Opinión

El bombardeo de Cabra, otro capítulo de la Memoria Histórica arrinconado

Una de las páginas más sombrías de la Historia acumulada de España, que de ningún modo debía hacer sucedido, pero, que lamentablemente se produjo desbaratando numerosas vidas, nos traslada al conflicto bélico que tuvo lugar entre los años 1936 y 1939; contraponiendo a poblaciones, vecinos y familias que de un día para otro, quedaron disgregadas entre los bandos contendientes.
Hoy, en el aniversario del bombardeo indiscriminado de Cabra, para que esto nunca más vuelva a repetirse, es indispensable dar visibilidad a los hechos fehacientes, rescatando la dignidad de las víctimas y que las generaciones venideras sean consecuentes de lo que realmente aconteció, cuando por entonces, se radicalizaban los ideales y quebraba el respecto a la vida.
La Guerra Civil Española (7/VII/1936-1/IV/1939) se conjeturó como un cúmulo de desaciertos hilvanados en un contexto convulso, cuya chispa saltó con el Golpe de Estado perpetrado el día 18 de julio de 1936 por el General don Francisco Franco Bahamonde (1892-1975). Todo ello, recrudecido en gran parte, por las secuelas económicas venidas de la Gran Depresión Mundial (29/X/1929-1939), también conocida como crisis del 29, derivada por el desplome del mercado de valores en Estados Unidos. Como no podía ser menos, este escenario salpicó a España, que entrevió el inicio de un lustro pleno de discrepancias entre las fuerzas político-sociales que gobernaban la nación.
Así, en la mañana del 7 de noviembre de 1938, repentinamente, tres aviones republicanos surgían sobre el cielo de la localidad cordobesa de Cabra, dejando caer la carga fatídica de 2.000 kilogramos de bombas, que irremediablemente la transformaron en un auténtico infierno.
Lo que en milésimas de segundos estaba sucediendo, acarreó en torno a un centenar de fallecidos; para ser más exactos, 109 muertos y un número que sobrepasó los 250 heridos que saturaban el hospital y la casa de socorro. Urgentemente se requería tanto sábanas como colchones o simples jergones, para al menos, solventar la carencia de camas donde eventualmente acondicionar a las personas damnificadas.
Análogamente, se precisaba cuanto antes de donantes de sangre, como vendas, alcohol, antisépticos, etc.
Y es que, en un abrir y cerrar de ojos, en aquellas gentes de condición humilde, parecía haberse apoderado un entorno apocalíptico: Infinidad de familias rotas, padres con hijos perdidos o hijos sin padres; madres desesperadas buscando entre los cascotes; hombres, mujeres y niños que subsistieron con lo que llevaban puesto; o viviendas en ruinas y edificaciones que tan solo eran escombros.
Sin lugar a dudas, a pesar de estar distantes de las líneas del frente, los egabrenses habían sido víctimas de un terrorífico bombardeo, que en nuestros días se mantiene vivo ochenta y un años más tarde, desde aquel día aciago.
Posteriormente, con el transcurrir de las épocas, se impuso una especie de mutismo colectivo, en el que difícilmente se toleró poner mínimamente el acento en lo sobrevenido. Posiblemente, esta actitud deplorable sea el desenlace implícito a los aires de reconciliación, que han predominado recientemente y que se ha dado en denominar como la Transición. Si bien, de unos trechos a esta parte, se sancionó la Ley de Memoria Histórica, donde yace el recuerdo punzante de esta desdicha que parece recuperar algo de protagonismo.
Indescriptiblemente, llevar nuestros ojos a estas páginas polvorientas, es ver fundido los lamentos aunados a exclamaciones de profundo dolor por parte de las víctimas y de quienes, sin padecerlo directamente en sus carnes, han sobrellevado los efectos de esta tribulación. Atrás permanecen pronunciamientos anónimos, yuxtapuestos a expresiones de consternación contra el bando republicano, más en particular, con don Manuel Azaña Díaz (1880-1940), a quién este pueblo lo reconoció como el principal artífice de aquella aflicción.
Es incuestionable, que la facción franquista obtuvo la victoria en el campo de batalla, pero, del mismo modo, fracasó estrepitosamente en el campo de la propaganda; porque con los años de dictadura, el bombardeo de Cabra pasó a ser una cuestión ignorada para una amplia mayoría de los españoles; cuando unas décadas después y con cambio de siglo, las evidencias constataron que se convirtió en el más mortífero de la guerra, en similitud con la cantidad de aviones y bombas empleadas.
