No acabamos de dejar el pedregoso camino que nos ha conducido hasta el Gólgota (este año con más dificultades de las previstas, tal y como lo demuestran los excelentes artículos de Díaz Portillo y Vicente Martín), y ya empiezan los políticos a marcarnos veredas “mágicas”, pues estamos a un mes de elecciones, con los mismos titiriteros como protagonistas; volviendo a oír idénticas patochadas de tantos tontos del bote, mentirosos Pinochos de tres al cuarto que ahora tienen el poco pudor de desdecirse de lo que han venido haciendo y diciendo, cargándonos de una mala leche jupiterina que nos invita a gritar: “¡Que os voten vuestras puñeteras madres!”, en la seguridad de que algunas de ellas se lo pensarán.
Días de religión y días de política. ¿Acaso no han llegado a ser lo mismo?. Lo peor es que el pueblo en esta tesitura (y aquí entra el miedo), indiscutiblemente elige a Barrabás. Lo hace de continuo. Eso de “voz del pueblo, voz de Dios”, no es exacto. Con gran indignación, los ceutíes han comprobado que en esta Semana Santa, la diáspora, vía Estrecho, ha superado en cifras las de otros años. Un éxodo que empieza a ser preocupante. Los comercios, no así tascas y bares, estuvieron tan vacíos como los templos. Pero nadie se rasgue las vestiduras ni califique de mal cristiano y peor caballa, a quien decide buscar nuevos aires para estos días de espinacas, bacalao y torrijas. Cada uno es libre de hacer lo que le pida el cuerpo y le sostenga sus tarjetas de crédito. El funcionario ceutí (¿quién que es aquí, no lo es?) vive agotado y abrumado al máximo, eso dicen. por eso, cuando la ocasión la pintan calva, se sube al palo mayor de cualquier ferry y como aquel Rodrigo de Triana, exclama: ¡Adosado a la vista!. Y allí, en Chicana o en San Pedro de Alcántara, se dispondría a vivir siete días de ocio, claro que, paradójicamente, la nostalgia le vendrá antes de deshacer el equipaje, y le roerá la conciencia de ser un pésimo caballa. Menos mal que con los que, de ordinario, compartimos población, pero no religión, los vacíos se disimulan. Y pese a no estar en sus creencias toda esa parafernalia barroca que ponemos en las calles, la verdad es que para ellos, las procesiones tienen un atractivo visual y mucho de curiosidad. La "fiesta de los muñecos", que es como llaman a la Semana Santa, lo ha ratificado en esta ocasión, al ocupar buena parte de las sillas en carrera oficial; una carrera que perdió los atractivos de antaño, desde que se cambió el Rebellín por este ensanche de la Constitución, mucho más idóneo para un sambódromo carioca. Pero la gota que colmó el vaso ha sido en esta ocasión, el tema de los costaleros o mejor, la ausencia de ellos, dando lugar a ciertos desbarajustes, como lo ocurrido en la cofradía ubicada en los Remedios, que se vio obligada a dejar aparcado el paso de la Virgen (esta hermanad lleva algunos años viviendo 'la Guerra de los Rose'), o que el Cristo de la Vera Cruz, la mejor talla de nuestra iconografía procesional, también se viera determinado a sustituir su sobria canastilla por una especie de parihuela en forma de cometa de playa, fórmula que me ha parecido desacertada. Esta escultura, tras su restauración, tampoco ha tenido aciertos que celebrar. De su limpieza, hace unos años, surgió un Cristo que más parecía haber muerto de un cólico hepático que a causa de la crucifixión. Y sigue de color membrillo. Advierten agoreros y agoreras que estamos en el comienzo de un final. De la decadencia a la desaparición. Sería imperdonable y una vergüenza para la población ceutí que ya le quedan pocos signos de identidad. Increible que, cuando, al fin, Ceuta había dado con la clave de un espectáculo serio, estético y espiritual, la Semana Santa caballa se vaya al traste. Sabemos que poner un paso en la calle conlleva múltiples problemas, pero a lo largo de todo un año, hay tiempo para solucionarlos, si es que hay firme voluntad de hacerlo. Claro que si empiezan a abordarlos a partir del miércoles de Ceniza, como pudieran ser los ensayos de las costalerías, lo más prudente es dejar las imágenes en sus altares y encenderles velas. De lo que no participo es que se vuelva a militarizarlos, como se hacía durante el franquismo, que, por cierto, tampoco se libraron las Hermandades de dimos y diretes, aunque no trascendieran a la calle. Recurrir a jóvenes reclutas para levantar los pasos, o para engrosar las filas de nazarenos, no es de recibo. Aún recuerdo la bajada del Medinaceli por la antigua Campana, con los penitentes portando cirios eléctricos, encadenados por cables que alimentaban un transformador debajo del paso, y a este mismo con una luminosidad que más parecía una atracción de feria. Y aquí dejo el tema. No entro en controversias. Ha habido un hecho concreto, la falta de costaleros, y en ello deberá entrar los cardenales de turno para, con tiempo, dar respuestas. Eso y hacerles comprender a los que se meten bajo un paso, que no siempre lo adecuado es llevar las imágenes como si se tratara de una cama elástica; eso, y que cualquier Cristo o Virgen que procesione en Semana Santa, nada tiene que ver con una carreta rociera. De aquí se debe partir y de aquí ha de surgir seriedad, inteligencia y responsabilidad. Una triada tantas veces olvidada, en un pueblo, donde abundan la negligencias y las incompetencias. En Ceuta, cuando las cosas no marchan (y aludo a una efeméride que también quedó varada como la Virgen del Mayor Dolor), lo más fácil resulta echarlo todo por el sumidero de la desidia.
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