de agua en la mano”, quien minutos después le sacaría de dudas. “Me confirmó que tenía cáncer”, manifiesta de forma tajante.
En cuanto se despertó este fantasma, la caballa se puso en contacto con el doctor Muñoz, el encargado de realizarle una biopsia. Este examen corroboró una vez más dicha enfermedad.
“Cuando me lo dijeron por primera vez, no me lo creía. Tienes que tener un momento de luto para que el cuerpo lo vaya asimilando, aunque no lo llegas a concebir del todo”, dice Nuria Sarria. Tras la dura noticia, se puso en contacto con sus allegados para trasladarle los resultados.
A posterior, “me encerré en mi habitación, me senté en el suelo, me puse a llorar porque lo único que quería en ese instante es estar sola, conmigo misma”, asevera. Del mismo modo que desprendía esta ira, lo disimulaba frente a sus pequeños, a quienes no quería contagiarle esta preocupación y que nunca la vieron sin pañuelo.
A los 35 años, Sarria se sometió a la operación. “No me hicieron una cirugía conservadora, por lo que conservé mis mamas. Me dieron quimioterapia por un tubo”, asegura. Los efectos secundarios de este tratamiento estaban por venir, empezando por los episodios de vómitos. Asimismo, ella es sabedora de lo que es “no tener pelo en la cabeza, sin vello por el resto del cuerpo. Me miraba frente al espejo y no te reconoces porque te hinchas. La medicación hace que te encuentres así, te ves irreconocible”, rememora.
Después de esta tormenta, la calma llegó a su vida. La treintañera, por aquel entonces, comenzó a retomar su vida con el deporte. Diez años por delante en los que los males no asomaron por ningún lado. Pero esto tuvo los días contados, ya que empezaron los dolores en el esternón. “No sabía que me ocurría, por lo que acudí a varios especialistas. No daban con lo que era, pero prueba tras prueba detectaron que era una metástasis ósea”. Una vez más, parece que se vuelve a la casilla de inicio.
"Cualquier duda que tengamos, debemos consultarla con nuestro médico"
Cuatro años lleva con la enfermedad y recibiendo un tratamiento –trimestral– que “me va estupendamente”. Sí es cierto que lo suyo es crónico, por lo que “mi vida ha cambiado por completo”. La caballa afirma que “con el cáncer de mama llegué a tener una vida normal pese a los miedos que me rondaban cada vez que iba a las revisiones.
Esto cesó a los diez años cuando de nuevo me dijo que estaba aquí”, expresa con ojos lacrimosos. Duro revés que le ha hecho verse “limitada”. Algunas lesiones en los huesos son incurables y continúa con la quimioterapia tomada e inyecciones.
Sin embargo, ella sigue con fuerzas y con un pilar fundamental que la acompaña y sostiene a cada instante. Este es su familia: hijos y marido que le ofrecen ese amor incondicional y energía que la recargan para dar cada paso adelante. 14 años desde esa afirmación que nunca hubiese querido escuchar.
Sarria ha aprendido la lección: “cualquier duda tenemos que consultarlo con nuestro médico. Hay que estar al pie del cañón porque nadie mejor que nosotras, conoce sus mamas”. La detección temprana es fundamental para detectar lo antes posible el problema, lo que favorecería un tratamiento menos agresivo para su cura.
Los pacientes de cáncer son sabedores del trayecto que hay que hacer desde la ciudad autónoma hasta Algeciras para así recibir un tratamiento. El ferry o el helicóptero se convierten en los medios de transporte de referencia para estos usuarios para que así puedan alcanzar la Península. Los problemas están en el meteorología, pues “hay días en los que me he quedado al otro lado”, reconoce Nuria Sarria.
“No podemos olvidar que somos, prácticamente, una isla”, asevera. Por ello, “deberíamos tener más ayudas en Ceuta porque, aunque tengamos una Oncología estupenda, necesitamos más especialistas. Tenemos mucho que hacer, puesto que solo tenemos dos”, reconoce esta paciente de cáncer de mama. La odisea del transporte como la escasez de medios en la ciudad autónoma hace que los afectados se vean más agravados.