Cabe destacar, que los años subsiguientes a la Guerra Civil Española, llevó al bando derrotado a una pérdida paulatina de su identidad. El resarcimiento de la dirección franquista sobre los partidarios republicanos y familiares, los condenó al miedo más atroz abocado con el silencio desgarrador.
Una ocultación disfrazada de reticencias que sostenida a lo largo y ancho de este tiempo, condujo a la omisión más cruel de cuántos acontecimientos y circunstancias imprimieron esta época. Dicen, que cuando no se conoce la historia en su plenitud, se está sentenciado a repetirla.
Por lo tanto, este pasaje pretende rescatar el alegato de estas mentes y corazones que en el ayer enmudecieron, colmando ese vacío con el conocimiento analizado, que de manera sucinta y no de modo exhaustivo y pormenorizado por falta de espacio, quiere palpar el alcance real de esta tragedia, con el convencimiento de honrar la memoria de las víctimas, muchas de ellas postergadas.
Un tributo recompensado con el entendimiento, la observación y divulgación de lo que ciertamente sobrevino en estos años de exilios, fusilamientos, cárceles y trabajos forzosos, bajo las tinieblas de un régimen dictatorial.
Inicialmente, los bombardeos aéreos se ampliaron a una nueva y espantosa dimensión a los conflictos de la guerra. Mucho más allá de la línea del frente, sin distinguirse entre los combatientes y no combatientes, difícilmente alguien podía quedar a salvo, porque los aviones aportaban indudable devastación, turbación y una muerte casi garantizada.
La Primera Guerra Mundial (28/VII/1914-11/XI/1918), anteriormente llamada Gran Guerra, dio el pistoletazo a estas atrocidades, donde los aviones se emplearon a fondo para demoler las metrópolis enemigas y atenuar la moral de los residentes. Teniendo en cuenta, que en esta conflagración, se veía con buenos ojos la acción de flotas aéreas, ahora muchísimo más voraces, que pronóstico lo que a posteriori se transfiguró en los tentáculos de la Segunda Guerra Mundial (I/IX/1939-2/IX/1945).
Ya, inmerso en la Guerra Civil Española, innumerables territorios sostuvieron despiadados bombardeos. Es sabido que ampliamente se han abordado los que atañen a Guernica, Madrid o Barcelona; pero, no tanto, los que se refieren a Palma de Mallorca, Jaén o el ocurrido en la comarca de Cabra. Es más, aún subsisten grandes incógnitas a los casi cincuenta bombardeos ejecutados en la Ciudad de Córdoba.
Con estas connotaciones preliminares, la expansión de la aviación militar gradualmente sustituyó el signo de la guerra justa, que, por otro lado, había predominado en los combates; dando lugar a una guerra despiadada, que entrañaba la deshumanización del contrincante y la desintegración de ciudades y pueblos. Era claro, que la Guerra Civil se auspició como la madre de todas la guerras, en el que se bombardeó de manera imperceptible a la gente civil, sin otro designio que el de diseminar la alarma generalizada en las retaguardias, socavando paulatinamente al ejército y a la población contraria.
De hecho, los caídos y heridos podían estar a cientos de kilómetros de las franjas del hostigamiento y ser llanamente la población, la gran castigada. De esta forma, de la noche a la mañana los hospitales, escuelas, fábricas, iglesias, mercados o bibliotecas, quedaban a expensas de ser el punto de mira potencialmente más desamparado.
La astucia aérea y la supremacía de las tropas franquistas, lógicamente reforzadas por la cooperación de la Alemania nazi y la Italia fascista, exigió al ejército republicano a reforzarse para prevenir los bombardeos aéreos, que aumentaban por doquier. Medidas como la formación de refugios o el acomodo de sótanos o cuevas naturales, o la creación de un plan de vigilancia aérea, se sumaron a los cuidados para sortear los bombardeos y desenvolverse con los malheridos ante una previsible operación.
Ya en Cataluña se confeccionaron 2.085 refugios, de los que 1.365, exclusivamente se dispusieron en la Ciudad de Barcelona.
