Los más mayores conocimos a las abuelas que vigilaban pacientemente detrás de los visillos. Era imposible que se les escapara cualquier incidencia en el barrio y fueron testigos inapelables del marido que llegaba borracho y del primer beso a nuestras novias. Por las tardes se juntaban con otras vecinas en las puertas de las casas y comentaban el día a día del barrio.
Eran otros tiempos, donde en alguna ocasión nos echaron algún cubo de agua acompañado de la frase “que poca vergüenza”. Las parejas de niños miraban hacia arriba y se preguntaban ¿de dónde ha salido el agua? Eran agentes invisibles, pero estaban allí y, como decía, nada se les escapaba. Sin embargo, los chismes de las abuelas eran noticias de primera mano, nada de noticias falsas, porque eran la voz viva y, sobre todo, cierta del barrio.
Los nuevos chismosos han perdido la ternura de las abuelas y abuelos que comentaban el día a día del barrio en aquellas tertulias inolvidables de nuestra juventud. Estos chismosos son peligrosos y pueden ser hasta dañinos, porque su mayor preocupación es lanzar la noticia en las redes sociales y, en la mayor parte de las ocasiones, sin contrastar lo que han escuchado y, sobre todo, sin pensar el daño que pueden hacer al dar una información falsa.
La semana pasada dieron por muerto a una persona muy conocida del comercio de Ceuta. Rápidamente corrió la noticia y comenzaron las llamadas de amigos y familiares para lamentar el deceso. ¿Cómo ha sido, qué ha pasado? Los que estábamos fuera nos encontramos que amigos y familiares nos llamaban preguntando por lo ocurrido y, ante el cúmulo de llamadas, dábamos casi por cierto el suceso, eso sí, de forma repentina, porque solo un día antes, habíamos hablado con el difunto o mejor, presunto difunto vivo. Sin embargo, ya sabemos que, para morirse, solo hace falta estar vivo.
Una vez que comprobamos que el muerto se encontraba vivo y vacunándose plácidamente contra el COVID-19, nos tranquilizamos y serenamos a los familiares y amigos que habían llamado preocupamos. Seguidamente, nos encargamos de advertir a un hijo de la “víctima” viva que se encontraba fuera de la ciudad, que si veía algo en las redes era una noticia falsa. Eso fue lo que ocurrió.
El viernes disfrutábamos de un día de playa tranquilo hasta que se inventaron la noticia y un chismoso desinformado se le ocurrió dar el deceso por cierto, sin ánimo de hacer daño, pero inconscientemente hizo pasar un mal rato a muchos amigos y familiares que, hasta que comprobaron lo sucedido, daban por cierto esa muerte. Sobre todo porque todos nos preguntamos: ¿quién se puede inventar una noticia de este tipo? Y la respuesta que todos damos, al principio, es que nadie, pero como puede verse, sucede más de lo que parece, porque insensatos los hay a puñados.
Dicen que cuando recordamos el pasado lo idealizamos y nos quedamos con los recuerdos positivos, pero sin duda, me quedo con las tertulias de aquellas abuelas de los visillos. Eran encantadoras y más fiables.
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