El cambio climático es uno de los retos más complejos al que se enfrenta la humanidad en este siglo. Ningún país está inmune, ni puede, por sí solo, afrontar los desafíos interconectados que plantea, ni el impresionante cambio tecnológico que se necesita. Desde los organismos internacionales se tiene claro que serán los países en desarrollo los que soportarán la carga principal, que deberán sobrellevar de forma simultánea a sus esfuerzos por superar la pobreza y promover el crecimiento económico. Por tanto, se necesita un alto grado de creatividad y cooperación. Es lo que se denomina “enfoque climático inteligente”.
El informe de 2010 sobre Desarrollo y Cambio Climático del Banco Mundial indica que el aumento futuro de la temperatura proyectado durante los próximos 100 años debido al crecimiento de las emisiones de gases de efecto invernadero podría representar un calentamiento del planeta de 5ºC con respecto al periodo preindustrial. Este calentamiento, según el mismo informe, no se ha registrado nunca en la humanidad, y los efectos físicos resultantes limitarían gravemente el desarrollo. Si se llevan a cabo esfuerzos ambiciosos de mitigación, dicho calentamiento llegaría a 2ºC, nivel ya considerado peligroso.
Pero esto no es nuevo. En 1995 el Panel Intergubernamental del Cambio Climático (PICC) advertía que dicho cambio climático supondría amenazas para la salud humana, pues se duplicarían o triplicarían el número de muertes debidas al calor, se alterarían los suministros de alimentos, desplazaría a millones de personas y la diseminación de climas tropicales más calientes traería malaria, encefalitis, además de otras enfermedades infecciosas provocadas por inundación del alcantarillado y los sistemas sanitarios costeros.
Una forma de medir el impacto medioambiental que causamos por nuestra actividad económica en el planeta la describieron en los años 70 el biólogo Paul Ehrlich y el físico John Holdren. El índice que propusieron incluye el total de la población de una zona, la riqueza per cápita que se produce y la degradación medioambiental que se genera a consecuencia de lo anterior, que se puede medir por toneladas de emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera. Por otro lado, Amartya Sen considera que una de las variables que nos puede dar una visión más completa de la realidad económica y social de un país es el índice de mortalidad. Al objeto de analizar las consecuencias de nuestra actividad económica en el mundo, un grupo de investigadores de la Universidad de Granada hemos calculado dicho índice de impacto para los 214 países que tiene registrados el Banco Mundial, y lo hemos puesto en relación con sus correspondientes tasas de mortalidad, para la serie disponible desde los años 60 del pasado siglo.
Los resultados han sido sorprendentes. Por un lado, del modelo estadístico usado se infiere que nuestra actividad económica está afectando claramente al incremento de la mortalidad en el mundo. Por otro, y esto es lo realmente asombroso, se descubrió que esta influencia se producía en mayor medida en los países desarrollados, añadiendo Rusia y China. Es decir, el impacto que causamos al planeta está provocando una especie de efecto boomerang, que está empezando a golpear con fuerza a aquellos países que más contribuyen al mismo.
En estas circunstancias, es urgente una acción coordinada y global. Además de las importantes y controvertidas decisiones políticas que se deberán tomar, las empresas van a jugar un papel de primer orden. Sus decisiones de inversión. Sus sistemas de gestión responsable y sostenible. El mayor o menor grado de colaboración con los gobiernos y con los organismos internacionales. Todas estas cuestiones serán decisiones estratégicas que, además de su posicionamiento en los mercados, contribuirán sobremanera a que el planeta sea o no sostenible. Conocer su actividad, descubrir nuevos caminos y vías de emprendimiento relacionadas con el cambio climático y el desarrollo sostenible, es uno de los principales objetivos que deberían perseguirse desde todos los ámbitos políticos, sociales, educativos y de investigación. Priorizar estas políticas debe ser una de las principales orientaciones de la planificación económica de los gobiernos responsables. Y esto es incompatible con las políticas restrictivas en educación e investigación que se vienen practicando en nuestro país en los últimos años. Porque, ya, lo que está en juego no es el mayor o menor crecimiento económico, sino la propia supervivencia humana sobre el planeta.