Evidentemente, la localidad de Cabra, no se libró de este rastro que aparejaba los avances militares durante el transcurso de la contienda española. Más bien, todo lo contrario, porque iba a ser entre las primeras, a la hora de percatarse del lastre infernal más desproporcionado.
Además, el bombardeo llevado a cabo no puede ser considerado como fortuito, sino, perfectamente concebido y planeado.
Deducción a la que han llegado historiadores e investigadores apoyados en cuatro presumibles factores: primero, por la distancia del frente de guerra que en esos instantes se encontraba en el Ebro, aproximadamente a unos mil kilómetros; segundo, porque dada la lejanía y la inexistencia de fuerzas rivales, esta superficie no poseía interés estratégico alguno; tercero, por las comprobaciones aéreas republicanas realizadas en los días anteriores al acometimiento; y cuarto, por los bombardeos de idénticas características, aunque menos letales, verificados precedentemente en sitios contiguos ubicados en zona nacional como Baena, Aguilar y en Córdoba capital.
Luego, existían fundados propósitos establecidos con minuciosidad: tales como, proceder a una estrategia de distracción con el bombardeo a los más indefensos dentro de una maniobra premeditada, para así apartar la atención del frente del Ebro; como mostrar a todas luces, la capacidad ofensiva de las fuerzas republicanas y experimentar el potencial de destrucción del armamento ruso en prueba.
Ciñéndome a los antecedentes historiográficos que encadenaron a Cabra a momentos de desconcierto, esta población cordobesa rondaba poco más o menos los 20.000 habitantes; ya en los prolegómenos de la aurora del día 7 de noviembre de 1938, el bombardeo aéreo se precipitó en una situación de incursiones republicanas, vinculadas a lugares de la retaguardia nacional de Andalucía
Era el primer día de la semana y las calles céntricas de Cabra trajinaban de personas, precisamente, en esa jornada correspondía el conocido mercadillo semanal. Algunas amas de casa seguidas de sus hijos, transitaban por la plaza realizando las primeras adquisiciones del día: verduras, carnes, leche, carbón, etc.; de igual forma, como era habitual, temporeros y operarios se agrupaban para ser empleados en trabajos agrarios. Porque, pese a que la guerra no tenía tregua, en el ambiente se respiraba aparente serenidad, toda vez, que en milésimas de segundos rondaría el caos y la confusión.
Justamente, cuando las agujas del reloj marcaban las siete y media, comenzó a sentirse el sonido estridente de varios aviones que se aproximaban; quiénes allí estaban, creían que se trataba de aparatos nacionales cumpliendo con su rutinaria inspección.
Realmente, lo que se advertía eran tres flamantes Tupolev SB-2 Katiuska rusos al mando de tripulantes españoles pertenecientes a la aviación republicana, que probablemente, habían despegado desde la base de Fuente Álamo situada en Murcia. Al momento, en vuelo rasante y en escasamente unos minutos, dejaron precipitar 2.000 kilos de bombas de varias dimensiones: 15, 70, 100, 250 y 500 respectivamente; la mayor de ellas, equivalente a 200 kilos impactó en el mercado de abastos.
Un artefacto idéntico estalló en la esquina de las calles Platerías y Juan de Silva.
De cuantas detonaciones se provocaron en aquella encrucijada, la del mercado fue la más intensa, derivando en 36 personas fallecidas en el acto; en seguida, fruto de las graves heridas producidas, morirían otras 14.
Por otra parte, en el distrito obrero de Cabra, el más austero de la demarcación, incidieron cinco bombas que irreparablemente causaron más cadáveres, cifra que se acrecentó con los bombas caídas entre esta barriada y la plaza de Calvo Sotelo.
Seguidamente, se descargó otra junto al Molino El Fondón, en sentido a Lucena, donde se ocasionó un giro en el vuelo y el retorno en rumbo norte, alcanzando Castro del Río y virando repetidamente por Valenzuela.
Hubo innegable perturbación, pánico y sobresalto, ya que en de este día redundó en más de una vez la angustiosa exclamación: ¡Qué vienen, qué vienen otra vez!. Aquella muchedumbre aterrada se guarecía donde espontáneamente podía, bien en los sótanos de las casas o en los mismos huecos de las escaleras.