“En 2017 me noté en uno de mis pechos una especie de garbanzo”, recuerda Rocío Fariña. Esta ceutí reconoce que siempre ha sido disciplinada, atenta con sus revisiones médicas y la autoexploración en casa. Entonces, cuando ella percibe esta anomalía, se pone en mano de los profesionales de la salud, quienes le dicen que se tendría que hacer una serie de pruebas, un seguimiento para conocer de la evolución de este “bulto”.
Lo que en un principio parecía que no era malo comenzó a torcerse. Las expectativas en positivo empezaban a caer como si se tratara de una torre de naipes.
Pasado tres años de este primer contratiempo, febrero de 2021, “llegó el tumor, un carcinoma hormonal de estadio dos que me pilló en plena pandemia”. Para Rocío esto fue “lo más grande que me estaba pasando en ese momento”, pese a que se encontraba sumergida en una España en la que fallecían “hasta mil personas a diario por culpa del coronavirus”·
En su interior sentía miedo, su cabeza comenzó a llenarse de preguntas, las cuales no tenían respuesta. “¿Por qué me ha tenido que pasar a mí?”, se sigue cuestionando la caballa a día de hoy. Ella negaba prácticamente de todo, “no quería dejar a mis hijas, abandonar mi casa para meterme en un túnel donde había médicos, enfermeros, cirujanos y oncólogos”, dice.
"Se debe invertir dinero en la investigación de cualquier tipo de cáncer"
Fariña no era consciente de este episodio vital. “No concebía que era la protagonista de una historia que nunca me hubiese imaginado que la iba a vivir en primera persona”, admite. Tal fue que, tras darse una serie de sesiones de quimioterapia, ella seguía rechazando lo sucedido, como si se tratara de una pesadilla de la que te despiertas a medianoche. Abnegación, pero con la clara convicción de que “no me iba a morir”.
El tiempo transcurría, sentimientos frío; pero con todo el calor que le ha brindado su familia desde el comienzo. Su marido se lo ha hecho llevar muy fácil. “Nosotros íbamos a las revisiones y nos cogíamos el fin de semana para estar los dos solos y así dedicarnos tiempo”, rememora con voz melosa. Su fiel compañero estuvo en las duras, pero no lo pudo hacer a la hora de la operación.
“No me pudo acompañar al quirófano, tuve que entrar sola porque estábamos en pandemia”, añade cambiando a un tono más sufrido, como si se le entrecortara las palabras. Los fantasmas le rondaban a su alrededor, pero se los pudo quitar a duras penas.
A renglón seguido, sus hijas han sido otro apoyo. Y es que todo esto, “les ha servido de aprendizaje”, ellas ahora están informadas y han vivido cerca de una paciente de cáncer de mama, como es su madre. A medio y largo plazo, estas jóvenes seguirán religiosamente sus revisiones. “Ellas lo tienen normalizado”, afirma su progenitora.
2017 fue el año en que comenzó todo. Los sentimientos los ha tenido a flor de piel, más aún a partir de 2021. “Lloraba sola, mi momento era cuando me encontraba en la ducha”, recuerda la ceutí. Cuando salía de esta especie de mundo paralelo, todo quedaba atrás. No había ocurrido nada. Igualmente, la cama se convertía en su respaldo: “no tenía ganas de salir, todo el tiempo tumbada sin ganas de nada”.
En la actualidad, cuando se encuentra en tratamiento hormonal, sus sentimientos han dado un giro de 180 grados. “Ahora me siento animada, con ganas de ayudar a gente que está comenzando y ve que su vida se cae a pedazos”, dice. Fariña ha aprendido a ser agradecida con su alrededor, pero siempre que puede aprovecha para remarcar que “se debe invertir dinero en la investigación de este o cualquier otro tipo de cáncer”.
En cuanto Rocío Fariña supo la noticia de su cáncer de mama, no le quedó otra más que afrontar dicha realidad. Las emociones se convirtieron en una especie de montaña rusa que la hacía estar en ocasiones con una tímida sonrisa y otras en las que las lágrimas brotaban de sus ojos.
De forma constante, ella trabajó su estrés emocional para mantener la calma. “Lo concebí con mucho sentido del humor. Intenté normalizar mi enfermedad, la cual pude detectar a tiempo gracias a toda la información que anteriormente había recibido”, afirma. Además, ella confiesa que se hacía sus revisiones para estar al tanto de lo que sucedía en su cuerpo.
