Colaboraciones

El caballero audaz: un libro antibalas (1)

De padres malagueños, José María Carretero, el Caballero Audaz, nació en Montilla (Córdoba) en 1887. Fue uno de los periodistas y escritores españoles más famosos del principio del pasado siglo; las tiradas de sus libros, algunas millonarias, provocaban la envidia de sus colegas menos exitosos hasta el punto de que, según declaró a Enrique Gómez Carrillo, pensó no dejar imprimir el número de edición en las cubiertas de aquellos. Según la revista La Esfera, de 26 de mayo de 1923, de tan solo cinco de sus obras ya se habían vendido dos millones de ejemplares: El literato español de más éxito; según Luis Antón del Olmet, superaba en ventas al mismísimo Vicente Blasco Ibáñez.
Muchos de sus títulos pueden aún encontrarse fácilmente en librerías de viejo. Hasta no hace muchos años -de aquellas ediciones- era raro el hogar donde no hubiera algún título: recuerdo haber visto varios de ellos -junto a hoy codiciadas primeras ediciones de Clarín, Pereda o la Pardo Bazán-, heredados de su abuelo, impenitente lector, en la casa de un amigo.
Aunque a principios de los años setenta las editoriales Tesoro (en la popular colección Jirafa) y Cunillera reeditaron algunas de sus obras, Carretero, en la actualidad, está totalmente olvidado.
Según Antonio Cruz Casado, uno de los más conocidos estudiosos de su obra -refiréndose tan solo a la creativa-, comprende esta tres fases: novela rosa, novela erótica y novela tendenciosa.
La más interesante, para Cruz, es la segunda, donde se advierte un proceso de “intensificación de elementos sexuales”. Es la que le supuso mayor éxito económico y “reconocimiento por parte de los intelectuales y público en general”.
La etapa final se inició, según Cruz Casado, hacia 1929: supone “una radicalización de la actitud política de Carretero, ya bastante conservadora bajo la Dictadura de Primo de Rivera, al servicio del cual escribe panfletos.”
Su reaccionarismo se intensifica a raíz de la guerra civil y desde entonces defiende abiertamente la política franquista; por ello, modera los subidos lances eróticos tan abundantes en sus novelas precedentes para escribir narraciones, como dice Antonio Iglesias Laguna en Treinta años de novela española, en las que “los buenos son impepinablemente de derechas y los malos indefendiblemente de izquierdas”.
Eugenio de Nora, en su fundamental La novela española contemporánea, dice al referirse al autor que “(…) combina en proporciones variables la pornografía también grosera y el folletón sentimental o espectacular, muy en la línea de algunos de los peores libros de los “novelistas eróticos” típicos -Haro, Mata, Insúa-, pero a un nivel estética y moralmente inferior”; pero, según otro estudioso de la obra del montillano, José María Gutiérrez, Carretero no puede ser encuadrado entre los escritores “eróticos y galantes” como los denomina aquel ya que combinó lo pornográfico, lo erótico, lo costumbrista, lo sentimental y lo truculento: “La impresión general es que se trata de un novelista de folletón rosa, muy, muy subido de tono, que no domina los recursos novelísticos porque frecuentemente la trama toma giros imprevistos y adopta caminos y situaciones inverosímiles”.
Umbral, más de acuerdo con De Nora, en sus Las palabras de la tribu, al hablar del autor, junto Zamacois, Hoyos y Vinent, Luis Antón del Olmet, Vidal y Planas, Pedro Luis de Gálvez, Felipe Trigo y otros, lo incluye en una generación que denomina Los pornos. Algunos historiadores literarios lo suelen encuadrar en el grupo conocido como Los Trece.
Según De Nora: “(…) la chabacanería de la prosa llega a extremos casi inconcebibles, desnudando además una sensibilidad en la que, como rasgos sobresalientes, destacan el matonismo autosatisfecho y la cursilería pretenciosa; todo ello servido en tramas argumentales que pasan de lo absolutamente vulgar a lo inverosímil y caricaturesco, sin rastro de verdadero poder inventivo”.
Otro de los grandes carreterianos, Lily Litvak, sorprendentemente, afirma que sus novelas, “después de tanta popularidad, han sido hoy injustamente olvidadas”.
Antonio López Hidalgo, en su magnífica tesis doctoral de Las entrevistas periodísticas de José María Carretero, atribuye este olvido a sus veleidades ideológicas: liberal en sus juventud, monárquico convencido en su madurez y finalmente, como dijimos, decidido partidario del llamado Alzamiento Nacional: “Esta evolución y posicionamiento político le granjeó no pocos enemigos y es quizás una de las razones que lo ha empujado al olvido, pese a que fuera uno de los escritores más populares y que más libros vendía en España en la primera mitad del siglo XX”.
