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Calle Larga o Jáudenes (y II)

De nuevo iniciamos en el tiempo el paseo que finalizamos en el restaurante Los Pellejos, volviendo nuestros pasos hasta la calle O’Donnell para volver a recorrer la calle Jáudenes, pero esta vez por el lado izquierdo, la que corresponde a los números impares. El número 1, es el vértice que forman el ángulo recto entre O’ Donnell con Jáudenes y corresponde a un pabellón militar donde residió al final de los cuarenta Don Enrique Ostalé, cirujano y propietario de la clínica del mismo nombre, sita en la calle Real. A continuación, con el número 3 y también pabellón militar, es entre otros, residencia de Don Antonio García Cabello, afamado por eso entonces, otorrinolaringólogo de la ciudad. De inmediato  encontramos una pequeña plazoleta, por cuyo frontal está tabicado. Detrás existe un solar, donde al parecer, se ubicaba la Antigua Madraza Al-Yadida de la Ceuta musulmana.
Actualmente es parte de la calle Dos de Mayo. A la derecha de esta misma placeta, tiene el acceso el inmueble número 5, donde residen cuatro familias muy populares en el barrio, como la que forman; Juan Vivas Ferrer, padre del que años más tarde sería presidente de la Asamblea de Ceuta Juan Vivas Lara. Rafael Aragón Díaz, propietario de la ferretería sita en los bajos del mismo inmueble. Antonio Lozano Pérez también propietario del bar El Retiro, adjunto a la ferretería y por ultimo Manuel Gómez Rodríguez y su esposa María González Calvo, entrañables padres de dos íntimos amigos de juventud, Pepín y Alfonso Gómez González. A Pepín he tenido la suerte de localizarlo hace unos días a través de Facebook, después de no saber de él desde hace 50 años.
En este inmueble, el hueco formado por la escalera en la planta baja, esta ocupado por un zapatero muy popular en el barrio llamado Pedro López Hernández. A este buen hombre, la vida no le sonrió demasiado bien, y puso fin a ella suicidándose. De nuevo se estrecha la calle, pero a la izquierda, una  callejuela nos conduce a un patio de vecinos, donde hay un taller de carpintería propiedad de Antonio López León conocido como El Clavellina, en este taller hizo su aprendizaje mi excompañero y amigo Francisco López Albarracín. Es vecino de este patio, Joaquín López Silva, que años más tarde sería propietario de la desaparecida Marisquería Silva que se ubicaba en la calle Almirante Lobo esquina con calle Real.
A continuación y de nuevo en la calle Larga, procedemos a continuar nuestro paseo mental y llegamos a un almacén en la planta baja del número 11. Aquí el trasiego de bidones de 200 litros llenos o vacíos de aceite es constante. El propietario es Rafael Bentolila que reside en uno de los pisos de este inmueble. Tiene como vecinos a la familia Parrado, a cuyos hijos José y Juan Manuel les tengo gran estima. En esta misma casa también reside la familia Martínez y vio la luz por primera vez el día 11 de marzo de 1945, José Martínez Sánchez, más conocido por Pirri, personaje del que no es necesario dar muchos detalles a los ceutíes. A continuación en la planta baja del número 13, encontramos el garaje del hotel Atlante. Este local en los extremos de la puerta de acceso, tiene instalados un cono de hierro giratorio, al objeto de proteger la obra de las ruedas, cuando en su día fue cochera. Todas las tarde es posible ver en el banco de trabajo, a Antonio Montoya Quintana, que por las mañanas presta su servicio en el Parque de Artillería y por la tarde, lleva el mantenimiento del hotel. En esta finca residen dos entrañables familias, una la compone Carmita Cruz Bolea, con sus tres encantadoras hijas, Carmiña, Pili y Pachi Morales Cruz. Las dos últimas componentes de la queridísima pandilla de féminas de Plaza de África. Otra querida familia es la de Pedro Pérez, propietario del bar Canarias. Sus dos hijos son también buenos amigos tanto del cole como de la calle.
Seguimos caminando y de nuevo se produce un ensanche de un metro aproximadamente y de inmediato llegamos al número 15, que corresponde a la barbería de Luis Fernández Conde. Este local es el pequeño casino de la calle. Un socio que no falta ninguna tarde, era mi tío Fernando Castillo, unos a leer –Luis estaba abonado a los periódicos Ya, Arriba y cono no puede ser de otra forma, El Faro de Ceuta–, otros a charlar sobre tiempos pasados cuando el bueno de Luis fue uno de los pioneros del arbitraje de fútbol en Ceuta. En las paredes cuelgan algunos cuadros que recuerdan los arbitrajes de este buen hombre, sobre los campos de Alfonso Murube, el ocho –que así se llamaba el 54– y sobre el ya desaparecido Mixto de Artillería. La foto que preside el local es una en la que estaba con los líneas y capitanes del Ceuta y Atlético Aviación, que más tarde pasó a llamarse Atlético de Madrid. Este partido se jugó al principio de la década de los 40. El edificio consta de dos plantas, y el piso superior lo habita la familia Cuéllar. Este señor es panadero de oficio y posee un despacho unos metros más adelante, de pan y pastelería donde despacha su esposa y es conocida como María la panadera.
Con el número 17, viene a continuación la carbonería de Manuel Rull Villegas, apodado el gorrión. Manuel que fue antiguo marinero, encontró en el despacho de carbón y petróleo para los infiernillos, la mejor manera de abandonar la penosa profesión de pescador, como él dice; el carbón es una negra profesión, pero más negras, son las noches de invierno en el Estrecho o la Bahía y más negros aún, los golpes de mar. A primeras horas de las mañanas, siempre se le veía ajetreado con su romana,  pesando los sacos de carbón que los cabileños le traían del Fondal, Beliones o Bihoud.
