Marcando el límite con Hadú se encuentra el Acuartelamiento González Tablas que anuncia la llegada al barrio que dio origen, Poblado Regulares. Frente a él una multitud de casitas con sus cafetines y comercios varios que, pese a pertenecer a la misma asociación vecinal no forman parte de la barriada propiamente dicha y, junto a la antigua Comisaría de Los Rosales, se construyó hace casi un siglo la Residencia de Oficiales de Regulares y el acceso a la viviendas del poblado indígena de la tropa.
El origen del barrio data de la misma fecha que el acuartelamiento, ya que surgió para dar cobijo a los militares del cuerpo y a sus familias. “Podríamos definirlo como un barrio residencial, ya que solo se permitía el paso a los residentes”, explica su presidente, Ali Hamido, vecino que, como todos los que allí habitan, ha nacido y crecido en el barrio. Precisamente ese carácter residencial lo sigue definiendo, aunque a día de hoy el paso no está vetado para los foráneos, hace unas cuantas décadas esa entrada estaba custodiada por varios soldados cuya función era controlar el acceso a la barriada.
Es un vecindario pequeño, coqueto, con estrechas callejuelas cargadas de encanto en las que se respira la esencia que mejor define al barrio, “la familiaridad”. Ha cambiado, “pero a mejor”. Calles adoquinadas o casas en mejores condiciones que han abandonado el encalado que lucían para vestir colores ocres o azules que dotan de una característica personalidad al vecindario.
La herencia militar es de esas tradiciones arraigadas que, lejos de perderse, todavía continúa viva entre las nuevas generaciones. “En cada casa hay, al menos, un hijo que está sirviendo en algún cuerpo. Tenemos vecinos a los que les gusta la vida militar y eso es algo que hemos vivido y se lleva en la sangre”, apunta Hamido.
Una esencia castrense que impregna al vecindario y con la que sus niños han crecido. Recuerda Hamido cómo durante su infancia se dirigían a jugar a la colina que separa al barrio del Poblado de Sanidad, otro vecindario cuyos residentes también pertenecían al cuerpo de Regulares. “Nos llevaba un vecino llamado Abselimo. Era tan estricto que parecía que estábamos con un coronel. Allí organizábamos batallas contra nuestros amigos del Poblado de Sanidad, un simple juego de niños que era algo muy bonito”, comenta sumido en el recuerdo.
Costumbres que cambian y se pierden con el paso de los años, aunque si hay algo que continúa es el sentimiento por y para un cuerpo al que todavía le siguen rindiendo honores.
Ali Hamido es hijo y nieto de soldados regulares como todos sus vecinos del barrio. Allí nació y creció en un ambiente dictado por la vida militar que ha determinado el futuro de muchos de sus familiares y amigos del vecindario. Desde que comenzaron a dar los primeros pasos toda su trayectoria vital ha girado en torno a un cuerpo que todavía hace que los sentimientos se pongan a ‘flor de piel’. “Es complicado de explicar, pero esto lo llevamos en la sangre, es de lo que hemos bebido durante toda nuestra vida”. Reconoce que sigue emocionándose en los actos de Regulares y, pese a que él no siguió los pasos de sus antepasados, sí que lo han hecho muchos de sus familiares. “Tengo siete sobrinos que se han dedicado a la carrera militar”. Una profesión que “me parece preciosa y de la que considero que se puede aprender mucho”.
Si hay un vecino al que se niegan a olvidar en Poblado Regulares y sigue despertando una gran tristeza entre sus habitantes, por la trágica muerte que sufrió, es Mohamed Ahmed Abderrahman, un policía nacional asesinado por ETA en acto de servicio el 23 de noviembre de 1984. Mohamed formaba parte de una patrulla de la Policía Nacional que se había instalado en el peaje de Irún, en la autopista Bilbao-Behovia, para dar protección a los camioneros franceses que, desde hacía algunas semanas, habían sido objeto de varios ataques por parte de la banda terrorista. Esa noche Mohamed no tenía servicio, pero había pedido voluntariamente hacer el turno para poder llegar a tiempo a su domicilio y llevar al médico a su segunda hija, Himo, que había nacido con parálisis cerebral. En un momento determinado Mohamed se apeó de su vehículo y se acercó al otro coche policial para fumar un cigarrillo con otros compañeros. Varios miembros de la banda, apostados en un monte cercano y armados con fusiles de asalto y un lanzagranadas, atacaron la patrulla policial. Mohamed fue alcanzado de lleno por una granada que le causó la muerte en el acto, al destrozarle completamente la espalda.
Fueron años muy duros y muchos ya no están para contarlo. Sí quedan algunas de sus viudas, alrededor de 20. Mujeres que se sacrificaron por la profesión de sus maridos y que, a día de hoy, viven en el olvido por el propio Cuerpo de Regulares. Lahiba Wafi es una de ellas. Echa la vista atrás para recordar los 35 años de servicio de su marido, Mohamed Miludi. Ese recuerdo y unas antiguas fotos es lo único que conserva de él. “Cuando murió mi marido, no me quedó nada. Sólo 50 euros por la Fiesta del Borrego, pero ya tampoco nos dan eso”, afirmaba esta anciana de 83 años. Los años le han robado gran parte de su movilidad, incluso le cuesta hablar. Pero el recuerdo continúa indemne y cuando del maltrato que han sufrido tras el fallecimiento de sus esposos se trata, no vacila, manifiesta la ausencia de respaldo que han padecido por parte de todas las instituciones. “No han tenido apoyo y al principio ni siquiera pensión. Hace unos años es cuando se la han dado, pero aún así cobran una miseria y son sus hijos los que ayudan cuando pueden”, se lamenta su hija Habiba Mohamed. Son casos vergonzosos los de estas dos decenas de viudas a las que les conceden raquíticas indemnizaciones, indignas de la prestación que ofrecieron sus esposos en el Ejército Español y que deben subsistir gracias a la caridad de asociaciones o al amparo de sus respectivas familias. Ellas fueron y siguen siendo las heroínas olvidadas. Aquellas que lucharon para sacar una familia adelante, cuando sus esposos se encontraban en el frente, y que, aún, rozando el siglo de vida, desisten de dar la batalla por perdida.
Las estrechitas calles que conforman el vecindario confluyen en un amplio espacio que se sitúa en el centro del barrio y constituye el epicentro del mismo. La plaza España, creen que se llama, es así porque desde sus orígenes pocos se han referido a la misma por ese nombre. Comúnmente conocida como ‘la plazoleta’, los mayores también se referían a ella como ‘el grifo’, porque antaño contaba con varias tomas donde los vecinos se aprovisionaban de agua para sus hogares y las mujeres hacían la colada. Además la plaza se encontraba vestida con tendederos en los que colgaban la ropa. Era el punto de reunión del barrio y si algo surge en el recuerdo de sus habitantes son las bodas que allí se organizaban, en las que participaban todos los vecinos.
En el año 2011 los descendientes de antiguos regulares se propusieron continuar con las tradiciones y recuerdos que habían marcado a sus diferentes familias. Con Driss Hamed al frente de la asociación ‘Acudemire’, el local situado en plena calle Teniente Coronel Gautier acoge cada tarde a familiares que entre té y juegos rememoran los viejos tiempos. Todo ello envuelto por unas paredes decoradas con cientos de fotografías de los antiguos regulares y la multitud de actos que ha celebrado el cuerpo desde tiempos remotos. “A los familiares les encanta pasar y sumergirse en el recuerdo con estas fotos”, comenta Hamed.
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