El mensaje navideño del Papa Francisco sobre la “necesaria fraternidad”, el discurso del Rey Felipe sobre el “impulso renovador”, las palabras del Presidente Pedro Sánchez recomendando “el afecto mutuo, la solidaridad, la justicia social y la igualdad" e, incluso, esa retahíla de palabras biensonantes y bien intencionadas que intercambiamos todos nosotros durante estas esperanzadoras fiestas, serán "promesas vacías", pérdidas de tiempo, meras escapatorias ante los problemas graves que padecen muchos ciudadanos si, de manera simultánea, no van acompañadas de acciones concretas que cambien los dolorosas desigualdades. Sólo los hechos nos confirmarán sus verdaderos sentidos.
Nos hemos sentido hondamente esperanzados con la noticia del descubrimiento de la valiosa e imprescindible vacuna. Nos han sorprendido gratamente el esfuerzo de los científicos y la rapidez con la que las empresas farmacéuticas han logrado encontrar la única manera de hacer frente a este implacable enemigo de toda la humanidad. Pero ahora nos queda por conocer los criterios con los que se distribuirá y la fórmula real que se aplicará. ¿Se apoyarán en principios éticos, en pautas realmente humanas y humanitarias, o primarán las estrategias políticas, las conveniencias comerciales, las leyes del mercado o las finalidades exclusivamente económicas?
Los hechos nos dirán si, en su distribución se prescinde de las fronteras, si se saltan las barreras y si a todos se garantiza el acceso a las vacunas siguiendo el orden determinado por los riesgos de vulnerabilidad. Comprobaremos si esas palabras como “amor”, “fraternidad”, “igualdad”, “solidaridad” sirven para eliminar las diferencias establecidas por etnias, religiones, lenguas, culturas, o, por el contrario, si evidencian, otra vez más, las divisiones y generan nuevos enfrentamientos. Si la vacuna no está a disposición de todos, en especial de los más vulnerables, agravará aún más los desequilibrios económicos y sociales que ponen en evidencia la inhumanidad de este modelo de humanidad, y el virus del individualismo radical nos seguirá contagiando y haciendo imposible la convivencia.
Los mensajes amables, los discursos brillantes, las homilías piadosas, los sermones misericordiosos, las frases cordiales y, por supuesto, los artículos periodísticos valientes, agudos y comprometidos, pueden despertar conciencias y hacernos pensar pero, mientras no cambiemos de actitud y de comportamiento, todas estas palabras nos seguirán sonando como una angelical música celestial que nos alegrará los oídos pero nos dejará indiferentes ante el sufrimiento de los demás. Mientras que nuestros representantes no se decidan a cambiar las reglas de este juego por la supervivencia y todos nosotros no hagamos algo más que hablar o escribir estas palabras seguirán sonando a música celestial.