Tras la carbonería y con el número 19, encontramos la residencia de Don José Chico Vaello, canónigo de la Catedral y profesor de religión del Instituto Hispano-Marroquí. También imparte clase y palmetazos en el Colegio del Valle. Esta casa posee un patio típico sevillano –existieron varios en la Ceuta vieja–muy bonitos.
A continuación llegamos al terminal de la calle Obispo Barragán. Con el nuevo Plan General de Ordenación Urbana (PGOU) esta calle ha pasado a mejor vida, como les ha sucedido a Queipo de Llano y Espíritu Santo –la inolvidable calle de la Tahona–. La calle Obispo Barragán finalizaba aquí, pero nacía en el corazón del barrio, la plazoleta del Asilo, que recibía su nombre del vetusto edificio que presidía el lugar. Este caserón fue, en su día, Casa de la Misericordia, fundada a imitación de la que con igual título, creó en Lisboa la reina doña Leonor en 1498. Tenía por objeto la curación de los enfermos, socorro de las huérfanas y atención al rescate de los cautivos. Más tarde, por haberles faltado las rentas, quedó reducida a la asistencia de los reos de pena capital en su última hora, distribuyendo los fondos sobrantes, en limosnas de pan los días señalados. Más tarde su misión fue de casa inclusa, que tan necesaria era en ese momento, dado que por ese tiempo, la media de nacimiento de expósitos, eran veinte por año –a ver quién dice que los caballas no éramos machotes–. Las dos últimas misiones que desempeñó fue la de asilo y finalizó como colegio público.
De nuevo en Jáudenes, el inmueble que sigue a la boca-calle es conocido como edificio de Barranco. En el interior del portal hay un pequeño despacho de pan y pastelería, cuya dependienta y propietaria es María, ya mencionada con anterioridad. A continuación otro pequeño comercio llamado La Única. En este local puedes adquirir todos los cuentos, cómics, y revistas, además de agua de colonia tanto en frascos como a granel, brillantina, maquinillas y jabón de afeitar, tiras bordadas, botones, encajes, trompos, chichimonas, mixtos cachondos, bombitas explosivas y un sinfín de géneros que parecían imposible en un local tan pequeño.
A continuación, con el número 27, encontramos una tienda de comestibles, de otra entrañable familia que componen, Emilio García –de hecho la tienda es conocida como Casa Emilio– su esposa doña Ramona Herrera y los hijos de ambos, Alejandro, Ramón y Casiano. Son muy futboleros, especialmente Alejandro y Casiano que juega en el Abyla de Acción Católica de África. Alejandro es el padre de nuestro actual amigo, Alejandro García Hurtado, grandísimo fotógrafo ceutí. En el portal, con el mismo número, también reside una familia de judíos muy apreciada en el barrio, especialmente un hijo de la señora Achy, conocido en la calle como Benhamú. Se ha hecho famoso, porque siempre lleva bajo el brazo un montón de papeles. Cuando yo era muy niño, siempre que me cruzaba con él en la calle le rehuía, me daba pánico. Viene a continuación un taller donde se fabrican somieres, que años antes, fue la tienda de Muebles Herrera, hasta llegar a la boca-calle Queipo de Llano, anteriormente conocida como Sagasta. Seguimos caminando y en el lado contrario hallamos un par de viviendas hasta llegar a la boca-calle Espíritu Santo, más conocida como La Tahona. La dejamos atrás y llegamos al taller de sastrería propiedad de Enrique Encina. Aquí me hicieron los primeros pantalones de “tergal”.
En el 35, reside un amigo de juego de la niñez, El Tani, hijo de Juan León García y María Parrado. Le llamamos Tani que es el diminutivo de Cayetano, hoy componente de la popular Tertulia del Puente, junto a los amigos Alejo, Zurita, Aguilar y Manolo Castillo.  
Continuamos y de nuevo la calle tiene un notable ensanche. A la izquierda se halla un solar que fue una sastrería. Esta fue destruida por una bomba de la maldita guerra. Hay un habitáculo en este solar, donde se fabrican unos churros riquísimos, que los hace una señora llamada María.
De inmediato llegamos al taller del Juani, popular entre la gente de la mar, dado que el propietario se encarga de reparar los elementos metálicos de los barcos y botes auxiliares, como las pletinas de los timones, o pescantes de los luceros, etcétera. A continuación, y para finalizar la calle, llegamos a un portal, donde no conozco a nadie y cuyos bajos los ocupa una tienda de tejidos. Un plano de la Ceuta medieval del Archivo Municipal muestra cómo la calle Jáudenes –por entonces Suq Attarin– finalizaba justo en la Aduana y puerta al Arrabal de Enmedio que probablemente se ubicaría unos metros antes de llegar a lo que hoy es el final de la calle.
He aquí,  mi recorrido mental y a través del tiempo, de esta calle a mediado del pasado siglo XX. Ya no es la misma, el modus vivendis de aquellos vecinos no es el actual. Hoy no existe aquella vecindad tan cercana e íntima. Al igual que el Paseo de las Palmeras, ha perdido encanto, le falta aquel día a día, que los vecinos le inyectaban. Nadie puede negar que en la actualidad, es una calle moderna con bellas edificaciones, pero sin alma, sin el estanco de Barranco, sin La Única, sin la tienda de Emilio, ni la carbonería de Manuel el gorrión, es imposible que vuelva a ser igual. Además se quedó sin sus tres hermanas, tres calles que afluían a ella, y eso la embargó de tristeza, ya no circulan por ella los vecinos de las calles Obispo Barragán, Queipo de Llano ni Espíritu Santo, porque no existen, el hombre moderno se encargó de dejarla sola.

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