Le damos demasiada importancia a la parafernalia. Siempre ha sido así. Si no me creen, revisen fotos en su móvil del Paleolítico y ya verán cómo nos adornábamos con lo que pillásemos, cómo nos hacíamos tatuajes para impresionar o cómo esperábamos cruzar ese límite temporal que es la vida en la Tierra con símbolos mágicos y maritatas. Ahí creo que está la cuestión…en lo que pensamos o -mejor dicho- en lo que piensan los demás de nosotros. Por eso nos acicalamos y por eso tenemos los ritos funerarios. Tan antiguos y familiares como nuestro paso por el Planeta.
Ahora en Valladolid se ha descubierto un fraude consistente en cremar a los difuntos con cajas funerarias baratas cuando se habían pagado de las caras. Parece una tontería, ¿verdad ? Pero no lo es, que hay mucho implicado y Hacienda haciendo números y ya saben lo que pasa cuando se llega a estas circunstancias. Al parecer se han hecho de oro con coronas reutilizadas y féretros de cartón (por decirlo de algún modo), que ya ven cuando alguien se te muere lo que menos ganas tienes es de discutir de gastos de entierro. Como son de ley les diré que cuando falleció mi marido, de repente y tan joven, no pensé más que en cómo pagar un gasto que no estaba presupuestado en el argot familiar. También hay que hacerlo de un día para otro, con premura y sin alevosía, sin que te ayuden las páginas amarillas porque han quedado desfasadas ante Internet. Llamé y vino alguien- que estaba trabajando en la otra punta de la provincia-identificándose como comercial. Luego era multivalente y también conducía al difunto a su destino terrenal. Desplegó una oferta como de caja de polvorones mientras mis hijos se volatilizaban y el bar (pegado al hospital) intentaba cerrar.
Era un hombre delgado y muy moreno para las fechas que eran. Les recuerdo que estaba mediado mayo y aun no hacía mucho calor. Hablamos como si lo hiciéramos del tiempo, planeando una escapada con prontitud de miras. Lo que menos se pensaba era en cómo sería la caja o los muchos miles de euros que costaba todo aquello que para nada repercutía en el muerto. Les juro que no lo hice por las apariencias sino porque el dolor me abrumaba, pensando ( ya ven tamaña necedad) que si terminaba pronto con eso , todo pasaría. Luego te das cuenta de que la pérdida es un porrazo físico (además de mental). Un traumatismo sin moretones ni fracturas, pero tan jodido que no te das cuenta de nada, ni piensas en nada más que en lo que has perdido.
Supongo que por eso lo hacían los del fraude, porque podían. Como los nazis y los prepotentes. Como los asesinos y violadores que reinciden en los permisos carcelarios, enfrentándose a vecinos y colindantes que deben vivir con ellos sí o sí. Por eso cambiaban los féretros caros que habían pagado los deudos por otros baratitos, porque a la hora de quemar mejor fuego hace la paja que el hierro. Encima les hacían un favor. Ya ven, una corona reutilizada, si se ayuda al medio ambiente que inculcan en los colegios. La que le habían regalado los compañeros de trabajo a mi marido se la dejé a la funeraria. Lo único que me faltaba era meter en el coche los cuatro niños, la pena, la frustración y además la corona, para verla marchitarse lentamente como se marchitó él sin que pudiéramos hacer nada por salvarlo. Dirán que soy pesada y sí que lo soy, porque nadie se pone en el lugar de aquellos que sufren por la ausencia de los que amaron. Menos los que quieren hacer dinero con la muerte como si fuera un episodio más de Gran hermano en el que todo vale. No nos vale el fraude, ni la falsedad. No nos valen los paliativos sino la investigación. Queremos que se curen las malditas enfermedades y que no mueran los que tantos necesitamos para poder vivir con ellos. Maldito el que hace millones con las lágrimas de otros a los que engaña vilmente, simplemente porque los muertos no se quejan cuando los incineran en una caja de cartón.
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