En nuestra patria, una de las más acrisoladas aficiones es la asistencia y permanencia en bares y otros locales. Un estudio de hace unos años, reflejaba que dos de cada tres personas conocen el nombre del camarero de su bar y un 30% les dejaría, con toda confianza, las llaves de su domicilio.
El perverso corona virus y el confinamiento ha supuesto la privación, por bastantes días, de esa vivencia socializadora. La escalada permitirá la apertura de los bares, terrazas y restaurantes. Pero además de las incertidumbres sobre la viabilidad de estos locales, el uso y el comportamiento en los mismos, nada tendrán que ver con los tradicionales anteriores a la pandemia.
El subliminar y laudatorio título del artículo procede de la letra de la canción pop “Al calor del amor en un bar”, que hizo popular, en 1986, el grupo Gabinete Caligari. Recuerdo otras muchas composiciones musicales, con leitmotiv en los bares: “Voy al bar”, de Ilegales; “Clavado en un bar”, de Maná; ”Visite nuestro bar”, de Hombres G; “En el Bar”, de Los Secretos; “Vamos a un bar”, de Astrud y la curiosa y original ”El bar del tanatorio”, de Los Punsetes. La letra de esta última nos ilustra: Es el único que no está en la guía del ocio, no cierra nunca y en su clienta hay gente diferente todos los días.
Autores literarios y cinematográficos han ideado y creado, en sus obras, variados de estos emblemáticos lugares. Oscar Alarcia, recoge más de 1.500 referencias de este tema. No cabe duda que una de las más sugestivas de estas creaciones, fue el Rick’s Café Americain, de Humphrey Bogart, en la sensacional “Casablanca” de Michael Curtiz.
Estos establecimientos, especialmente los Cafés, han servido de refugio a tertulias de intelectuales y artistas, e incluso motivo de creaciones literarias. Por citar algunos: “Café Pombo” (Gómez de la Serna); “Café Gijón” (Ramón y Cajal, Pérez Galdós, Valle Inclán, Lorca); “Fornos” (Azorín, Pío Baroja, Menéndez-Pelayo); “Café Comercial” (Machado, Celaya, Hierro). Entre los del extranjero: “Les Deux Magot”, París, (André Gide, Picasso, Sartre, Camus, Sábato); “Antico Café Greco”, Roma, (Goethe, Schopenhauer, Lord Byron, Stendhal);”Davy Bismes”, Dublín, (James Joyce); “Café La Havana”, Ciudad de México, (Ernesto Sábato, Fidel Castro, Che Guevara); “La Biela”, Buenos Aires, (Bioy Casares y Borges); o “El Floridita” y “La Bodeguita del Medio”, La Habana, ligados al Hemingway de los daiquiris y los mojitos.
En los bares han encontrado también la inspiración grandes pintores: “El bar del Folies Bergeres”, de Manet; “En el Moulin Rouge” y “En el bar, el cliente y la cajera”, de Toulouse Lautrec; “Café de noche”, de Van Gogh; ”Escena de taberna bávara” ,de Otto Piltz; “Café de Montmartre”, de Santiago Rusiñol; ”Interior de Els Quatre Cats”, de Picasso y otros muchos como Solana, Degas o Hopper.
Los lugares de reunión para beber, comer o también para pasar el rato o divertirse, no son exclusivos del mundo actual. A lo largo de la historia se encuentran antecedentes. Remontándonos a la Antigua Roma encontramos bastantes de ellos. Las thermopolias eran locales a la calle, con una especie de mostrador de mampostería, estructura en forma de L y con unos huecos. Se vendían comidas calientes para llevar, también frías, vino de la zona, hidromiel y otras viandas. Las popinae ofrecían comida rápida, aunque frecuentemente también juego y presencia de prostitutas, por lo que tenían mala fama. Sus clientes eran las clases bajas y los esclavos.
Aquellas personas que hacían un descanso en el trabajo para comer e incluso los viajeros y comerciantes, disponían de las cauponae, que ofrecían comidas y bebidas e incluso zona para pernoctar. Las clases pudientes utilizaban las cuppediae, lugares más lujosos con comidas de mayor exquisitez. Las tabernae vinariae – de donde procede la clásica denominación de taberna– estaban especializadas en consumo y venta de vinos, con un mostrador abierto a la calle.
En nuestro acervo cultural han tenido presencia a lo largo de los siglos, reflejados en las costumbres y adornados con bastantes referencias, variados términos que dan nombre, a locales que han servido y sirven de encuentro, ocio, distracción alimentación o alojamiento.
Uno de los más emblemáticos son las tabernas, cuya etimología tiene su origen en las tiendas de campaña militares y posteriormente en habitáculos con planchas de madera que se convirtieron en tiendas ambulantes y almacenes. Según el diccionario de la RAE son: “Establecimientos públicos, de carácter popular, donde se sirven y expenden bebidas y, a veces, se sirven comidas”. Queda lejano el 1147 cuando Thibault IV, conde de Champaña y rey de Navarra, creó el gremio de los taberneros y quizá una de las más antiguas ordenanzas date de 1476. Antiguamente las tabernas solían abrir los domingos por la mañana y los hombres faltaban a las iglesias. En Madrid, el Concejo obligó a no servir bebida hasta después de finalizar la misa, bajo multa a los distraídos taberneros, de setecientos maravedís. Curiosamente, se cuenta que, en una taberna de la Calle Tudescos, en Madrid, un joven Miguel de Cervantes enamoró a Ana de Villafranca, hija del tabernero. Presume Sevilla de contar con la primera de España. La Taberna de Las Escobas se fundó en 1386 y pasaron por ella: Lope de Rueda, Dumas, Lope de Vega, Lord Byron, Gustavo Adolfo Bécquer, los hermanos Álvarez Quintero y posiblemente el propio Cervantes. Ilustrativo es el texto de Baltasar de Alcázar, hace seiscientos años, que en su “Cena Jocosa” las homenajea: “Si es o no invención moderna, vive Dios que no lo sé, pero delicada fue la invención de la taberna. Porque allí llego sediento, pido vino de lo nuevo, mídenlo, dánmelo, bebo, págolo y voyme contento». El término taberna fue reconocido por primera vez en la versión de 1739 del Diccionario de la Real Academia