El testimonio de Galdós, al que consideraba su mentor o padrino literario, no es fiable: “No creo que entre los jóvenes que triunfan haya otro escritor que aventaje al Caballero Audaz en amenidad, interés, elegancia y soltura. Su prosa parece embrujada para cautivarnos”.Aparte de su producción novelística gran volumen de su fama fue igualmente debida a los cientos de entrevistas que publicó y de las que fue en nuestro país uno de los pioneros del género. La tesis de López Hidalgo, como reza en su título, está dedicada al estudio de estas.
Umbral dice en la obra citada que Carretero “hacía novelas muy malas y entrevistas bastante buenas”; aunque no todos fueron de la misma opinión: en un sangrante libelo aparecido en los años de gloria del autor se decía: “Las interviús que lo popularizaron y que en el colmo de la imbecilidad ha recopilado y editado, como si fuera una obra maestra del siglo, no son hijas de un genio, ni siquiera de un mediocre observador. Son preguntas estúpidas y horras de todo matiz original e interesante y respuestas que ordinariamente se ajustan a las preguntas y cuando no es así, tampoco deben el ingenio o interés que revelan al interviuvador, sino al interviuvado”.
Eran lo que, según José Luis Martínez Albertos, se conocen como entrevistas de creación: un género narrativo de gran extensión, con abundante acompañamiento fotográfico, que se proyecta sobre la vida del entrevistado. En su elaboración se utilizan, alternativamente, la narración y el diálogo.
Hizo, como hemos dicho, cientos de ellas -casi siempre acompañado por alguno de los entonces famosísimos fotógrafos Campúa, Alfonso o Calvache, que dejaban testimonio gráfico de aquellas- a los más populares personajes de la época, sobre todo españoles, que recogió posteriormente en Lo que sé por mí (Confesiones del siglo), en diez tomos, Galería, en cuatro, y El libro de los toreros, reeditado en 1998 por la editorial Biblioteca Nueva.
Entre los extranjeros entrevistados destacan: Hitler, Marconi, Mussolini, Titta Ruffo, Rubinstein, Pétain, Aristide Briand, Isadora Duncan, el conde Ciano… Algunas de estas conversaciones, como la mantenida con León Trostki, no llegaron en su día a ser publicadas en revistas, sino que aparecieron -transcurridos muchos años- en alguna de estas recopilaciones. Los investigadores sobre la obra del autor se han preguntado el motivo y hasta han llegado a pensar si estos encuentros tuvieron lugar en realidad -al no existir de ellos pruebas gráficas- o fueron inventados, como a lo largo de la historia del periodismo han llegado a hacer muchos entrevistadores. Pero, en todo caso, las descripciones de los personajes, de los escenarios y circunstancias en que tuvieron lugar “parecen ser tan reales -dice López Hidalgo- y los detalles tan minuciosos que cuesta pensar que todo sea producto de la imaginación”.
En estas recopilaciones, sobre todo en las entrevistas recogidas en Galería, republicadas ya en pleno franquismo (1943-48) -algunas, muchos lustros después-, se rematan con un estrambote o nota final: a los no afectos al Régimen les echaba en cara su conducta errada, como, por ejemplo, hace a Margarita Xirgu y a Ramón Pérez de Ayala; por el contrario, a los afectos, civiles y militares -Torcuato Luca de Tena, Millán Astray…-, les daba jabón, lisonjeaba servilmente.
A la de Margarita Xirgu, por ejemplo, le añade:
“Empresaria y directora, llevó a su teatro aires de descontento y de bandería proselitista. Se erigió en musa de los amargados, de los intelectuales arribistas, que por su esnobismo y por ambición renegaban de su Patria y sembraban en ella gérmenes de descomposición. Se dejó arrastrar por el alud republicano y, sintiéndose catalana antes que española, rindió homenaje a Maciá, el vesánico separatista”.
“Y cuando el funesto tiranuelo Azaña detentaba el Poder, la Xirgu, por adular la megalomanía del déspota, le estrenó La Corona, un drama más que mediocre, que no hubiera ascendido jamás a la escena del Teatro Español, de Madrid, si su autor no hubiera sido Presidente del Consejo de Ministros”.
Y la remata:
“Margarita Xirgu expía en el destierro el no haber sabido amar a su Patria en toda su integridad gloriosa e indiscutible”.
A Ramón Pérez de Ayala, pese a que este había reseñado en La Esfera muy elogiosamente su novela La bien pagada, lo apuntilla así:
“(…) fue una de las cabezas más visibles de aquella hidra ávida, descontenta y rencorosa que trajo a España la República”.
“¿Por qué Pérez de Ayala, tan pulcro, tan clásico, tan enraizado por su arte a la más pura tradición española, se enroló en la chusma de aventureros ambiciosos, incultos y bárbaros, enemigos de todo lo que significaba aristocracia espiritual, que fue la República?
No lo sé. No lo he podido averiguar. Con todos los respetos a su jerarquía intelectual, creo que con las nostalgias de la expatriación Pérez de Ayala paga justamente sus pecados de no sabemos qué: si de impaciencia de vanidad o de ambición.”

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