Opinión

Camino hacia Emaús

Observé que Myriam estaba feliz, no porque en sus palabras se notara alguna euforia, pues tanto ella como yo sabemos que se debe practicar la impasibilidad de vida, no sentirnos ni demasiado contentos, ni demasiado tristes ante determinadas situaciones que superan lo que es normal en el día a día. Me contó que sus hijos se habían ido a pasar el fin de semana con los críos, diez en total, y lo estaban pasando muy bien todos juntos. Habían viajado hasta Sfat, al norte, por Galilea, justo donde Jesús vivió. Uno de los niños, Natanel, hacía el Bar Mitzvah, que en el rito judío significa:”hijo de los Mandamientos”, y que es ocasión para una gran ceremonia de gratitud a Dios. Se celebra a los trece años. Ellos la hicieron en la Sinagoga del pueblo, el sábado por la mañana, y a partir de ese momento, el jovencito ya es considerado como un adulto. Había sido un momento estrictamente familiar, (lo que nos recuerda las grandes diferencias que existen con respecto a las nuestras, inmersos en una sociedad paganizada, con gran boato y despilfarro, mirando más las apariencias, sin apenas diferencia con una costosa boda, en la que los críos desvirtúan el sentido religioso del acontecimiento, pensando más en los regalos y en el lujo de los vestidos, echando de menos lo familiar e íntimo de la liturgia).
Su madre había preparado rica y abundante comida kosher, respondiendo a la normativa bíblica y talmúdica. Cuando terminó el festejo se fueron a pasarlo en medio de un  precioso campo, unas casitas rurales que se han habilitado por todos los pueblos de Israel. Meir aprovechó para llamar a su madre y decirle que la querían mucho y le daban las gracias por el amor que ella había tenido siempre por esas tierras, pues se lo había inculcado a ellos, “ y ahora consideramos que no hay país como este, es el mejor del mundo, y no lo cambiaría por ningún otro país”. Yo le recordé cuando ambas estuvimos paseando una preciosa tarde por el Monte Tabor, donde Jesús se transfiguró, ya que me sorprendió ver tanto a familias judías como árabes de merienda con sus pequeños, pienso que la gente de fuera no podría comprender que en aquel lugar ambos pueblos convivan en paz. “Acabo de llegar del hospital de la revisión”, me dijo Myriam. “Me encontré por casualidad con el médico que me atendió cuando casi me muero, y me dijo bromeando “tú eres la que resucita de entre los muertos”. “Me reía con él por su buen humor. Al regresar para la casa, dos mujeres palestinas se desmadejaban por debilidad en la calle. Estaban preparando la fiesta del Cordán y hacían ayuno. Me senté con ellas a descansar un rato en un banco, y después de una charla amigable, me despedí: “marjadí matobá”, “que tengáis buenas fiestas”.
A veces nos olvidamos de cosas tan sencillas como desear lo mejor a nuestros convecinos y actuamos de manera distante. Es bueno que los hijos sean agradecidos con los padres y lo manifiesten, y no es bueno que en nuestras sociedades hayamos perdido ciertos  hábitos. Mucho tenemos que aprender aún de los judíos, nuestros hermanos mayores…
Jesús ha decidido no enfrentarse con los fariseos, no es todavía Su momento; por ello, de madrugada marchan ya de camino a Emaús. (Cuando se sale de Jerusalem hacia el aeropuerto David Ben Gurión, de Tel Aviv, es casi obligatorio pararse en este lugar, ahora habitado por un convento de monjas. El resto son sólo ruinas. Allí en lo que queda de la Sinagoga, se celebra la Santa Misa. Luego echamos un vistazo por los vestigios que han quedado sobre la configuración del antiguo pueblo). Entonces era difícil acceder hasta allí, pues había que atravesar montañas complicadas.
Los discípulos de mayor edad van muy cansados, pero los más jóvenes brincan con agilidad y hablan de lo que han vivido. Están felices, porque caminan hacia Galilea. Iscariote se encuentra tranquilo, sosegado por estas fechas. Pregunta al Maestro si volverá con él a Keriot, que su madre tiene muchas ganas de verlo, y también las gentes de la aldea, pero Jesús lo disuade, ya que hace aún mal tiempo y llegar hasta allí es muy complicado. Juan quisiera ir a Belén para que conocieran todos el lugar de Su Nacimiento, sin embargo, Jesús sigue en silencio y serio, sin hacer comentarios.
