Tal y como viene sucediendo con total normalidad surante los últimos años, tres buques de la Armada rusa hicieron escala en el Puerto de Ceuta hace unos días para aprovisionarse de combustible y tomarse un par de jornadas de descanso, durante las cuales sus tripulantes bajan a tierra, dando una nota cosmopolita a nuestra ciudad con sus uniformes y sus peculiares gorras de plato y efectuando compras que vienen muy bien al comercio local.
En el curso del tiempo transcurrido desde que comenzaron a producirse dichas escalas, los marineros rusos se han ido ganado el afecto y la simpatía de los caballas. No causan problemas y caen bien.
Pero –siempre hay un pero– esta reciente visita la ha sentado muy mal a Mr. Cameron, primer ministro británico, quien ha expresado públicamente su malestar con base en la tensión creada tras el conflicto de Crimea. Poco menos que acusa a España de algo así como ayudar al enemigo. Textualmente, “de prestar socorro a Rusia”. Sin embargo, y que yo sepa, las sanciones acordadas por los países occidentales a raíz de dicho episodio se han limitado a congelación de cuentas y prohibición de viajar a estas naciones para determinadas personas del entorno de Putin, cuidándose muy mucho de afectar a las relaciones comerciales con Rusia. Ninguna nación ha declarado la guerra a otra, ni nadie desea declararla, ni nadie ha vuelto a levantar el Telón de Acero. Se ha afeado a Putin su postura anexionista respecto de una península de Ucrania que perteneció a Rusia hasta hace relativamente pocos años, se le ha criticado la presencia allí de sus militares, pero hasta ahí, porque las sanciones se han impuesto con toda delicadeza, evitando rozar la economía.
Estoy convencido de que lo que de verdad late en el fondo de esta reacción de Cameron no es más que envidia, celos y ganas de revancha de las autoridades gibraltareñas, las cuales, a lo que se ve, no han perdonado a Ceuta que, en buena lid y dentro de las reglas de la libre competencia, haya privado a la Roca de un tráfico que consideraban suyo. En efecto; la flota rusa se venía abasteciendo en Gibraltar desde que dejó de llamarse soviética hasta que el Puerto de Ceuta y las empresas en él radicadas le ofrecieron unas condiciones más atractivas. Prueba de ello es que dichas autoridades, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, fueron las primeras en rasgarse las vestiduras y poner el grito en el cielo tras la referida reciente visita al puerto ceutí de buques de la Armada rusa. Las que han movido a Cameron, en definitiva.
España debe ser firme en su respuesta. Ni estamos en guerra con Rusia, ni lo vamos a estar. Aquí se trata simplemente de atender a unos buenos clientes que pertenecen a una nación con la cual mantenemos excelentes relaciones diplomáticas. ¿Por qué razón se van a preservar con el máximo esmero los lazos comerciales que existen entre los países occidentales y Rusia, y sin embargo se pretende ahora privar a Ceuta de una legítima fuente de ingresos, ganada a pulso dentro del libre mercado que impera en la Unión Europea?
El caso es que, desde que se inició el problema de Crimea, percibí el peligro de que alguien pudiera saltar, como lo han hecho ahora los gibraltareños y Cameron, en el caso de producirse alguna escala de estos buques en el puerto ceutí, aunque estemos a más de 3.000 kilómetros de distancia de la zona conflictiva.
Pues a defender nuestro pleno derecho, que no está el panorama para prescindir de ningún negocio decente. ¡Si lo sabrían las altas autoridades occidentales cuando acordaron las sanciones impuestas a Rusia sin rozar siquiera una sola cuestión económica!
¿Acaso los países de la UE y de la OTAN han dejado de vender a Rusia productos que pueden ir a parar a bordo de buques de su Armada? Seguro que no. Pues aquí seguimos esperándolos con los brazos abiertos, conscientes de que no hacemos nada ilegal o prohibido.