Los regueros de sangre asomaban por las bocacalles, chillando de un lado para otro y presa de la amenaza, hubo de disponerse de un inmueble frente a la plaza, el sector más perjudicado, donde se aglomeraban los muertos y maltrechos. La última defunción se confirmaría el 28 de diciembre de ese mismo año, dos meses después del aluvión de cargas lanzadas.
Si el ataque se hubiese consumado horas más tarde, las víctimas habrían sido más, porque una de las bombas cayó en el Colegio de los Escolapios, al que aún no habían accedido los escolares. Sesenta y ocho años más tarde, es decir, en el año 2006, uno de estos explosivos de entidad soviética, se descubrió sin explosionar cuando se ejecutaban tareas en el contorno de la Villa. Dicho proyectil de 200 kilos, se detonó por el Grupo de Desactivación de explosivos del Cuerpo de la Guardia Civil.
Cabe recordar, que Cabra disponía de una dotación antiaérea, pero, inmovilizados por el estupor y la sorpresa añadida, no reaccionaron lo adecuadamente como para entorpecer la acometida. También, en el intervalo del fuego, el epicentro del combate entre el ejército gubernamental y el revolucionario, se atinaba al noreste de la Península Ibérica, en el que se desenrollaban las últimas sacudidas de la batalla del Ebro (25/VII/1938-16/XI/1938).
De acuerdo, con las explicaciones ofrecidas por uno de los integrantes de los Katiuska SB-2, el Servicio de Información del que dependía esta aviación, con anterioridad le avisó de la existencia de una unidad italiana de tránsito en las inmediaciones de Cabra.
Lo cierto es, que quiénes dirigían estos aviones junto a los que le escoltaban, esperaban la localización en sus proximidades de una instalación con tiendas y medios de transporte militares. Al acercarse, momentáneamente distinguieron un importante número de tiendas en la plaza central que resultaron ser, como ya se ha citado, el mercado de abastos y no un campamento militar.

La documentación gráfica examinada corrobora que en las primeras semanas de 1937, una fuerza combinada del bando sublevado y tropas italianas del Corpo Truppe Volontarie, participaron para arrebatar el control de la provincia de Málaga; es más, estas unidades de nuevo circularon por Cabra en su recorrido al frente de Madrid, donde entraron en la batalla de Guadalajara (8/III/1937-23/III/1937).
Indiscutiblemente, sin confirmación alguna e indiscriminadamente, se arremetió contra un objetivo concreto llamado Cabra, donde en ningún tiempo se le proporcionó el mismo interés que el sostenido dramáticamente en la villa vizcaína de Guernica (26/IV/1937). Ello, a pesar que expertos de la Guerra Civil Española, como don Ramón Salas Larrazábal (1916-1993), manifestó que la desgracia de vidas humanas y cuantiosos heridos en ambos contextos, Guernica y Cabra, no representaron grandes diferenciaciones.
En último lugar, el bombardeo sufrido en Cabra, quedaba desvelado con pelos y señales en el parte de guerra divulgado por la milicia franquista, fechado el 9 de noviembre de 1938. En el mismo, literalmente se testimonia: “La aviación roja, huyendo de los encuentros que tantas pérdidas le cuestan, y alejándose de todo objetivo militar, lleva varios días dedicada a abatir pueblos civiles de la zona nacional, lo más alejados posible de las actividades militares y desde los que les es fácil la huida… Hoy correspondió la cobarde e inhumana agresión al pueblo de Cabra”.
Es preciso indicar, que la mitad de los difuntos que perecieron en este infausto episodio, se sepultaron en una fosa común que actualmente no reconoce la Ley de Memoria Histórica. Mismamente, se acondicionaron unas lápidas y cruz conmemorativa en respeto, memoria y evocación por estas almas, en la fachada del colegio de la Fundación Escolapias de San José de Cabra; pero, lastimosamente hay que referir, que estos signos que legitiman esta barbarie, se han suprimido de su emplazamiento por un acuerdo político.
Consecuentemente, las sociedades modernas y desarrolladas como ansía ser España, no enclaustran su Historia o sus memorias representadas en huellas del pasado, sino, que las admiten incluyéndolas como parte común de todos. Porque, la misma historia, valga la redundancia, es historia y no política. Por ello, no debería monopolizarse como arma arrojadiza; al contrario, tendiendo puentes de reconciliación y apaciguamiento de un presente y futuro compartido.
Al menos, esto encarna la sensatez de una madurez cívica.

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