Resulta que andaba yo afanado en recopilar ideas y sensaciones para transmitir una opinión clara sobre Blade Runner 2049, tarea compleja porque ya les adelanto que la cosa da para hablar bien y mal largo y tendido. En palabras de aquel, “no es cosa menor…” En esas, me entero del fallecimiento de Federico Luppi y el cuerpo me pide mencionarlo en este espacio haciéndole el homenaje que se merece, pero la actualidad es la actualidad y los replicantes la acaparan estos días. Luego me he parado a pensarlo con tranquilidad y me he decidido finalmente por despedir a este titán argentino de la interpretación en nuestro idioma común, porque si algo se ha ganado con su trayectoria profesional es que nos hagamos eco de su desaparición priorizándolo a cualquier estreno de la cartelera, por esperado que sea este. Cuestión de emociones y justicia. Alguien dijo alguna vez que hay que escribir desde el corazón, y Blade Runner puede esperar.
El pasado viernes 20 de octubre murió a los 81 años el hombre de eterno cabello blanco que enamoraba a las cámaras con su personalidad y el magnetismo de su presencia. Un mal golpe en la cabeza en un accidente doméstico y un posterior coágulo han acabado varios meses de lucha después con su vida. Les contaré que para mí en cierto sentido ha supuesto la pérdida de alguien cercano, apreciado, puesto que disfruté y aprendí de su trabajo en una época en la que coincidió su madurez artística con el despertar de mi mayor voracidad cinematográfica.
Así, fui cómplice desde la butaca de una sala de cine de sus elegantes apariciones en películas como Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto, Martín (Hache), El espinazo del diablo, Lugares comunes, El viento, El laberinto del fauno, y tantas otras. Aparte del reconocimiento a su trayectoria por parte del mundo del cine en España e Hispanoamérica, Luppi ganó entre otros galardones la prestigiosa Concha de Plata del Festival de San Sebastián en 1997 por su actuación en la mencionada Martín (Hache).
Hace no demasiado pude verlo en pantalla por última vez este mismo año (ya ven que nunca llegó a retirarse de esa profesión que le estará agradecida, hecho que lo define bastante bien) en la coproducción hispanoargentina Nieve negra, junto a Ricardo Darín y Leonardo Sbaraglia. Recuerdo que le tenía perdida la pista al actor, y me dije con cierto poso amargo: “Madre mía, qué mayor está Federico Luppi, cómo pasa el tiempo”, pero el caso el que ese transcurso inexorable no evitó que su presencia en el reparto fuera uno de los alicientes de la cinta. A pesar de su delicado estado de salud, iba a iniciar una gira de teatro con la obra Las últimas lunas bajo la dirección de su esposa, la actriz española Susana Hornos, junto a la que se había afincado desde 2002 en nuestro país alejándose de la sombra del corralito y la crisis política en Argentina. Un año después adquirió la doble nacionalidad.
“Hice cosas buenas, cosas regulares, cosas malas, meteduras de pata… ¡Qué sé yo! Lo que se hizo, se hizo como se pudo, y no hay más responsable que uno mismo”, declaró en una entrevista hace poco como balance de su vida. Confeso admirador de su trabajo, reconozco que mi luto de cinéfilo durará algún tiempo. Le echaremos de menos.
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