Ceuta necesita desperezarse. A pesar de la inocultable riada de síntomas y evidencias, una excesiva mayoría de la población se mantiene en una actitud irritantemente contemplativa, como esperando que la pesadilla termine y todo vuelva a ser como antes. La participación en la vida pública se constriñe a una inocua expresión de añoranza o al entretenimiento que genera la dimensión más frívola de la política. No existe debate público. La interesada obturación de los medios de comunicación, y la inevitable tendencia del ceutí a anteponer su interés personal inmediato y directo a cualquier otra consideración, impide que se pueda desarrollar un diálogo franco y constructivo sobre cómo y por donde encauzar los destinos de una Ciudad desfallecida. Todo intento de exponer una idea se frustra por el desagüe de la descalificación personal. La opinión pública local se mueve como un monstruo ciego que golpea con furia sin saber ni medir sobre lo que impacta. Casi siempre se golpea a sí misma.
Este hecho es el que explica la indiferencia generalizada ante unos indicadores que sólo admiten el calificativo de escalofriantes. Paro (en especial el juvenil), crecimiento demográfico, fracaso escolar y exclusión social, constituyen ingredientes infalibles de una tormenta social perfecta. Pero además definen con meridiana claridad que Ceuta se encuentra en un callejón sin salida. El que no lo quiera entender es muy libre de taparse los ojos como estime más conveniente.
No obstante, en la inmensa oscuridad, estalló una brizna de luz, y logramos esbozar un camino que, aunque extremadamente difícil, alimentaba la esperanza de revertir tan negativa dinámica. El Plan Estratégico para el Desarrollo de la Economía de Ceuta se encuentra en el límite del sueño. Pero es posible.
Lo que ocurre es que desde que se inició su andadura no hemos cosechado nada más que decepciones. De una manera se pude resumir el plan diciendo que el nuevo modelo económico pretendido para Ceuta se fundamenta en aprovechar de la manera más inteligente posible el formidable potencial de desarrollo del norte de Marruecos. Para que esto se pueda producir, la condición indispensable es la regularización de nuestra situación fronteriza en todos sus aspectos y dimensiones. No se pueden normalizar las relaciones económicas sin normalizar previamente las relaciones fronterizas. En este planteamiento, la inclusión de Ceuta en la Unión Aduanera comunitaria es un requisito básico. Así se contempla en el propio documento.
Por eso el conocimiento de que el Gobierno de la Nación ni siquiera ha iniciado los complejos trámites para lograr este objetivo, a pesar de que el Pleno de la Asamblea lo acordó hace dieciocho meses, infunde, además de una profunda tristeza y una lógica indignación, un sentimiento de abatimiento. ¿Le queda a Ceuta algún amigo? La respuesta del PP ha sido tan simple como frustrante: “no es el momento”. Nunca llega el momento de Ceuta. Son demasiadas las voluntades empeñadas en nuestra caducidad. Ceuta tiene solución. Muy difícil, pero la tiene. El problema es que no tenemos tiempo. No se puede seguir esperando; porque cuando las coordenadas actuales cambien, y con ellas el escenario económico, las posibilidades se habrán esfumado. Si el crecimiento de Marruecos se consolida en la dirección que apunta, y viene acompañado de cambios políticos adecuados, antes de que nuestro proyecto fragüe, estamos muertos. Por eso los ceutíes no podemos seguir cruzados de brazos, salvo que aceptemos el suicidio como fórmula de futuro.
Llegado este punto se plantean dos alternativas que se mueven más en el terreno de lo psicológico que de lo político. Cuando una persona tiene una enfermedad gravísima, a la familia le quedan dos opciones: mantener al paciente engañado con la intención de que no sufra durante los meses de vida que le quedan; o por el contrario, decirle la verdad y que luche para intentar superar la dolencia. Ambas opciones encuentran argumentos solventes para su defensa. Algo parecido está sucediendo en Ceuta. El PP es perfectamente consciente de la realidad que nos acucia y asfixia; pero considera que lo mejor es difundir un constante mensaje de optimismo (aunque sea infundado) para no crear desazón entre la ciudadanía. De ahí ese discurso empalagoso de que Ceuta es maravillosa, sus gentes son extraordinarias y el futuro es esplendoroso. Quienes nos situamos en las antípodas de esta estrategia, consideramos que, en democracia, no se debe tratar a los pueblos como menores de edad. A los ciudadanos hay que contarles la verdad, sin tapujos, porque es la única forma de que asuman compromisos de lucha. Y en un contexto político tan singular, en el que todo es adversidad y nos encontramos sin aliados, la única solución de Ceuta pasa por la lucha de un pueblo unido y convencido. Por eso nos afanamos en decir la verdad y denunciar el engaño y la manipulación. No queremos que nos llegue el tiro de gracia sin haber hecho lo suficiente por nuestra tierra.
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