En el Biutz cualquier día sucederá una tragedia. Los colapsos, bloqueos y falta de coordinación se repiten jornada tras jornada.
Los personalismos impiden que la normalidad sea la tónica en un recinto que forma parte de otro mundo, en el que nada funciona como debe, en el que nada es casual, en el que se mezcla seguridad, interés económico y permisividad durante demasiados años, formando un cóctel molotov dispuesto a estallar.
Los políticos funcionan a impulsos. Y ésos son siempre traicioneros. Por mucho que el delegado del Gobierno tenga pesadillas con lo que sucede en esa esquina de la ciudad que parece atrapada en una burbuja virtual de tremendismos, atentados contra los derechos humanos e incontables movimientos de divisas, nada podrá solucionarse con mensajes preñados de advertencias y amenazas. Ya lo hicieron otros. Al final la propia realidad les atrapó.
Resolver el crucigrama del Tarajal a golpe de operaciones policiales, de envío de guardias civiles y Agencia Tributaria para servir de modelos a decenas de fotografías, tendrá el resultado que tendrá. ¿Recuerdan la Operación Pacota? En la Guardia Civil seguro que sí, en los juzgados también. No digo más que los interesados no sepan ya.
Quizá el origen del conflicto del corredor Tarajal-Biutz, por el que se pasean a diario las historias de pobreza y sometimiento más duras que nuestra moralina social disfraza de ‘comercio atípico’, haya que buscarlo en la dejación de funciones que, durante muchos años, ha marcado la acción política a la que poco importaba quién era quién en el polígono, quién vendía su nave y quién la alquilaba, qué se movía y qué se dejaba de mover. Mientras la caja funcionara, nada molestaba. Así fue hasta que dos mujeres perdieron la vida y los responsables políticos y policiales del momento se hicieron caquita en los calzones, pensando que algún magistrado despiadado los sentara en el banquillo por responsables indirectos de la situación. Los calzones los lavaron a tiempo y los jueces optaron por el archivo. Con las manos lavadas a lo Poncio Pilatos, se pasó página pero no se terminó con el problema.
Porteadoras heridas, avalanchas que no cesan, caos, policías nacionales y guardias civiles que no se ponen de acuerdo ni para coordinarse en un punto en el que las riñas por las competencias no deberían ni ponerse encima de la mesa (¿no se trata de evitar muertes?), mensajes amenazantes, administraciones peperas que parecen no hablar el mismo idioma... y el Biutz, el Tarajal... la bomba de relojería que, con mimo, nos estallará.