Ni es una barriada joven ni mucho menos ausente de historia. No se confunda el pueblo de San Antonio con el asentamiento de casas que se extiende en lo alto del Monte Hacho. Las primeras viviendas datan, aproximadamente, de inicios del pasado siglo, aunque la historia que lo rodea y por la que adopta su nombre es, probablemente, una de las más antiguas de la ciudad.
Hace 800 años San Antonio de Padua hizo entrada en Ceuta para adentrarse en tierras africanas. Una devoción al santo que culminan los portugueses cuando conquistan la ciudad y tiene como resultado la ermita que corona al barrio y que le da nombre.
Con una estructura de viviendas dispersas, en la zona habita medio centenar de vecinos que ha ido llegando en diferentes períodos pero que se conocen de toda la vida, apunta Serafín Becerra, uno de los más antiguos del barrio, que lo considera “una joya única”. “Con vistas a dos mares, en las que el mar forma parte del bosque y el bosque del mar. No existe un enclave así en otra zona de la ciudad”, expresa con unas palabras cargadas de afecto.
Serafín ha sido testigo de la evolución de una barriada que en sus inicios carecía de infraestructuras básicas. “Era como vivir en plena naturaleza”. Un carácter que, pese a esos cambios que han marcado el progreso, es intrínseco al barrio.
Pese a su carácter diseminado, Serafín explica con orgullo la gran relación que existe entre todos los vecinos. De hecho, pueden presumir de mantener una convivencia que en la mayor parte de la ciudad ya ha quedado en el pasado. Las puertas de las viviendas continúan abiertas, los pequeños juegan en esa naturaleza viva, y los mayores salen y entran de las casas de sus vecinos para pedirles aquello que necesitan en un momento de urgencia. “Un trato como lo de toda la vida”, dice orgulloso Serafín.
San Antonio se ha convertido en ese lugar cargado de historia alejado de la ciudad donde las nuevas generaciones continúan con las tradiciones y un estilo de vida de tiempos pasados.
Serafín Becerra es uno de los vecinos más antiguos que viven en la barriada de San Antonio. Llegó con 13 años cuando su padre, también llamado Serafín Becerra, inició en este enclave del Hacho una serie de negocios, algunos como ‘La Cueva’ con gran repercusión y fama. Un lugar al que este niño pronto se adaptó y que hoy, varias décadas más tarde, se niega a abandonar, “porque es un poco parte de mi alma, de mi vida, aquí se encuentran los recuerdos del ayer y eso nunca se muere. Se recuerda con nostalgia, con algo que no volverá pero que hemos tenido”.
Rememora cargado de añoranza sus años de infancia “en los que el Hacho era nuestro campo de juego, éramos los reyes de nuestro campo”, y la ermita era un lugar de parada para todos ellos, “porque había una señora que la cuidaba y nos vendía chucherías”.
A los pies del barrio se encuentra una de las baterías más características de la ciudad, la de Valdeaguas, Su historia se remonta al siglo XVIII cuando ante la epidemia de peste que sufrió la plaza, el gobernador recomendó a los que habían servido en la ermita del Valle que pasasen por aquel paraje para su ventilación. Un siglo más tarde se modernizó la artillería de costa, construyéndose aquí una batería con cañones Krupp de 30,5 centímetros.
La ermita de San Antonio, uno de los templos más antiguos de la ciudad, es herencia de los portugueses cuando conquistan Ceuta en el siglo XV. Desde entonces, el templo ha sufrido varias reformas, la última de ellas a principios de siglo XX, llegando a situaciones tan extremas como el de prenderle fuego para su desinfección, “al haber servido de hospital y era necesario hacer esto para ponerla al culto otra vez”, explica el secretario de la Cofradía de San Antonio, Carlos Orozco.
La ermita abre sus puertas a los fieles todos los martes de 10.00 a 13.00 horas y a las 17.00 para comenzar la eucaristía a las 17.30. San Antonio atrae a numerosos ceutíes todas las semanas, aunque no es hasta el 13 de junio cuando se rinde culto al santo más popular de Ceuta, con la celebración previa de un pregón, del triduo y, finalmente, la romería a la que asisten numerosos fieles. Entre las tradiciones en torno al santo se encuentra la entrega del pan bendito que “representa la caridad de San Antonio con las personas necesitadas”. Pero no es esta la única tradición, ya que la fama de santo ‘casamentero’ ha llevado a numerosos rituales como el de la cruz casamentera. “Las chicas vienen a encomendarse a él y a sentarse en la cruz frente al altar. Ya en las murgas de carnaval se hablaba de los efectos casamenteros. Pero también se le achacan otros milagros como el de encontrar cosas perdidas”, apunta Orozco.
La devoción de los ceutíes a este santo parece provenir de su paso por nuestra ciudad (hecho no constatado aún) pero que pudiera ser cierto ya que San Antonio llegó al norte de África para predicar sus creencias. Una malaria le obliga a regresar a Portugal, su lugar de origen, al que, sin embargo, nunca llegó debido a un temporal que arrastró el barco en el que viajaba hasta el norte de Italia. Es allí donde comienza su peregrinación por todo el país ofreciendo sus sermones hasta su muerte. No había pasado un año de su fallecimiento cuando lo nombraron santo “algo impensable a día de hoy”, asevera Orozco. “Sus milagros eran cada vez más conocidos y así se ha convertido en el santo de todo el mundo”.
Las generaciones cuyas edades oscilan entre los 50 y los 60 años recordarán cargados de añoranza el lugar en el que comenzaron sus primeras salidas nocturnas y que se convirtió en un auténtico baluarte de la hostelería en la ciudad que, incluso, llegó a identificar a Ceuta más allá de sus fronteras. El restaurante ‘La Cueva’, que más tarde se amplió a discoteca, fue uno de los negocios que inició Serafín Becerra en lo alto del Hacho. El esfuerzo por diferenciarse y convertirse en un lugar de referencia le valió una Estrella Michelin en 1995, de la que a día de hoy los dos hijos del propietario, Ignacio y Serafín, presumen cargados de orgullo. Su andadura comenzó en septiembre de 1972 llegando a su fin en los años 90, y por allí pasaron desde políticos, actores, hasta figuras de la realeza. Pero más allá de eso, ‘La Cueva’ se convirtió en el lugar de expansión de los jóvenes de Ceuta. “Era un punto de encuentro y una forma de salir de la ciudad”, cuenta Serafín Becerra hijo. “¡Anda que no se han formado muchas parejas aquí! y, quizá, otras.... se habrán roto”, dice entre risas.
Junto al Polvorín de Valdeaguas, a los pies del Monte Hacho, se encuentra el monumento del Llano Amarillo. Un monolito que reproducía el escudo de la Falange y el del águila de San Juan.
Es un monumento conmemorativo del ‘Juramento del Llano Amarillo’, episodio previo al inicio de la Guerra Civil española por el que los generales amotinados en Marruecos, liderados por Yagüe, concretaron los últimos detalles del levantamiento contra la República.
El monolito ha sido uno de los afectados por la aplicación de la Ley de Memoria Histórica que obligó a la Ciudad Autónoma a retirar el apellido de Franco y a tapar el escudo falangista.
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