Como ya se sabe, hace unas semanas finalizó el juicio del “procès”, que ya está declarado visto para sentencia. Y ahora ya a esperar hasta el otoño que será cuando, aproximadamente, sea dictada sentencia. Y esta es la verdadera hora de los jueces, de los que en el argot jurídico se suele decir que ellos “sólo hablan a través de sus sentencias”. Y casi seguro que la misma será apelada, primero, ante el Tribunal Constitucional y, después, al Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo (TEDH). Pese a la premura de tiempo, creo que no estará demás hacer un breve análisis del juicio.
En primer lugar, ante la sentencias, sea condenatoria, absolutoria o parcialmente estimatoria, podrán luego interponerse cuantos recursos procedan en derecho. Y también se puede discrepar de las mismas. Pero lo que no se puede nunca hacer es no acatarlas. Y esto último, ha sido hasta ahora la normal conducta refractaria utilizada por los separatistas, tanto las emanadas del Tribunal Constitucional, como del Tribunal Supremo, o del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña. Y el acatamiento de la ley y de las resoluciones judiciales, es una de las reglas básicas y fundamentales de la democracia y del Estado de derecho. Cuando alguien a su conveniencia o capricho se salta la ley o deja de acatar las sentencias, creyéndose que está por encima del bien y del mal, máxime cuando se trata de materias tan sensible como las que afectan al Estado, ahí empieza a perderse autoridad, a resquebrajarse y romperse el imperio de la ley, la separación de los poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial, que ideara Montesquieu, y la soberanía del propio Estado.
¿Y cuál ha sido la actitud de los procesados por celebrar ilegalmente el referéndum del “1-0”, tanto en el caso de haber sido interrogados durante el juicio como en el uso de su derecho a decir la última palabra antes de finalizar el mismo?. Pues lo correcto hubiera sido contribuir al total esclarecimiento de los hechos que sean relevantes para poder determinar si se cometieron o no los presuntos delitos imputados. Pero bien entendido que los hechos probatorios que constituyen el objeto del proceso penal son exclusivamente jurídicos, no políticos. Es decir, el Tribunal juzgador valora los hechos jurídicos, pero no los sentimientos, ni las emociones, ni el patriotismo idealista o trasnochado, que son ajenos al ejercicio de sus funciones jurisdiccionales.
Veamos qué han dicho los presuntos inculpados, haciendo uso de su derecho a pronunciar la última palabra que les otorga el artículo 739 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal. Y, entonces, a mi modesto juicio, empezando por el exvicepresidente Oriol Junqueras, no ha hecho sino lanzar proclamas políticas, como si estuviera efusivamente subido en una tarima dando un mitin, en el que todo su afán fuera contar al Tribunal, que “lo mejor sería volver a la buena política”, como si los siete magistrados del Tribunal Supremo perteneciesen a algún partido político y con los de Ezquerra catalana les estuviese ofreciendo la posibilidad de formar una coalición para decidir conjuntamente entre su partido y la Magistratura cómo ha de ser la sentencia. Esa es su idea de la Justicia.
Dirigiéndose brevemente a los magistrados, «agradeció al tribunal haberle dado voz tras tanto tiempo privado de ella», y ha querido recalcar sus convicciones cristianas, las cuales comparte con aquellos que creen que «votar no es delito». Claro que no lo es, si se vota legalmente, y no se hace en contra de la Constitución y del Tribunal Constitucional. Invocó a su poeta lírico de cabecera. Francesco Petrarca, que (digo yo) tanto influyó en Shakespeare y en nuestro Garcilaso de la Vega para crear lo que vendría en llamarse el “petrarquismo”.
Y, dirigiéndose como un mesías a los siete magistrado les soltó esta rimbombante perorata: “A ustedes que escuchan con rimas dispersas el sonido de mis palabras…una apelación directa que nace de la conciencia de qué poco serviría hablar o escribir si nadie escuchara o leyera…Todos mis libros, artículos, discursos y acciones demuestran el compromiso irrenunciable con la bondad y la dignidad humanas. Todos aquellos que me conocen, incluyendo a las acusaciones, seguro que son conscientes de ello». Pero, eso sí, no sólo no sintió ningún resquicio de su arrepentimiento, sino que se esforzó en convencer al Tribunal de que “volvería a hacer lo mismo”. ¿En qué quedamos entonces?.
