Paseo de las Palmeras ¡Ay! “Paseo de los tristes”-hoy*- con que tristemente Alejo le bautizo...Y, hoy, precisamente hoy, como dijera Gerardo diego en su famoso poema del río Duero, nosotros también le decimos a nuestra “Calle” y a nuestro “Paseo” sus mismas palabras…
Nadie a acompañarte baja,
nadie se detiene a oír
tu eterna estrofa de agua,
Y continúa el poeta con su romance recitando la indiferencia o la cobardía de la ciudad en su antiguo espejo su muralla desdentada…Y nosotros continuamos también en nuestra indiferencia y en nuestra cobardía…
Indiferente o cobarde,
la ciudad vuelve la espalda.
No quiere ver en tu espejo
su muralla desdentada.
Y habla el literato de su viejo Duero, igual que yo hablo de mi vieja calle “La Muralla”, tan desconocida, tan solitaria, tan abandonada…
Tú, viejo Duero, sonríes
entre tus barbas de plata,
moliendo con tus romances
las cosechas mal logradas.
Y nos apunta Gerardo, que en su discurrir, el río lleva en sus ondas palabras de amor palabras; y yo, o nosotros, también llevamos palabras de amor, palabras…
Y entre los santos de piedra
y los álamos de magia
pasas llevando en tus ondas
palabras de amor, palabras.
Y, quiere el poeta semejarse al ser de Heráclito, donde todo cambia pero con la misma esencia, de tal modo que es el mismo verso, pero con distinta agua…
Quien pudiera, como tú,
a la vez quieto y en marcha,
cantar siempre el mismo verso,
pero con distinta agua.
Y, continua nuestro lírico cantando en su soledad, la soledad del Duero…Y nosotros, sin ser menos, también cantamos esa soledad, esa soledad que llevamos de una “Calle” de un “Paseo”, tan nuestro, en el corazón, “pa” dentro…
Río Duero, río Duero,
nadie a estar contigo baja,
ya nadie quiere atender
tu eterna estrofa olvidada,
Y, finalmente, en la última estrofa, el poeta, el maestro de estos versos, Gerardo Diego, cita a los enamorados, que preguntan por sus almas, que son ellos los que atienden al río en su eterna estrofa olvidada… Más, yo, tú, él, nosotros, también citamos a la “Calle Muralla” y a nuestro “Paseo de las Palmeras”, y podemos cantar la misma estrofa de agua, los mismo versos de amor que salen profundos, olvidados, del fondo del alma. ¡Ay, sí, del alma deseante y deseada!, a saber, amigos de tertulia, amigos de la vida enamorada: ¡Del eterno “Paseo de las Palmeras” y de la eterna “Calle de la Muralla”!...
Sino los enamorados
que preguntan por sus almas
y siembran en tus espumas
palabras de amor, palabras.
Y, entre las palabras de Diego y su río Duero, nosotros hemos -puntada a puntada- ido tejiendo este pequeño relato de nuestra “Calle de la Muralla” y nuestro “Paseo de las Palmeras”…
(*) De madrugada, hacia las seis horas del diecisiete de enero, cuando la noche, esperando al alba, nos deja su mayor frío en la esperanza de que el primer rayo de luz, nos traiga, también, la primera lumbre de fuego, de calor…