“Lo pillaron en un estado muy temprano, pese a que me tuviera que dar 15 sesiones de quimioterapia”. Su familia se lo ha tomado con tranquilidad para así no generar nerviosismo en Fariña. Calma latente la que ha servido para afrontar este duro revés que, a veces, la vida nos puede tener guardado.
Una patada sin querer del sobrino de Fatima Sohora Mohamed destapó lo que su pecho escondía desde “hace no sé cuánto tiempo”. Este hecho comienza el verano pasado, cuando los dos se encontraban en la casa de su madre. Mientras jugaban, un puntapié inocente alcanza el seno de Mohamed.
“Me hizo daño, pero pensé que este dolor se quitaría a las semanas”, reconoce la mujer. A su vez, ella descubre un bulto que, “aparentemente”, se generó a partir de este percance. “Creía que era una costilla que se había levantado o que era otro bulto similar a los que tuve antes”, dice.
Muchas dudas y pocas certezas, por lo que optó por acudir al médico de cabecera, quien la miró y exploró para dar con el problema. No había costilla, ni grasa; por lo que la mandó a la unidad de mama. Comienzan los miedos. La cita no le llegaba, no tenía fecha exacta para su consulta. Los días transcurrían, las semanas y meses. “Pasó todo el verano, parece que los documentos se traspapelaron”, afirma Mohamed.
La solución pasó por regresar a su médico, quien mandó un aviso al especialista. En diciembre se pudo hacer la mamografía y “comprobaron que tenía dos bultos y un ganglio debajo del brazo”, recuerda.
Lo siguiente fue la biopsia para más exactitud. A la cita, ella fue sin acompañante: “continuaba sin creer todo lo que estaba sucediendo”. Su cabeza no cesaba de dar vueltas hasta la confirmación de los resultados de las pruebas. El profesional lamentó decirle que lo suyo era un cáncer de mama triple negativo. A partir de entonces fue el comienzo de todo, “creo que esto es un luto para asimilarlo”.
La noticia cayó como un jarro de agua fría, “mi hermana se puso de todos los colores y mi madre se cayó redonda en cuanto se lo dije”, afirma. El alma se desgarró en mil pedazos en la casa de Mohamed.
A los 10 o 15 días siguientes la llamaron desde oncología, donde la atendió el doctor Hassan. Él mismo le reafirmó el tipo de cáncer que padecía. Así que, al instante arrancó su ciclo. “Todo fue muy rápido”, comenta.
Pero en este procedimiento, los cambios de comportamiento han sido la tónica diaria. “Me gustaría gritar a veces y otras me quedaría sin decir nada”. Los miedos la acechan, aún más cuando apaga la luz por las noches. Pero su familia e hijos le sirven de faro que la guía para así animarse, apostar porque todo saldrá bien.
Fatima Sohora hace porque sus retoños no padezcan esta realidad. “No disfruto de mis niños como quisiera. Mi mayor, la de 12, lo está sobrellevando gracias a Dios y a la psicóloga”, afirma. Por su parte, no quiere soltar lágrima alguna delante de ellos, hago lo posible para que no noten pizca de nada. Al menos, lo intenta. Incluso, “los llevo al colegio, aunque tenga que salir media hora antes”.
Recientemente, gracias a la agilidad en su atención sanitaria, Mohamed se ha sometido a la operación. “Me han quitado un pecho”, manifiesta mientras agarra su cojín en forma de corazón entre sus manos. “La prueba de patología indica que el ganglio bajo el brazo continúa ahí, pero el seno está limpio. Eso significa que seguimos adelante”, aclara con firmeza y esperanzada de que la fuerza no le falte en ningún momento. Además, parte de este respaldo lo recibirá en Acmuma ya que se ha integrado en la organización sin ánimo de lucro hace una semana.
La procesión la lleva en su interior, ella se levanta a diario con dolores y con la rutina de tomarse los medicamentos y colocarse los parches. No obstante, en breves comenzará con una serie de ejercicios para ese brazo que apenas puede mover. Pero mientras, con la incertidumbre del qué pasará, su fortaleza la busca en Dios.
También, agradece a los que han rezado por ella. Todos han hecho que, en instantes, esos fantasmas desaparezcan. “Hay ratos que río, otros que lloro”, reconoce Mohamed, quien se aferra a la vida porque le queda mucho por recorrer.
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