Iscariote dice que en Belén no quieren al Maestro. Judas no se da por vencido, insiste en que se vaya a Keriot con él. Entonces habla Jesús  y le dice que Él debe estar con todos, sin exclusión. “Señor, Tú sabes que deseo agradarte y cuando no soy bueno, me arrepiento, pues no quiero perderte. Ayúdame a entender mi comportamiento y a mejorar, pues a veces no me comprendo. Me vienen apetitos desordenados y perversos”. Jesús no puede contener la tristeza, parece como si al mirar a Judas, le viera una enfermedad incurable. Judas Lo observa e insiste: “Señor, quiero oír lo que piensas de mí, que lo oigan mis compañeros también; quizás pueda corregirme”. Todos están silenciosos esperando la respuesta del Maestro. “Sí, Judas. Eres un desordenado. Tienes buenos elementos, pero eres débil. Las aguas deben ir por sus cauces; las ramas y plantas no pueden crecer a capricho. Si hay tempestades, las aguas arrastrarán a las plantas que no están bien ordenadas en sus bosques. Las plantas, el agua y la tierra, son tres buenos elementos, pero en el desorden, causarán la muerte y arruinarán a los poblados. Tú tienes inteligencia, valor, educación. Eres activo, posees elegancia, pero no te has preocupado nunca de llevar un orden de vida. Para conseguirlo, Judas, debes pensar cuál sería la mejor manera de actuar, y no fallarías jamás”. Judas le da la razón a su Maestro, piensa como Él.
Sin embargo, se lía y no sabe la manera de cambiar. Pero Jesús le insta a que sea firme y que ponga a actuar su voluntad de cambio, con serenidad y con firmeza. El discípulo está sumiso y confiesa sus pecados de lujuria, que no controla, pero que quiere ocultar a los demás, para que nadie vea en él su desorden. Por el contrario, el Maestro le dice que ocultarlo es un error, debe pedir ayuda a sus amigos buenos, cuando Satanás lo ataque con furia, pues los demás podrían ayudarle si él se descubre a ellos. “Te ayudarían a no caer. No puedes permanecer en soledad en medio de un desierto. Cuando tengas muchas tentaciones, te tendrán que apoyar muchas virtudes donde agarrarte con fuerza, como árboles robustos para poder subir”.
Judas ha comprendido el mensaje; sabe que Jesús conoce su interior y que quiere ayudarle. Le da las gracias y pide a sus compañeros que le comprendan y le aconsejen cuando lo vean tambalearse en la tentación.
Santiago Alfeo dice que en Galilea el ambiente es menos corrupto que en Judea.”Te queremos mucho, Judas”, le dice. “Has estado cerca de Tiberíades y Mágdala, donde persiste una sociedad poco dada a la santidad del hombre. Te comprendemos”. Juan también quiere animar al compañero. “Tu mamá es una mujer santa, Judas. Ella debe ser tu ejemplo”. Y Jesús corrobora esta apreciación, tanto que el joven se pone muy contento al oírlo. Siente que su padre tuviera otras ideas para educar, y lo separó de su madre enseguida. Pedro viene deprisa, se quedó atrás con los mayores. “Tengo las piernas cortas. ¿De qué hablabais?”- “De las cualidades necesarias para ser bueno”, le dice Jesús. Pedro quiere saber cuáles son y el Rabbí se las enumera:”orden, paciencia, constancia, humildad, misericordia…”. Y el discípulo se extraña: ” ¿qué tiene que ver el ORDEN, Maestro?” Jesús le explica que el desorden nunca es bueno y siempre trae malas consecuencias. “Para llevar una vida santa, sencilla y perfecta, se debe utilizar la línea recta, Pedro”. El discípulo le contesta:”seguir por un camino recto es fácil, Señor”, y el Maestro le dice que no, pues enseguida se ve el error.
“José Me enseño el oficio de carpintero. Insistía mucho en que la tabla tenía que estar derecha, porque cualquier imperfección hace que no se consiga bien ni una simple mesa de campo, y sólo serviría para quemarla en el fuego. Lo mismo ocurre con las almas, si no sirven, van al fuego del infierno”. El Rabbí dice que para conseguir el Cielo es necesario ser perfectos, como la tabla de la mesa. “Por eso el orden es fundamental. Debéis ir tranquilos por la vida, ¿has comprendido, Pedro?”.- “Sí, Maestro. Y ahora pienso que mi hermano Andrés es mejor que yo; callado, humilde, y muy ordenado. A mí me gustaría ser como él. Ayúdame, Señor”. Jesús lo anima, lo conforta, “lo conseguirás”.
