El prestigioso director de Cinema Paradiso trae hasta nuestras retinas una historia de intriga con halo de misterio y una originalidad impropia del género, una propuesta distinta que mantiene al espectador con la firme convicción de que un giro inesperado de los acontecimientos está al caer,
pasando por nuestra cabeza la posibilidad de que en realidad no ocurra lo que esperamos para que finalmente el evento sacie la inquietud a la que nos han arrastrado nuestras sospechas.
Sobre el argumento exquisitamente narrado, tomándose su tiempo para contar el devenir de manera natural, aunque con cierto exceso de conservante y colorante que otorga aroma de artificio a algunas situaciones y bastantes diálogos, la historia nos hace enfocar la atención hacia Virgil, un huraño y excéntrico experto en arte y agente de subastas con serios problemas de sociabilidad y bastante buen ojo para los negocios redondos; pero la balsa de aceite de su vida se volverá patas arriba cuando se cruce en su camino una misteriosa y esquiva mujer (¿qué si no?) que le ofrece la tasación de valiosos muebles y objetos artísticos heredados de sus padres. Expuesta así la premisa parece todo mucho más convencional de lo que la realidad oscurece, pero a riesgo de informar de menos sólo añadiré que omito determinantes detalles por el bien de quien tenga la suerte de ir a ver esta interesante película sin la perversión informativa de tráileres o amigos desalmados, puesto que estamos ante una de esas cintas que ganan con el desconocimiento absoluto y se vulgarizan con cada pincelada de más en la composición. Valga el símil, es como cuando un cuadro se aprecia en su plenitud observándolo desde cierta distancia.
La enjundia de la obra la comparte el director y guionista con Geoffrey Rush, un actorazo en estado de gracia interpretativa que aporta infinidad de matices al protagonista, o con Ennio Morricone (descubrámonos) prometiendo inquietantes eventos desde las notas musicales que engalanan el resultado final. También podemos advertir en el resto del reparto, mucho más intrascendente que Rush, rostros como los de Sylvia Hoeks (“la chica”, sosa y lánguida más que reservada), Jim Sturgess (el colaborador) o el del veteranísimo Donald Sutherland (el compañero y amigo), que no sólo sigue vivo, sino que está tan en forma como para ofrecer, aunque sea como secundario, el lujo de su presencia al trabajo de directores de renombre.
Y para no romper con el ambiente misterioso que desde aquí se quiere compartir con la película, sólo resta añadir que los acontecimientos irán dejando en el espectador ciertos cabos sueltos. Anden atentos a los mismos, porque unos son justamente eso, elementos desconcertantes e inexplicables, pero otros en cambio pueden ser la clave de lo que el libreto oculta hasta el desenlace. Recomendable para los que gustan de resolver puzles antes de contar con todas las piezas.