Suele decirse en el argot jurídico que “por pronunciar su última palabra en un juicio, no se conoce a ningún reo que haya sido absuelto, pero sí que haya sido condenado”. En cambio, Junqueras, por un momento se olvidó de aquellas otras célebres palabras que dijera su idolatrado Petrarca, cuando aseveró: “Sabed que dura es la ley de amor, pero por dura que sea, hay que obedecerla, pues la tierra y el cielo por ella están unidos desde el fondo de las edades”. ¿Por qué él, entonces, tanto desobedeció la Constitución, el Tribunal Constitucional, las leyes estatales, el propio Estatuto de autonomía catalán y todas las sentencias de los Tribunales de Justicia?. Qué sabrá él, luego, de la unidad de la antigua Hispania desde hace 1600 años, con la monarquía visigoda, a la que me refería en mi último artículo.
Después, al “exvice…” le sucedió en el uso de la palabra Raúl Romeba, el llamado “ministro de Asuntos Exteeriores de la república de Cataluña. (¡casi “ná”!); quien reincidió en sus invocaciones políticas, refugiándose siempre, como todos los separatistas hacen, en el “pueblo catalán”, en los “más de dos millones de catalanes” (que dicen) que votó independencia y cuya representación ellos se arrogan, cuando en el mismo reciente artículo dejé acreditado con su propia estadística, que los que votaron “sí” al referéndum (no a la independencia) sólo fueron el 38,48 % del censo electoral. Con lo oportuno que hubiera sido el momento para asumir alguna responsabilidad o hacer siquiera sea la mínima autocrítica, aunque hubiera sido invocando alguna eximente o atenuante, si creía que las hubiera.
El enjuiciado, Jordi Turull, insistió exactamente en lo mismo, en que “no se puede ignorar la voluntad de los catalanes”. Y eso es de todo punto inveraz; es utilizar otra estratagema política, la voluntad de los catalanes respecto a la independencia no es competente para pronunciase sobre la separación de Cataluña de España, ya que la soberanía de la Nación española reside en todo el pueblo español, que junto con los demás españoles catalanes serían quienes tuvieran que decidirlo. Pretender que sólo lo hagan los catalanes, sería tanto como decidir ellos por los 48 millones de españoles, negándonos a todos nuestro derecho a votar.
Después le tocó el turno a Josep Rull, quien alegó en su última palabra que “no hay cárceles suficientes para encerrar el deseo de libertad de los catalanes”. Bien, eso será lo que él y los suyos piensen, pero ya lo he dicho otras veces: sólo con los pensamientos no se delinque, si luego los mismos no se llevan a cabo, que es lo que ellos de forma real y efectiva hicieron. Porque, vamos a ver: ¿Declararon públicamente la independencia de la república catalana en forma de república separada del Estado Español, sí o no?. Pero si eso fue tan evidente como que todo lo vimos a través de la televisión. ¿Por qué pretenden ahora vestirlo de “fiesta pacífica y popular en familia”, como si eso de separarse una región del Estado no tuviera ninguna importancia. Hombre, lo menos que se puede hacer es ser algo consecuente con los propios hechos.
Más el pretendido derecho de autodeterminación, como ellos a toda costa nos quieren imponer a los demás, ya he manifestado hasta la saciedad que no existe para el caso de una región que ya forma parte de un Estado desde hace tantos cientos de año, sino que sirvió allá por la década de 1960 para la independencia de las antiguas colonias y de los territorios no autónomos que de alguna forma estuvieran oprimidos o sojuzgados por la potencia colonizadora de la que dependían. Lo acaba de decir alto y claro el propio Tribunal de Estrasburgo en la sentencia a la que me refería en aquel mismo reciente artículo. Además, no hace falta ser jurista para entenderlo, porque sólo con el sentido común se ve. Porque, vamos a ver: En el hipotético y remoto caso de que Cataluña algún día fuera independiente, ¿permitiría que una provincia suya o parte de su territorio se independizara de la propia Cataluña?. Eso no lo permite ningún país del mundo, y menos todavía sin una razón jurídica, razonable y objetiva que lo aconseje.