Felipe también le pide al Rabbí que le ayude a conseguir el orden perfecto. Y Tomás, que piensa que él es un inútil. Pero Jesús le dice que descarte esas ideas, que él es bueno. “Sois como árboles sin podar, pero además sois Mi alegría, porque tenéis un corazón puro. Tomás está inspirado por Dios cuando dice a Jesús:”Si estamos tristes, nos consuelas. Si nos sentimos débiles, nos das fuerzas. Si tenemos miedo, nos das valor. ¡Qué bueno eres, Jesús mío!, que siempre estás pendiente  de nosotros para dar un consejo o consuelo”: Jesús agrega que en lo venidero, para tallar la figura espiritual del hombre, deberán seguir Su ejemplo, sin desfallecer jamás, pues así quiere Él que sean Sus sacerdotes futuros…
Han llegado al poblado de Emaús. Llama Juan a la casa del sinagogo, (la misma en la que entrará Jesús resucitado cuando iba hablando con Cleofás y otro compañero por el camino hacia Emaús, mientras les explicaba las Escrituras, para que comprendieran lo que había sucedido). Abren la puerta, van a buscar al sinagogo, el anciano se arrodilla ante Jesús con gran respeto, y dice en alta voz:” ¡Aquí tenéis al Mesías! No lo olvidéis nunca”. Todos quieren ser el primero en saludarlo.  Y piden que haga milagros. Jesús les da la paz y les dice que si tienen necesidades y creen, los hará. Entran en la casa.
La mujer es muy humilde, se siente abrumada por la Visita. Su hijo y sus nietos dan la bienvenida. El día es frío y húmedo, todos se arriman al calor de la chimenea. Esperan la comida. Cleofás Le dice que en Templo confunden a la gente para que no crean en Él. “Si yo no fuera tan viejo, Te seguiría a donde fueses, Señor”. A Jesús Le agrada oír sus palabras. “No te olvidaré en la Hora de la Redención, tenlo presente”.
Como es la costumbre, han invitado a dos personajes importantes del pueblo para la comida. Son gente sincera y creyente. Jesús se alegra al verlos:”… Descienda sobre vosotros la paz, sin paz no se oye nunca a Dios”.
Uno de los invitados recuerda que así ocurrió al profeta Elías, del Libro de Reyes. (Elías fue arrebatado al Cielo por un carro de fuego, ante la presencia de su discípulo Eliseo… “Los israelitas han abandonado Tu Alianza, han derribado Tus Altares, y han pasado a espada a Tus profetas. Sólo quedo yo y quieren quitarme la vida…”.  Elías se introdujo en una cueva para hablar con Dios en soledad y silencio. Le dijo Dios:”Sal y permanece de pie en el monte ante Yahvé”. Pasó un huracán, un terremoto, fuego, y ahí no estaba Dios. “Después del fuego, oyó desde la cueva el susurro de una brisa suave. Al oírlo Elías, se enfundó el rostro con el manto, salió y se mantuvo en pie a la entrada de la cueva, y le llegó la voz de Yahvé…”).
“En el silencio oímos a Dios”, dice el Señor. Y les explica que no sólo Sus obras, sino Sus palabras que vienen del Espíritu Divino, a Él Lo confirman. Aunque ellos no comprenden del todo a la Verdadera Sabiduría, piensan que Su Reino es sólo espiritual, sin súbditos que obedezcan las Leyes. Le preguntan por la “Reconstrucción de Israel”; no comprenden. “Esta palabra significa el Pueblo de Dios, con almas redimidas y con la sabiduría de la Verdad Eterna”. Se sientan. Cleofás junto a Jesús le pide que bendiga la mesa. Luego le pregunta dónde irán, y se extraña al saber que se van de Aguas Claras. Jesús le comenta que el Sanedrín no quiere verlo allí, a pesar del gentío que iba a escucharlo.
