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Bases para el desarrollo humano

Vivir inmersos en la cotidianidad impide tomar conciencia de la realidad presente e iniciar el proceso para desprendernos de lo inútil, lo incomodo y lo inadecuado. Apenas dedicamos algo de nuestro tiempo a pensar sobre lo que hacemos y decimos, y mucho menos a analizar con cierta profundidad lo que vemos, oímos o leemos. Respecto a esto último, lo que oímos y leemos, es habitual escuchar a los políticos decir que su objetivo fundamental estriba en la defensa del interés general y la mejora de la calidad de vida de los ciudadanos. ¿Pero qué determina la calidad de vida de las personas?. A esta pregunta, y a muchas otras relacionadas con el concepto del desarrollo, se intenta responder en un libro considerado de referencia en el mundo de la sostenibilidad: “Desarrollo a escala humana: una opción para el futuro”, de Max-Neff, Elizalde y Hopenhayn (2010). Según sus autores, la calidad de vida depende de las posibilidades que tengan las personas de satisfacer adecuadamente las necesidades humanas fundamentales. Esto lleva a una nueva pregunta: ¿Cuáles son esas necesidades fundamentales?. Tal y como se argumenta en esta obra, “se ha creído, tradicionalmente, que las necesidades humanas tienden a ser infinitas, que están constantemente cambiando, que varían de una cultura a otra y que son diferentes en cada periodo histórico. Nos parece que tales suposiciones son incorrectas, puesto que son producto de un error conceptual. El típico error que se comete en la literatura y en el análisis acerca de las necesidades humanas es que no se explica la diferencia fundamental entre lo que son propiamente necesidades y lo que son satisfactores de esas necesidades”.
Para los autores del mencionado documento se pueden establecer dos categorías de necesidades, las axiológicas (ser, tener, hacer y estar) y existenciales (subsistencia, protección, afecto, entendimiento, participación, ocio, creación, identidad y libertad). Al observar con detenimiento esta clasificación se entiende con claridad la diferencia entre necesidades y satisfactores. Así la alimentación y el abrigo no son tales necesidades, sino satisfactores de la necesidad básica de subsistencia. De igual modo, los servicios de salud son satisfactores de la necesidad de protección y la educación satisface la necesidad de entendimiento.
Teniendo clara la diferencia entre los conceptos de necesidad y de satisfactor, se puede llegar a una serie de ideas relevantes. La primera de ellas es que “las necesidades humanas fundamentales son finitas, pocas y clasificables; y la segunda es que éstas “son las mismas en todas las culturas y en todos los períodos históricos. Lo que cambia, a través del tiempo y las culturas, es la manera o los medios utilizados para la satisfacción de las necesidades”. Por tanto, “lo que está culturalmente determinado no son las necesidades humanas fundamentales, sino los satisfactores de esas necesidades”. Dentro de estos satisfactores se pueden distinguir cinco tipos: los violadores o destructores, los pseudo-satisfactores, los inhibidores, los singulares y los sinérgicos. De estos, los satisfactores singulares son los más habituales en las democracias occidentales, en especial en aquellas que defiende el “estado del bienestar”. En estos países, entre ellos España, las necesidades son en parte o en su totalidad satisfechas por el Estado, por organizaciones civiles dependientes de las primeras o por empresas.  En el marco de este sistema, ciertas necesidades de subsistencia son resueltas por el Estado mediante programas de suministro de alimentos, de viviendas de protección oficial o servicios públicos de salud.
Frente a este modelo asistencial, dependiente e institucionalizado, Max-Neff, Elizalde y Hopenhayn proponen la elección de satisfactores sinérgicos, “aquellos que por la forma en que satisfacen una necesidad determinada, estimulan y contribuyen a la satisfacción simultanea de otras necesidades. Su principal atributo es el ser contrahegemónicos en el sentido de que revierten racionalidades tales como las de competencia y coacción”. Pongamos un ejemplo, el de la satisfacción de una necesidad de subsistencia fundamental como es la disponibilidad de alimentos. Ante esta necesidad se propone la producción autogestionada en el entorno local, cuya satisfacción estimula el entendimiento, la participación, la creación, la identidad y la libertad. Algo similar sucede con la necesidad de participación que puede satisfacerse a través de formas de  democracia directa y no representativa, como es habitual en la mayoría de los países de nuestro entorno, una vía que favorece el entendimiento, la identidad y la libertad.   
Una vez expuesto de manera escueta el marco conceptual de un modelo de desarrollo que sitúa como eje axial al hombre convendría meditar sobre las posibilidades que nuestro medio pone a disposición de sus habitantes para satisfacer su complejo entramado de necesidades. Paralelamente, consideramos imprescindible examinar “en qué medida el medio reprime, tolera o estimula que las posibilidades disponibles o dominantes sean recreadas y ensanchadas por los propios individuos o grupos que lo componen”. Respecto al primer aspecto comentado, la evaluación de nuestro medio, tendríamos que reflexionar sobre la capacidad de Ceuta para atender la necesidades existenciales que afectan directamente a las personas (salud física y mental, equilibrio, solidaridad, humor, adaptabilidad); a la  disponibilidad de contar con alimentación, abrigo (dígase  vivienda) y trabajo; a la capacidad de alimentarse, procrearse, descansar y trabajar; y por ultimo, a pensar sobre si los ceutíes disfrutan de un adecuado entorno vital y social.  
Cuando algunas de las necesidades expuestas con anterioridad no se consiguen satisfacer se convierten en patologías. El tratamiento a estas patologías ha sido parcial y a una escala individual o local, cuando la mayoría de ellas tiene un marcado carácter colectivo y global. Su manera de abordarla también ha sido reduccionista, cortoplacista, tecnocrática y deshumanizada. De este modo, -por poner un ejemplo-, el médico se ha preocupado de paliar las enfermedades sin denunciar las causas ambientales (contaminación atmosférica, alteración de los alimentos, deficiente tratamiento de los residuos sólidos y aguas residuales, cambio climático, etc…), urbanísticas (hacinamiento, malas condiciones bioclimáticas, etc…) o sociolaborales (estrés, depresión, falta de medidas de seguridad e higiene, etc…). La única respuesta posible al incremento de las patologías colectivas pasa por la humanización, la transdisciplinariedad responsable y la consolidación del pensamiento complejo en la mente de todos los ciudadanos.
La complejidad de nuestro mundo, tal y como propone Edgar Morin, tiene que ser compensada con la simplicidad y no con la simplificación. Decir, como suelen hacer los políticos, que su objetivo es atender las necesidades de la población sin reflexionar sobre necesidades y satisfactores o sin evaluar los problemas locales en el contexto de la globalización imperante se convierte en un ejercicio estéril, vacuo, irresponsable y tendencioso. Puede que para algunos le resulte rentable, desde el punto de vista electoral, dirigir mensajes simplistas a los ciudadanos. En vez de contribuir a la expansión del pensamiento complejo y el desarrollo de los aspectos elevados de la vida humana (justicia, arte, amor, verdad y apoyo mutuo) expanden el adoctrinamiento, el individualismo, la atomización, la vagueza mental, el tribalismo, la autoafirmación patológica, la autoadoración, el conformismo, etc…No duden por un instante que las consecuencias de tanta demagogia, ignorancia y acondicionamiento psicológico la estamos pagando con esta maldita crisis cuyo final nadie se atreve a pronosticar.

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