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Caballas

Te canto a ti, que ya es bastante(el Hacho no me turba ni me calla),¡oh pueblo del taró y del levante!,patria de la típica caballa”. (Cándido Lería) A veces me pregunto si nuestro gentilicio coloquial ‘caballa’ habrá perdido algo de su garra e idiosincrasia de antaño. Comentándolo con un veterano pescador ceutí, sostenía éste que bien podría ser desde que vinieron a menos las capturas en nuestras aguas de ese teleósteo de tan cromático aspecto por sus tonalidades azules, verdes y rayas negras sobre el lomo. Un éxodo que, según su opinión, habría sido propiciado por los cambios climáticos y la temperatura del mar, empujando hacia otros lugares a esta especie de túnidos, históricamente tan pródiga en nuestras aguas.
Quién lo diría, tratándose del escómbrido con el que, desde hace más de un siglo, se nos viene nominando y del que tan orgullosos nos sentimos los ceutíes. Ahora quizá más que nunca desde que, hace un año, tal gentilicio popular mereció el reconocimiento por la R. A .E. al aceptar el decir popular. De tal suerte, la palabra caballa figura ya en el diccionario de la Academia como artículo nuevo en el avance de su vigésima tercera edición.
A mi querido amigo Vicente Álvarez hay que alabarle su genial creación del Pepe Caballa, el peculiar personaje de la tira de abajo, con el que tan ingeniosamente nos viene retratando a los ceutíes desde hace dos décadas. Gracias a Vicente, el término caballa se mantiene fresco en la mente de miles de coterráneos. No podía ser de otra forma tratándose de la sección más leída de la prensa local. Vamos, que quien no sale en la tira es porque no existe. Eso lo saben bien los políticos y los pedantes de turno.
Lo triste es que desde la institución autonómica haya caído en el más completo de los olvidos el símbolo que significaba la caballa de oro, que, con inusitado orgullo, todavía algunos, ya poquísimos, lucimos en nuestra solapa. Ayuntamiento y los más diversos organismos, entidades y ciudadanos en general llegaron a convertir tal pin en algo cuasi oficial, especialmente en las despedidas o en los homenajes. ¿Nos animamos, ahora que se ha reconocido el término ‘caballa’, a rescatar el ideograma del emblemático pez? En el Palacio de la Plaza de África comenzó esta tradición y desde la institución autonómica debería recuperarse. Por las joyerías no quedaría.
Paradójicamente, nuestras casas regionales, Barcelona, Cádiz y Melilla, que uno sepa, siguen imponiéndola, en nombre de Ceuta, a quienes estiman son dignos de su homenaje. Por otra parte, no deja de ser curioso también que nuestra ciudad no cuente con una calle dedicada a la caballa como la tienen en Algeciras, Chiclana, Punta Umbría o Las Palmas.
El Caballa es todo un histórico club de natación ceutí. Flamante campeón absoluto de waterpolo de Andalucía masculino y femenino, y subcampeón de España masculino infantil, ha sabido dejar nuevamente muy alto nuestro gentilicio popular. Y Caballa es también…  Bueno, váyanse al Google. Tecleen ‘Caballa Ceuta’. En principio el buscador les llevará a 445 entradas plagadas de nostalgia y de las más diversas curiosidades. ¡Y decía yo que la expresión parecía como si comenzara a perder el brillo de su tradicional esencia!
Ahora resulta que ‘Caballas’, es también una ruidosa coalición de intereses electoralistas que, revestida de un localismo perdido y utópico, aspira a dar la sorpresa en los comicios del próximo domingo. Desengañado de los localismos, he perdido la fe en ellos. Nada tengo nada en contra de la coalición y de quienes la integran. Otra cosa es el recurso al oportunismo fácil del término Caballas elegido por tan estridente agrupación, esa que nos anuncia “una oposición brutal” en la institución autonómica. Como caballa que soy no me cuadra la nominación. Lo siento.
Caballas somos todos. Sin corsés políticos. Cristianos, musulmanes, hebreos, hindúes y, ahora ya también, chinos. De derechas, de izquierdas, centristas o apolíticos. Caballa es el amor entrañable a la ciudad. Caballa es la persona que, además de haber nacido en Ceuta, lleva su sello por antonomasia. Caballa es ese pez que, a principios del pasado siglo, adoptamos como blasón y que posteriormente se institucionalizó, elevándolo a la categoría de trofeo en la solapa de muchos de los que pasaron por esta tierra, y se hicieron acreedores de ella. Y, por supuesto, un símbolo de identidad o proclama que, orgullosos, insisto, deberíamos volver a lucir de nuevo los ceutíes de vocación o nacimiento con la recuperación tal pin áureo.

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