Le preguntan también si Su Nueva Doctrina trae consigo cambios. “No. Consiste en el conocimiento exacto del Decálogo. Debéis dedicar más tiempo al amor y a la misericordia, que es la norma de Mi conducta, y la aplico en todos los momentos difíciles  del día. Yo no puedo  mentir ni desobedecer a Dios, que Me ha enviado como Misericordia sobre la Tierra. Ya pasaron los siglos de Justicia, y ahora vienen los de la Misericordia. En el Tiempo de Justicia, Dios sufría porque debía castigar, ya que el hombre se envilecía. Cuando castigó a Adán, también usó la misericordia.
Eva iba a tener a la Mujer causa de Bien. A Caín, asesino de Abel, concedió la misericordia, junto con el castigo, para que no muriese. Con el género humano corrompido trajo a Noé, para conservar  en el Arca a la especie humana. Dios prometió un Pacto de paz después del diluvio. El Amor y la Misericordia de Dios se unen a través de los siglos. Y ahora Dios rebosa de amor por Sus creaturas”. Los tres hombres están absortos, piensan que jamás nadie les había halado así. El sinagogo cuenta a Jesús una historia de difícil solución. Un amigo se había casado con su hermana, hija del mismo padre, sin saber que lo era. Y ahora lo van a castigar por ello. El Maestro le dice que es un caso muy grave. “Se trata de un incesto, que lleva en sí un gran castigo. Sin embargo, no había voluntad de pecar, y ahora ya no vive con ella. Debería ser perdonado, aunque es un caso muy doloroso y dificil. Moisés concedió el repudio para evitar males mayores. Yo condeno esta licencia que favorece adulterios. El hombre que contrajo matrimonio bien o mal, debe vivir con la cónyuge. Hay que ser severo consigo mismo.
El Bautista ha levantado su voz contra el pecado real. Pensad si los que condenan el pecado son semejantes o peores, o se ponen un manto para tapar su cuerpo enfermo por el vicio”. Cleofás está de acuerdo con el Maestro. Los otros dos preguntan a Jesús Quién es Él. Pero en ese momento abren la puerta para avisar que el joven a quien quieren condenar, está fuera, ha venido de Jaffo. Está llorando y le han quitado los bienes materiales y el alma. “¿Qué puedes hacer, Señor?” Jesús no dice nada, se levanta serio y va hacia la puerta. Cleofás piensa que Jesús está ofendido y que se marcha. “Venid Conmigo, voy donde está el infeliz”. Fuera, extendido en el suelo está el desdichado. “Nadie te perdonó, pero Yo soy la Misericordia y la Paz. Soy el Salvador. Soy Jesús.  Levántate, que en nombre de Dios Te absuelvo tu involuntaria contaminación. Soy el Cordero de Dios, el Cordero sin mancha, que quita los pecados del mundo.
Quien cree en Mi palabra tendrá vida eterna. ¡Ay de aquellos que por rigor intransigente conducen un alma a la desesperación, con los intereses de Satanás. Una mujer pecó, y arrepentida, la alejan del Redentor. Un sinagogo, al que quieren castigar. Y se hace esto en donde existe el vicio y la mentira. Y se forma un muro infranqueable. ¡Ven, pobre hijo de Israel! NO TENGAS MIEDO. Come y bebe que estás agotado. Mañana vendrás conmigo. La paz entrará a tu espíritu y elegirás libremente tu futuro. Ahora debes esperar el veredicto”. Jesús lleva al hombre a que se siente en el sitio que Él tenía en la mesa, y le acerca la comida. Los dos invitados miran atentos lo que hace el Maestro. Jesús aprovecha para contestar a la pregunta que Le habían hecho con anterioridad y que quedó  sin respuesta: “Esta es Mi Doctrina, no sólo de palabra, sino de obra actúo. ¡Quien tenga sed de Verdad, que venga a Mí!”
BIBLIOGRAFÍA: María Valtorta, t.II; Reyes17;18;19;21; 2Reyes1;2;3;9;10; Gén. 3,14-4,2;Gén.4,9-16;Gén.6,5-9,17;Lev.18;20,8-21;Gén.1,26-31;2,18-25;Det.24,1-4;Mat.5,31-32;19,1-9;Mc.10,1-12;Lc.16,18;Cor.7;Ef.5,22-33;1Tim.5,3-16; Mt.14,3-12; Mc.6,14-29;Lc.3,19-20;9,7-9.

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