Jordi Cuixart manifestó: “No me arrepiento. Lo volveremos a hacer”. Fue el único que se sinceró algo, diciendo: “que sabía muy bien lo que hacía”. Con lo que está admitiendo su propia culpabilidad y, además, puso en evidencia a todos los demás. Santi Vila: Éste estuvo algo más centrado exponiendo los motivos por los que se adelantó a presentar su dimisión, aunque al final fue a desembocar en lo mismo: “Espero que su sentencia sea parte de la solución”. Dijo verdades como monumentos, asegurando que se fueron a la cama pensando que Puigdemont al día siguiente convocaría elecciones, pero que luego se encontraron con que se quitó del medio y se fugó. Y eso es algo en lo que pocos separatistas han reflexionado, que a la hora de la verdad traicionó a todos y les dejó tirados en la cuneta, huyendo él abandonándoles cobardemente mientras él se ponía a buen recaudo.
Jordi Sánchez también invocó en su defensa al más sabio y más santo de los filósofos, a Sócrates, diciendo: “Ni un paso atrás. Es mejor ser víctima de una injusticia que cometer una injusticia, como hace 2.500 años”. Pues bien, será porque él creyera justo subirse en el coche de la Policía Nacional, aporreándolo y agitando a las masas a continuar la lucha. Sócrates, no sólo fue el que dijo: “sólo sé que no sé nada”, pese a ser el más sabio, sino que también dijo aquello de “conócete a ti mismo”, que quizá fuera lo que a Sánchez le hubiera hecho falta hacer. Y la expresidenta del Parlamento, señora Forcadell, muy compujida ella, que “no se le juzgaba por lo que había hecho, sino por lo que había sido”. Pues, muy bien, señora, pero ahí tuvo el otro fallo del Tribunal Estrasburgo a su demanda por creer que no fue legítimo su encarcelamiento, que creo que el mismo día, o muy próximo, a haber pronunciado esas últimas palabras en el juicio, le fue rechazada, porque había sido ajustada a derecho. Y del Tribunal de Estrasburgo no creo que diga que está politizado. Y el “mandao” de Puigdemont, Torra (no encausado), ¿qué se podía esperar?. Dijo: “Volveremos a hacerlo”.
En fin, mucho victimismo, mucho lloriqueo, muchas invocaciones políticas, mucho somos presos políticos, pero la declaración de independencia de Cataluña en forma de república, ¿quiénes la hicieron, los separatistas o los miembros del Tribunal; los demás españoles y catalanes constitucionalista o los secesionistas?. Sean mínimamente consecuentes con sus comportamientos y actitudes. Pero el Tribunal Supremo será el que lo dictamine. Y no crean que me voy a alegrar ni a disgustar por cómo se pronuncie. De verdad que no le deseo mal a nadie. Melimitaré a acatar y respetar la sentencia, sea absolutoria o inculpatoria. Eso es lo correcto. Hubo uno de los abogados defensores, que no recuerdo quién fue, que se sinceró siendo honesto, al decir: “Ha sido un juicio con todas las garantías”.
Me queda resaltar a ese pedazo de monumento jurídico que es el Presidente Manuel Marchena, por la forma tan ejemplar con que ha dirigido y encauzado el juicio y todas las actuaciones, con centralidad, mesura, sensatez, integridad y gran conocedor de la praxis procesal; sabiendo ser y estar a todos los niveles, pese a todos los embates que ha tenido que parar para que no se desviara el procedimiento y el juicio no se le escapara de las manos, como la inmensa mayoría hemos podido ver.